26.12.11

Hamalia y Calisto

-Las nubes, la escarcha, la acera… 

-Cae una sucesión de días que son como losas.

-Y luego todo gira, hace que no deje de dar vueltas, que todos mis sueños sean en blanco y negro. Y cuando creo despertar sigo dormido, las sabanas convertidas en una espiral de tela, el colchón en una fosa, la almohada no está. 

-Y luego el café sabe a agua, en el telediario aguantan la risa y las palomas ya no traen mensajes, el mundo dando vueltas de campana, la Luna sin dejar de menguar. 

-¿Y qué me dices de los saludos dibujados con tiza, del buzón de dientes afilados que no deja de escupir facturas y publicidad vacía? ¿Qué me dices del tintineo de monedas, del traje y corbata que nunca pegan, del paraguas negro, de los polos opuestos?

-¿Y qué hay alrededor? Lodo y perlas, muerte y recursos. Somos un número en una estadística. El mil cien que olvidó quién era, la peor nota de Europa, los quintos en promesas incumplidas.

-¿Y qué hay alrededor? Un bolsillo lleno y nuestra sonrisa tonta, un truco de magia y nuestra devoción, un final feliz y nuestra envidia. Busco con catalejo las costuras al horizonte, busco con lupa las huellas que me marcan el camino a casa

-Si solo se escucha una fuerte discusión, un vendaval que empeora y arrasa una ciudad costera, los girasoles llorando pétalos, las rosas muriendo por combustión espontanea, el Ártico muriéndose de calor

-Y algunos antes de salir de casa dejan el alma sobre la alfombra.

-Otros la olvidaron en un bar. 

-Y la piel, cada día, se vuelve más grisácea.

-Y las gotas de lluvia parecen balas. 

-Pero luego me encuentro con tus ojos. 

-Pero luego mis ojos te encuentran y dejo de escuchar. 

-Olvido que todo huele a pólvora. 

-Que los azulejos están rotos.

-Y te miro.

-Y me miras. 

-Y respiro. 

-Y respiras.

-Y pasan las horas. 

-O los segundos. 

-Y amanece. 

-Y el Sol se desintegra. 

-Y la Tierra nos consume.

12.12.11

Phobos y Deimos

-Deja de buscar. No hay nada. Deja de dar pasos por esta estela de cristales, por estas baldosas de un amarillo descolorido. Deja de buscar los límites del universo, las fronteras de los sueños, el peso de la soledad. Deja de medir, de preguntar. Deja de mirar por la ventana. Deja de arrancarte la piel, de excavar en tu corazón. Abandónalo todo y ve al fondo del océano. Y sustituye tus huesos por coral, tus oídos por caracolas. Abandónalo todo y huye en tren. Y entiérrate en la primera estación dónde nunca ningún viajero haya puesto los pies. Abandónalo todo y olvida mirar atrás, olvida todas las constelaciones, los atascos, las guerras, el dinero, los muebles, el abecedario.

-Deja de buscar. No hay nada. Deja de pensar en ayer, en esa maldición que hace que se repitan los días de la semana. Olvida los fallos y los errores y la tinta invisible con la que los tienes marcados en la piel. Olvida su voz, su tacto, su perfume. Olvida su contorno, sus ideas. Olvida que lo único que querías era perderte en ese destino oscuro que te golpea cada hueso del cuerpo cuando escuchas el sonido de sus tacones. Olvida que una vez aullaste como un lobo al encontrarte con las dos Lunas Llenas que lleva por ojos. Olvida la luz del Sol, los días de lluvia. Lo oscuro que se vuelve el cuarto y como mengua cuando no ves a nadie en órbita. Y esas carcajadas que parecen arañar la pared, esas ortigas, ese veneno, ese continuo vendaval que lo vuelve todo de plástico y muy endeble

-Ya sabes no sueñes.

-Ni pienses.

-No sufras.

-No sigas.

-No sientas.

-Cae.

-Abraza el óxido que propagamos. Nuestra eterna melodía. Y sonreirás como los gatos y treparás como la hiedra. Volarás entre planetas. Lloverá oro y lapislázuli.

-Beberás del mundo hasta saciarte, el amor dejará de ahogar.

-Te convertirás en piedra.

-Y tu corazón será de acero.

-Y tu alma un recuerdo.

-Y reinará tu instinto en kilómetros a la redonda. Enseñarás los colmillos. Saltarás de azotea en azotea.

-Y las dudas serán serrín. Y el dolor un tenue color morado que a veces se grapa a los ojos.

-Y olvidarás tu nombre. Y tu hogar será el infinito. Y tu sombra, un manto negro al que se pegarán las estrellas.

-Y ya no existirás, lo serás todo.

-Así que danos la mano. 

  -Acércate.

-No tengas miedo.

-Ni sientas terror.

17.11.11

Famosos comienzos (Hilo Azul)

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Vladimir Nabokov.Lolita

Era ella, diez años de mala suerte cuando me sonreía sin quererlo de verdad. Era ella, su perfume: fuego y pimienta. El murmullo de su voz era cristal, y cada uno de sus deseos estaban prohibidos.

Lolita, la dirección más sencilla para acabar loco o en el infierno. Todos los infartos reunidos al rozar su piel.

Lolita, un laberinto de espejismos, un enigma. La mezcla perfecta entre sueño y pesadillas, entre selva y desierto, entre tormenta y calma.

Lolita, si camina describo órbitas a su alrededor. Si se frena en seco mi corazón estalla, me hago astillas, el tiempo se derrite. Va de aquí para allá sembrando el caos, lanzando dinamita, matándome de celos.

Lolita, que me arrancaría los ojos si pudiera para no verla marchar. Que me deja una herida cada vez que se despide. Que si se enfada sus gritos son tornados que me atrapan y me dejan sin sentido. Que si no tiene lo que quiere lo odia todo.

Lolita, su maquillaje causa cicatrices. Que hasta en ella araña su color de uñas. Sus lágrimas son de purpurina y de alguna sustancia tóxica.

Lolita, que cuando cierro los ojos se cuela en mis parpados como si fuera niebla. Que nunca me escucha, que no para quieta. 

Lolita, que despide un veneno demasiado dulce, que siempre esconde un cuchillo, que nunca dice lo que piensa. Su mirada crea adicción como los fármacos, sus sábanas están hechas de confusión y hielo.

Lolita, que sin ella todo sabe a ceniza, a plomo, a vacio. Que el sol no brilla, que solo sale de su madriguera si cae la noche.

Lolita, que si recuerda se muere de pena, que todo lo distrae por un tiempo limitado.

Lolita, que si te toca jamás encontrarás una salida, una cura milagrosa, algo que no sea una apariencia, algo que no sea de porcelana.

Lolita.

17.10.11

Más allá de la ventana

Se preguntaba qué ocurría allí, dónde las casas, a lo lejos, se difuminaban y parecían esconder sus ventanas entre un mismo color ¿la vida sería igual que aquí, a este lado de la ventana, en esta misma calle, en estas mismas coordenadas?

Pegaba la frente al cristal frío y miraba, durante horas. Observaba a veces la carretera que se extendía sin mostrar su principio y su final, infinita, como le habían enseñado que eran las líneas rectas. Por la carretera pasaban a toda velocidad coches de distintos colores y tamaños. Y aquellos vehículos a su vez eran conducidos por alguien ¿Quiénes serían? ¿Cuáles serían sus problemas y sus dudas? ¿Por qué conducían con tanta prisa?

Lo primero que aprendió fue que nada tenía sentido. Y esa idea se coló en su cabeza como un pequeño insecto, invadiendo su cerebro hasta llegar al punto de no comprender absolutamente nada y al mismo tiempo resignarse a la realidad de todo, a las explicaciones y las enseñanzas, a los modales y a las leyes, a las heridas, el agua oxigenada y los saludos. Aún así, le costaba ocultar la sonrisa cuando miraba por la ventana. Esas farolas que despedían una luz anaranjada ¿qué era aquello? Sin duda, iluminaban, pero más allá de ello ¿cuál era el sentido de una farola anclada sobre un trozo de tierra, perdida en la inmensidad de un universo que no la prestaba atención?

Todo era ridículo y cierto. Y ordenado, como la carretera que miraba. Tenía dos sentidos. Si un conductor decidía conducir por el sentido contrario ese orden desaparecía y se producía el caos. Y con el caos llegaba el desastre. El orden era, a veces, necesario, como ocurría con la carretera.

Mirando la carretera decidió que no le gustaba el caos de los accidentes de tráfico ni el orden de los dos sentidos y de los carriles de la carretera. Decidió que no tendría que haber ni orden ni caos. Simplemente conducir a un destino, por cualquier parte de la carretera, sin colisiones ni atascos. Mil sentidos al mismo tiempo. Más allá del caos, más allá del orden.

Pensaba, si él condujera, ¿a dónde se dirigiría? ¿Cuál sería un destino válido? Se imaginó conduciendo por aquella misma carretera, una rotonda, diferentes caminos y solo uno posible. Él no quería eso, él quería elegirlos todos o no elegir ninguno. Quedarse en la rotonda y ver las variadas posibilidades que se le ofrecían, sin que nada cambiara hasta que se decidiera. Mientras tanto, girar en círculos no estaba tan mal.

Le angustiaban los atascos. Parecían detener el tiempo y estancar la vida, impedían el rotamiento de la Tierra, aglomeraban todo lo absurdo. Volvía el caos. Un caos distinto, colmado de ruido de cláxones y de la tensión del que llega tarde a alguna parte dónde no se le espera. Una espiral donde el corazón no podía hacer otra cosa que latir. Y esperar. Y esperar.

Era difícil escapar del atasco como escapar de la caída cuando ya te has tropezado. Y si le daban a elegir, casi prefería el dolor del impacto que al dolor que produce la vida al desangrarse mediante la pérdida de tiempo que causa la espera.

Sin duda, mirando la carretera no sacaba nada en claro, a fin de cuentas, era consciente del sinsentido de la realidad. Todo tan abstracto y tan conciso, tan tergiversado y simple, tan infinito y efímero. Crudo como un rompecabezas que mata a migrañas y difuso como si solo hubiera niebla alrededor.

23.9.11

Cartas para nadie IX

Universo.
(Del lat. universus).

1. adj. universal.
2. m. mundo (‖ conjunto de todas las cosas creadas).
3. m. Conjunto de individuos o elementos cualesquiera en los cuales se consideran una o más características que se someten a estudio estadístico.

Te escribo otra carta, tal vez sea la carta número mil que nunca llega a su destino. Empiezo a escribirla como si fuera una tormenta eléctrica, pero a medida que la tinta se desangra menguan mis fuerzas, hasta el punto de tan siquiera poder meterla en el sobre, escribir tu dirección, pegar el sello. Es difícil, tan difícil como un puzle de infinitas piezas, y pesado como un planeta cargado a la espalda. Y la estela de los cometas es como la estela de tu perfume, que sigo en sueños, que me llevan a precipicios y a extensos campos de vacío y daño, campos de minas y bosques de sauces mudos. Y me pierdo y me alarmo cuando las nubes tapan momentáneamente el sol, y me falta el oxigeno, y el tiempo para casi todo, salvo para malgastar. Y la música nunca suena como quiero, y mis huesos se quejan y mi piel se seca y se convierte en escamas. Y entre mis sabanas busco tus huellas dactilares pero caigo en madrigueras y en agujeros negros, y aparezco doce horas más tarde en cualquier sitio, mientras la lluvia ácida me consume, y los paraguas tienen cuello y cabeza de flamencos negros, y me miran y me sonríen. Me quedo parado hasta deshacerme del todo, hasta que mis pensamientos se disuelven y no queda ni paciencia, ni dolor, ni amor, ni rabia, ni sueños, ni deseo, ni lágrimas, ni calambres, solo tú, doy vueltas de campana por el desagüe hasta acabar con el paladar roto de esperar que aparezcas descalza. Y si pestañeo crecen en el techo todo tipo de flores e icebergs que tardan en desintegrarse lo que tardo en abrir los ojos de nuevo. Luego, sin motivo me echo a temblar y estallo en serpentinas y en papeles de colores que llevan tu nombre escrito.

A veces amanezco en mitad del océano, otras en mitad del universo. Y siempre eres tú. Tú eres el universo. Tú moldeando mi destino, sumergiéndome en distancia y en quebraderos de cabeza. Años luz y fuego, tinta y espirales marcadas a fuego que dibujan mi nostalgia. Buceo entre los rayos de sol que te rozan al pasar y naufrago, me aisló en tus pupilas y no despego hasta que atardece, prometo volver si el temporal amaina pero entonces tú ya me despistas y te escapas. Vuelvo a introducirme por cualquier grieta y vuelo en círculos al acecho de mis propios restos. Vuelvo a diluirme en tinta y caigo en este papel amarillento y doblado, que no tiene ni fecha ni destino, vuelvo a describirte, vuelvo a maldecir, vuelvo a olvidarme de que existe la galaxia. Pero tú sigues siendo el universo, rodeándome, quitándome las fuerzas, convirtiéndome más y más en satélite de hielo y polvo.

3.8.11

Cartas para nadie VIII.

Soledad.
(Del lat. solĭtas, -ātis).

1. f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
2. f. Lugar desierto, o tierra no habitada.
3. f. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.

Reúno fuerzas para escribirte más de dos líneas aunque no las vayas a leer. Reúno fuerzas para elegir las palabras, la puntuación, un mensaje. Pero las fuerzas me faltan. Me tambaleo. Caigo. Y aparezco en el suelo destrozado como un vaso de cristal. Aparezco y no quiero aparecer. No quiero estas paredes y este techo. Miro por la ventana y la Luna es lo único que hay. El rumor del agua que me ahoga, las tinieblas que me sepultan. No distingo los coches de las nubes, ni las hojas del calendario con los cronómetros. Lo que hay en mí interior es lo que desconozco, y lo que hay alrededor es lo que me asusta. Si te digo la verdad, mi alma me grita y me pide lo que tus ojos me niegan.

La realidad se rompe. Y sus aristas cortantes se clavan en mi piel. Miro a las estatuas y me devuelven su mirada pétrea, repleta de frases por decir. Frases que no significan nada bueno para mí, nada nuevo, nada reconfortante, nada que convierta mi corazón en algo menos gélido. Los cráteres de la Luna se agolpan tras la ventana. Y el significado de todas las cosas pierde su sentido. Yo quiero hablar sin que me oigan. Quiero que se escuche cada contacto con tu piel. Quiero amanecer y que tu presencia no se evapore. Quiero algo que signifique algo. Algo que pueda contestar. Quiero lo que todos quieren. Quieren que les quieran, que les completen, que les entiendan. Quiero sumergirme en tus tímpanos y escuchar cada uno de tus secretos. Quiero bucear en tus latidos, y así saber a qué latitud se acelera tu ritmo. Busco naufragar en tu paladar o en tu lengua para así ser de tu gusto. Y retorcerme si te giras, y abandonar el mundo si te vas. Quemarme por completo si tienes ganas de arder. Seguirte a aquel lugar dónde nada importa demasiado, dónde las promesas se cumplen de vez en cuando, dónde se ladra y se muerde. Y los perros maúllan y los pájaros ladran. Vuelan y dan vueltas de campana en su intento de darme alas para llegar a dónde estás. 

Mejor cierro los ojos. Mejor no respiro para no respirar tu perfume y encallar en los bancos de arena dónde tu presencia se amontona. Arráncame las venas, las palabras, y las cadenas que me atan a cada uno de tus músculos. A todas tus decisiones, porque te sigo a cualquier lugar que no implique moverse demasiado. Y eso no significa que no ande loco por rodearte y desaparecer. Por cubrir tus dudas de rayos de sol, y tus nubes de respuestas. Ando a cada lado esperando que el viento me barra. Barra mis pensamientos y los reflejos que causan en mis pupilas. Y que hacen que al mirar me entristezca, y que al no aferrarme a tu cabello desee no desear. Eso no significa que no viva de milagro y el milagro seas tú. Y quiero convertirme en las paredes de tu cuarto o en cada prenda de tu armario. Quiero borrar mis cicatrices y curar tus heridas. Olvidar que las tormentas pasan porque sí y a todos esos pájaros que parece que me observan desde el tendido eléctrico. Suelo despertar y que todo esté distinto. Tanto que no reconozco ni a los muebles ni a las personas, el cielo parece un vaquero que ha pasado muchas veces por la lavadora, igual que mis sueños, igual que muchas otras cosas. Las palabras llegan hasta mis oídos pero solo están de paso. Yo respondo asintiendo sin fuerzas, dejándome arrastrar por la marea de personas que siguen, a ciegas, su destino. Y la rutina me ahoga, y el gentío me tortura, aquellos que están cerca hacen que mi corazón no lata. Pero cuándo me cruzo con tus pupilas resucito. Y si tu voz me acaricia yo la escucho hasta dejar de estar sediento.

La realidad se rompe. Y todo lo que contiene me da de lleno. Me entierra en asfalto, en árboles talados y en nostalgia. En peleas callejeras, en días perdidos, en gastos y en malos programas de televisión. Me abruma los enjambres de personas, las marabuntas de mensajes, tú silencio. Me aterrorizan los pensamientos llenos de malicia, la impotencia de no poder gritar. Me arranco de piel y me lleno de tinta. Y escribo mis secretos, mis angustias, mis miedos. Y me paseo por la acera, asustado y tranquilo al mismo tiempo. Sin nada más que contarle a nadie, sin nada más que ocultar. El cristal de las ventanas no refleja la vida que se respira dentro de las casas, los pararrayos no paran de hablar y echan chispas. Y mire a dónde mire estoy aislado. Solo, entre esta etapa seca y este monzón, entre este magma y este hielo. Las sábanas parecen de hormigón y el oxigeno plomo. Camino por las calles y el viento se topa en mi camino pero no me despeja. Ni me inmuta. Voy de un lado a otro cansado de demasiadas cosas. De sonreír a la fuerza, de pensar en voz baja, de tantas imposiciones, de tan poca libertad, de fallar en los intentos. El cielo se nubla. Una y otra vez.

18.7.11

Cartas para nadie VII.

Incendio.
(Del lat. incendĭum).

1. m. Fuego grande que destruye lo que no debería quemarse.
2. m. Pasión vehemente, impetuosa, como el amor, la ira, etc.

Leí tu carta, ha tardado en llegar. Así que no puedo parar de pensar que en todo ese tiempo, desde que me escribiste, hasta que he recibido tu carta, puedan haber pasado infinitas cosas. Puede que haya cambiado tu vida completamente. No sé, que hayas dejado el trabajo, que hayas dejado de releer tu libro favorito, de dibujar en las servilletas de las cafeterías. Y así, pensando en que podrías dejar de ser la misma que conocí, aparece la nostalgia y me descuartiza, me prende en fuego y me lanza al vacío. Luego pienso que seguramente todo siga igual, con los mismos pájaros dorados revoloteando por tu cabeza, regando las mismas plantas de tu terraza todas las mañanas.

Por aquí… aquí todo es un incendio. Un incendio de dimensiones planetarias. Un incendio terrible, inmune al agua, que no deja de extenderse. Desde el corazón a los ojos, desde la ventana al infinito. Y noto las llamas encima de la piel, dentro de mi pecho, en cada uno de mis huesos. Como mil dragones devorándome por dentro, como una estrella en cada poro. Cada llama es de un color y cada una susurra y grita. Me dicen voces que arden y crepitan “corre” “salta” “vuela” “escribe” “lucha” “respira” “olvida”. Y se enroscan unas con otras y se ríen. Pero cuándo las fuerzas me fallan y mi ánimo se congela, hasta las llamas tiritan. Y se quejan. Me espetan “levántate” “deja de pensar en lo que hay alrededor”. Pero, a veces, alrededor no hay nada. Está todo oscuro. Y ni siquiera sopla el viento al golpearme con cada baldosa de la acera. El eco no se contesta. Y el ingenio no sé dónde está. Otras veces, todo está a rebosar de falta de espacio. La presencia del resto asfixia como una soga alrededor del cuello. Y el mundo se convierte en un laberinto minúsculo. El cielo pesa. Los recuerdos oprimen. El día avanza.

Y si salgo de mi incendio entro en el de los demás. Y es que todas las personas parecen desprender fuego. Algunas miradas derriten el hierro, otras evaporan el agua. Y yo me enredo en medio. Entre los cables de las antenas y las palabras que se pronuncian en voz alta, entre los maremotos de sentimientos y las sugerencias de porcelana. Y no quiero tocar nada por si se rompe, ni entrometerme por si salpica. Me hablan y me sonríen cómo tú lo hacías, y yo no sé si salir corriendo o saltar sin paracaídas. Así que ni me muevo del incendio. Más bien lo propago dando vueltas por la ciudad. Iluminando el fuego los rincones más ocultos aunque no consigue borrar la oscuridad, de algunas partes, del todo.

Así que últimamente solo ardo. Ya ves, ardo entre ataque de nostalgia y de tos. Saltando de segundo en segundo hasta dar con el que me llegará alguna de tus cartas. Tu letra parece cobrar vida, avivar mi fuego. Y así continuo, con lo que ya parece una costumbre, entre el fuego.

16.7.11

Cartas para nadie VI.

Insomnio.
(Del lat. insomnĭum).
1. m. Vigilia, falta de sueño a la hora de dormir.

Te escribo ahora porque no puedo dormir, aunque ¿sabes? Es lo mismo de cada noche. Aparto las sábanas, me tumbo en la cama, leo algo, apago la luz de la mesilla, cierro los ojos. Pero los tengo que volver a abrir. No sé qué me pasa, los pensamientos se me mezclan. Las emociones estallan. Algo se retuerce en mi interior. Algo merodea y respira cerca. Mis latidos son campanadas. Si me tapo me muero de calor y si no, solo siento frío. Y con todo ello se entreteje la penumbra. Afuera las farolas envían por carta luz anaranjada que se cuela por las rendijas de la persiana. El ruido de los coches se camufla, a veces, con el ruido del mar. Y me atormentan los martillazos del reloj, tan lentos, tan seguidos.

Recuerdo lo que ha pasado durante todo el día. Recuerdo cosas que siempre me repito que no tengo que recordar. Ya sabes, golpes, gritos, cicatrices, despedidas. De repente sé todo lo que hubiera tenido que decir y hacer para no errar. Pero ya es tarde. Ya es de madrugada. Aunque todavía faltan horas para amanecer. Y esa es otra, los errores los noto como escarificaciones recién hechas en mi piel. Y pesan toneladas. Y tienen eco. A falta de insomnio también vienen de visita fantasmas. Fantasmas que deambulan por la habitación, tocando todas las cosas, sin dejarme tranquilo. Te recuerdo a ti, contándome cualquier cosa, riendo por reír. Y en mis recuerdos, el humo que sale de tu boca, al fumar, es púrpura y dibuja espirales y mensajes ininteligibles. Mensajes secretos que desaparecen en algún lugar de mis párpados. Y parece que tu perfume vuelve a sumergir mis sabanas en tu presencia. Perfume que se disipa en un instante. Pero un instante que me hace olvidar la niebla. Me hace olvidar que tiene que amanecer, las horas, minutos y segundos que componen la noche. Me hace olvidar los huesos rotos, los gritos de tristeza de las plantas medio secas que malviven en macetas en algún lugar cercano a la ventana. Me hace olvidar las malas noticias de las diez, la sangre que salpica desde miles de kilómetros de distancia, el empeoramiento de la calidad del aire y el deshielo. Luego dejo de recordarte y todo vuelve a caer sobre mí y a rodearme, como si abriera un armario hasta arriba de trastos viejos.

Entre el denso y desgarbado ruido que se produce de mi cráneo hacia dentro, llega el atronador sonido que produce un grifo al gotear. Casi molesta tanto como el que causa el reloj, pero parece mucho más natural. Entre gota y gota, brota en mí un odio irracional hacia cualquiera. Me enfado con todo aquél que me ha dirigido la palabra. Me enfado con todos y al instante me reconcilio. Y entre la alegría y la tristeza, sigo perdido en un mar de noche en calma, donde fuertes corrientes me arrastran de una punta de la locura a otra. Del desván donde se amontonan mis secretos al incinerador en el que mis ideas se consumen.

Mientras te escribo esta carta me siento más tranquilo. Es como quitarme mil pesos de encima y poder descansar, estirar la espalda, dar algún que otro salto. Te escribo mientras el reloj da vueltas de campana, mientras las fieras acechan a sus presas, mientras infinitas almohadas se quejan por el peso. Y pensando en ti, pienso yo ¿qué será de mí? Veo el otoño estando a meses de distancia. Y entre tanto cambio de estación no sé si cambio, no sé si me inmuto. A veces me gustaría estallar como una bomba de racimo. A veces me gustaría arañar el sol hasta que desangrara energía sobre todos los sedientos.

Parece que va a amanecer y me entra sueño. Así mejor, así finalizo esta carta llena de desvaríos. Sabes que de ti no me olvido, pese a que el mundo gire y me despiste, pese a que ya casi no pueda reconocer el sitio en el que estoy. Así que buenos días, espero que, por lo menos, puedas dormir bien.

26.6.11

Cartas para nadie V.

Vida.
(Del lat. vita).
1. f. Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee.
2. f. Estado de actividad de los seres orgánicos.
3. f. Unión del alma y del cuerpo.
4. f. Espacio de tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte.
5. f. Duración de las cosas.
6. f. Modo de vivir en lo tocante a la fortuna o desgracia de una persona, o a las comodidades o incomodidades con que vive.

Vuelvo a responderte a tu carta, como siempre, después de haberla releído mil veces. No sé que contarte, hago lo mismo siempre ¿sabes? Tus cartas me mantienen con vida. Son como unos brazos que me agarran para que no me caiga, son como la única estrella encendida tras un cielo completamente apagado. Las leo, y me emociono, y te imagino escribiéndolas, y enviándolas y estaría así toda mi vida, imaginándote. Aquí dentro pasa el tiempo de una forma muy distinta. Todo se vuelve pequeño, minúsculo. Y aprieta. Y ahoga. Y te deprime. Y te hace reflexionar muchas cosas. Cada vez más y más profundamente sobre lo que tu alma esconde. Ahora, mientras te escribo, me fumo un cigarrillo y lo miro. Y ¿sabes lo que veo? Veo el cigarro y veo la vida. Y se va consumiendo, y humeando, y encendiéndose. Pero también veo el mundo, y a las personas y a mí mismo. Así, mientras se consume. Y luego me miro al pequeño espejo que guardo y no le encuentro sentido a nada. A las voces que gritan y que actúan sin pensar, a todos esos locos. Y odio cada centímetro cuadrado de cemento, y cada metro que nos separa. Y también odio cada barrote. Y cada escalera, y cada patio de recreo. A veces me odio a mí mismo, casi siempre a los demás. Porque en la mente de la mayoría guarda cantidades ingentes de oscuridad y malicia, revuelta entre sus pensamientos, camuflada con bondad. Y se creen que nadie lo nota. Pero sus palabras y su mirada lo chillan. Y ¿quién quiere una vida así? Rodeado de tristeza, de estúpidos y de problemas. Y sin embargo, ¿para qué quiero yo la vida sino es para volverme loco de alegría al ver el sinuoso trazo de tu escritura, tus frases cortas, tus ardientes despedidas?. Y por eso me da igual consumirme si es mirándote a los ojos. Por eso me da igual el silencio si después vendrás tú. Porque contigo la vida no es vida, es otra cosa, mucho mejor, distinta. Y es que la vida está muy sobrevalorada. Hay demasiado ruido, demasiada repetición, demasiado sufrimiento. Y a todo nos acostumbramos, por eso ya casi nada sorprende. Si llueven llamas es normal, si los pájaros se mudan de planeta, si la tierra tose. Y para sobrevivir entre todos estos campos de minas y tiburones solo podemos sonreír, seguir aguantando los golpes, arrastrándonos por el suelo. Ya no somos humanos, ni animales, ni nada útil. Solo vidas, que como las bombillas, se encienden y se apagan. Y mientras tanto cuatro estaciones, millones de facturas, de heridas y de besos que saben a papel. Nos toca fingir, cada día, cada hora, cada minuto. Pero contigo eso no ocurre, lo cotidiano está demás, tu reflejo es lo importa, y más importante aún lo que susurras.

Ya ves, desencantado con la vida y todo lo relacionado con ella. Ya no te puedes ni fiar del amanecer, ni del frío ni del calor, ni de la amistad, ni del orgullo. Ya solo podemos caer en picado, soñando con aparecer en la madriguera del conejo blanco, y sin embargo, encontramos el suelo. Pero bueno ¿qué tal? Espero que tu vida sea una vida distinta, brillante. Plaga de flores silvestres y de momentos de tranquilidad. Con el sonido de las olas, con el silencio de las montañas. Espero que los problemas no te enganchen. Y si desgraciadamente se topan contigo, sean con forma de muros que se pueden escalar fácilmente. Espero que tu vida no se consuma como mi cigarrillo. Espero que tu vida sea como un fuego artificial. Que no necesites nada para vivir, ni siquiera a mí. Que nada te coja por sorpresa y te destroce. Yo hasta entonces, hasta que nos volvamos a ver, ya lo sabes, viviré de tus cartas.

24.6.11

Cartas para nadie IV

Dolor.

(Del lat. dolor, -ōris).
1. m. Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior.
2. m. Sentimiento de pena y congoja.

Me escribiste diciendo que no sabía nada del dolor. Que ni comprendía su significado ni sus efectos. Que me era lejano, como la Luna, como el último piso de un edificio de mil plantas. Dijiste que no sabía nada del dolor. Que para mí sólo era físico, una herida al caer de bruces, contra el suelo o contra algo escarpado. Pero lo que no sabes es que yo sí sé lo que es el dolor. Lo sé muy bien. Siento dolor desde hace mucho. Dolor cada vez que veo que te vas, teniéndote tan cerca. Dolor cada vez que me hablas de tus sueños, tan lejos de ellos. Dolor cada vez que te quieres acercar a otro. Dolor cada vez que amanezco sin ti. Dolor cada vez que quiero a muchas, y a su vez no quiero estar con ninguna. Dolor cada vez que te pierdo. Dolor cada vez que la pena me invade, cada vez que el destino me reta y me vence, cada vez que las caídas no hacen daño a las rodillas pero sí en el alma. Te digo que sí sé lo que es el dolor, porque lo siento siempre, muy a menudo. Lo siento cada vez que te alejas y te despides, cada vez que no te dirijo la palabra, cada vez que escribo sobre ti. Si te vas tiemblo y me duele, si sonríes me mata que no sea por mí. Me tortura la idea de que no estés lo suficientemente cerca o lo suficientemente lejos. Me tortura perderte, decirte adiós. Cada recuerdo es una astilla, la memoria un astillero. El recuerdo de tu tacto un serio problema, tu perfume una razón para olvidar la cordura. Tus pasos, mil quebraderos de cabeza. Tu presencia, mi condena. Noto cómo te vas alejando. Despacio, deprisa. Y no le veo sentido a la vida, y doy los buenos días aunque ningún día sea bueno, escribo por escribir, escribo por escribirte. Tu ropa es el horizonte. Tus labios, tu voz, tus ideas, todo por lo que me clavaría mil puñales. Me envenena que estés lejos. Me maldigo cada vez que no quiero que estés cerca.

Mi alma arde, como las ascuas, como cuando pienso en ti, y en ti, y en ti. Ya sabes, el fuego no siempre quema, el frío no siempre hiela aunque se siente. Como siento que no estés, como siento que no estés. Me decías que no sabía lo que era el dolor. Pero sí lo sé. Tiene mil rostros y a veces el tuyo, o el tuyo, o el tuyo. No solo duelen las heridas, también las cicatrices, los traumatismos, las despedidas. He notado el dolor en los labios y en el corazón, lo he sentido tras un puñetazo, un comentario con la apariencia de ser sin importancia, tras tus revelaciones y tus intenciones. Lo he sentido muchas veces, con el sol brillando, con la noche alrededor.

Y me dices que no sé nada del dolor, qué sabes tú ¿has sufrido mucho? ¿con qué? ¿con un plan qué no salió cómo esperabas? ¿con una relación que terminó? ¿con una verdad echada en cara? No me hables del dolor. Pues mi dolor dura años como la contaminación de algunos materiales. Mi espíritu se erosiona como el acantilado de la costa. Es cómo un parasito que nunca se va. Como una voz que no se calla. Y me recuerda todo lo que no quiero recordar. Ya sabes, cada frase desafortunada, cada paso dado en falso, cada día sin sol.

P.D: no espero que entiendas todo lo que me duele, ni cómo me duele. Solo quiero que sepas que el dolor no es algo único, que yo también lo siento más de lo que me gustaría, como la arena de la playa la subida y bajada de la marea, como los pararrayos las tormentas, como las películas de cine la falta de atención.

22.6.11

Cartas para nadie III

Error.
(Del lat. error, -ōris).
1. m. Concepto equivocado o juicio falso.
2. m. Acción desacertada o equivocada.
3. m. Cosa hecha erradamente.


Esta carta la escribo en un día de desesperación, de enfado conmigo mismo y con todo lo que me rodea. Harto del aliento frío con que el invierno hace trizas el fuego de las almas. Harto del continuo repiqueteo del dolor en los días de lluvia y viento. Escribo esta carta porque he andado cientos y cientos de kilómetros solo, cercado por abismos y laberintos, y los ojos brillantes en la oscuridad de los demonios perdidos. He andado sin descanso, sin detenerme, por desiertos dónde la arena estaba al rojo vivo y la poca agua que había siempre era aguardiente. Me he congelado de frío por estepas donde, de vez en cuando, se veían pasar bandadas de dudas, aleteando con fuerza, enredándose con mi cabello. He caminado bajo soles de distintos colores que no eran sino la mirada de desprecio de los demás. Y también bajo lluvias de estrellas que impactaban contra la Tierra y que no eran más que mis sueños. A veces creí ver la aurora boreal en alguna sonrisa, a veces creí tener el horizonte al alcance de la mano. Durante minutos que parecían horas, espejismos de futuros mejores me tentaban, me volvían loco. Corría hasta ellos y desaparecían, envolviéndome en bruma y golpeándome el estrepitoso sonido de las carcajadas.

Andaba en busca de respuestas, de consuelo, de comprensión. Andaba para librarme de las voces de los fantasmas de mis errores: gritándome a los oídos, chillando a la hora de dormir, cada momento, recordándomelos. Me clavaban en el cráneo carteles dónde me veía a mi mismo zafarme del cálido abrazo de aquel rostro al que me obligue a no querer. Y tuve que aprender a arañazos que sin su presencia me moría de hambre. Que mi corazón perdía el sentido si la veía andar en dirección contraria a mí. Los fantasmas cosían en mis ojos tapices dónde echaba de menos a todos lo que había expulsado de mis venas cediéndoles solo el árido territorio de mi ira. Los fantasmas me tatuaban con sus uñas negras todas las palabras que escupí para que me dejaran tranquilo, mientras en mi interior brazos invisibles se aferraban a cualquier cosa que estuviera cerca, para que todo estuviese en su sitio, para que nada se moviese, para que nada cambiase.

Y paso tras paso no encontré nada de lo que buscaba, ni siquiera el más leve rumor. Solo perdí la vista por llorar lágrimas de hierro y por dejar de mirar la realidad y su rutina, y sus desafíos, y sus venenos sin antídoto. Perdí el oído por no escuchar la voz de los árboles que al agitar sus ramas me indicaban que me parara a descansar bajo su sombra, por no escuchar las palabras de las corrientes de los ríos, que salpicando, me daban buenos consejos de los que no hice caso. Y a cada paso fui perdiendo más cosas. Haciéndose el camino más complicado, más salvaje y más atroz. Envolviéndolo todo con un manto oscuro. Agrietando más y más mi corazón.

Y ahora escribo y finalizo esta carta para expresar cada nudo en la garganta, y cada herida que noto debajo de mi piel. Para desahogarme aunque solo sean unos minutos de toda esta búsqueda que se tornó sin sentido. Puede que lo que más sienta no sea haber perdido el tiempo entre zancada y zancada sino que, a pesar de todo, sigo sintiendo cada error que he cometido reptando en el interior de mi conciencia.

18.6.11

Cartas para nadie II.

Duda.

(De dudar).
1. f. Suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia.
2. f. Vacilación del ánimo respecto a las creencias religiosas.
3. f. Cuestión que se propone para ventilarla o resolverla.

Esta carta no es para nadie. No sé quién la leerá. Tal vez dentro de mil años alguien la desentierre de unas ruinas o de una botella sin más contenido que desvaríos entre la tinta. Y leyéndola, quizás, se pregunte ¿por qué? ¿quién la escribió? Eso no importa, eso da igual. No importa quién soy pues no soy nadie, ni un romántico, ni un loco, ni un preso. No soy nada. Solo soy el que escribe y se pregunta pero no halla respuesta. Solo soy el que no llega a ninguna conclusión, el que no entiende nada, el que no sabe nada. Miro por la ventana y se me apaga el corazón. Deambulo por la calle y en los estanques ya no hay cisnes, en el cielo no hay halcones. Solo hay prisa que carcome como las termitas la madera. Y madejas de tristeza con forma de los cables que comunican con los postes eléctricos. El arte se sepulta. El pensamiento se extermina. Las voces se callan. Las críticas parecen peores que las balas. Y las vidas pierden valor, como las casas, como los salarios. Veo el mundo y mi alma se derrumba, como los castillos tras mil disparos de catapultas, como se erosionan las montañas por el viento. Todo es tan extraño que no le encuentro el sentido: tanta maldad, tanta ignorancia, tantos colmillos. Se susurran, se miran, se sonríen, se acarician. Y se odian, y se temen, y se arañan. Y se ocultan, y se esconden, y engañan. Y todos estamos entremedias, perdidos entre golpes sucedidos de atardeceres, perdidos entre mentiras que chillan las bocas, entre gritos y silencio, entre desequilibrios y excesos. Y mientras los necios albergan esperanza, y mientras los que se creen sabios albergan planes, yo solo albergo dudas. Dudas infinitas como la distancia entre miradas que no se quieren ver, como el sentimiento de un Dios y de una hormiga, como la época de los dragones, como la lluvia de los días soleados. Dudas sobre lo que pasa a diario, desde lo cotidiano a lo cósmico, a lo más extraño. Dudas, casi siempre, sobre toda esa gente que me rodea. Tan felices, tan desdichados, tan de cartón piedra, tan difusos. Y ¿cómo no voy a tener dudas en un mundo dónde la lluvia es noticia y el asesinato no sobrecoge? En un mundo dónde se roba el cobre y se mata por el coltán ¿cómo no voy a dudar de mí si no sé dónde me encuentro? El desmoronamiento no sale señalado en ningún mapa, la desgana no está marcada por ninguna brújula. Las calles se estrechan, el universo se contrae, el espíritu mengua. ¿Cómo no voy a dudar? Si la Luna a veces desaparece, si la gente es tan oscura como todas las noches que me estrello contra los mismos sueños y las mismas pesadillas, si lo que veo es en blanco y negro y muy monótono, si ni siquiera estas líneas tienen un destino y un destinatario claro.

Seas quién seas. Si eres del futuro, o si sólo eres el olvido o el vacio interesado por los escombros, te regalo cada una de mis dudas. Desde la más personal hasta la que no tiene importancia. Duda de lo que ves pues cambia de repente. Duda de lo que escuchas pues las palabras tienen mil significados y las frases mil sentidos. Duda de la vida pues da mil vueltas, tiene mil socavones, diversos ataques de felicidad y dolor, de prejuicios e infortunios. Duda de ti mismo, de los semáforos, de los espejos, de las fronteras. Duda del camino. De las sonrisas. Y, especialmente, duda de mis palabras pues soy un desconocido cualquiera. Harto de dudar. Harto de dudar de mis propias dudas.

12.6.11

Cartas para nadie.

Locura.
(De loco).
1. f. Privación del juicio o del uso de la razón.
2. f. Acción inconsiderada o gran desacierto.
3. f. Acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa.
4. f. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo.


Querida amiga, te escribo por fin. Por fin me he visto con fuerzas para empuñar un bolígrafo y desangrar su tinta sobre el papel formando frases. Frases que pueden carecer de sentido pero espero que tú las entiendas. No entiendo nada. Durante mi vida escapé de muchas cosas, de los problemas, de las personas, de mil situaciones. Y a medida que escapaba, me escapaba a la vez de la realidad, perdiéndome. Perdiéndome por oscuros bosques dónde nada era lo que parecía. Las sonrisas eran tan extrañas… siempre tenían algo que esconder. Siempre tenían algo que esconder.

Y cuándo no eran sonrisas era todo lo demás. El espejo, los transeúntes con los que me cruzaba por la calle, los insectos, las lámparas, las paredes que parecían menguar. Querida amiga, no sabes lo qué es dudar de todo el mundo, de todo lo que hay alrededor. Es lo mismo de todos los días pero sin encajar, como un cuadrado torcido, como un mal presentimiento. Me decían “déjate llevar” y yo sospechaba de las palabras, nunca me acercaba al fuego que emanaban todos esos rostros de porcelana y barro que gritaban sus frases vacías y cuyo eco resonaba en mis oídos más tiempo del normal. Querida amiga, al fin he comprendido que es la vida. Y no es más que una broma, una broma muy pesada. Es una larga escena de teatro, llena de personajes que a veces son protagonistas y a veces secundarios. Y al final se baja el telón. Y eso es lo único que importa. Y eso es lo único que importa.

Tú me decías “harás grandes cosas”. No he hecho nada hasta ahora. Hasta este gran descubrimiento. La vida no es más que nieve que se derrite. Se creen únicos y no son más que polvo. Y hasta que no se cae en esto no se vive. Lo que parece tan evidente y lo que, en realidad, arrojamos tan lejos como los cantos rodados contra el mar, como el miedo cuándo toca aparentar valentía. Los días pasan. Sí, pasan. Y todo sigue igual. Exactamente igual que el día anterior. Y a medida que todas esas decenas, centenas, millares de segundos pasan no hacen sino darme la razón. Somos pocos los cuerdos. Ante esta gran revelación me vengo abajo. Por eso me ha costado tanto escribirte. Porque hace tanto tiempo que no veo tu piel cruzarse en mi camino que no sé si tú también estarás cuerda. Aunque no te lo llegues a creer, estar cuerdo es una de las peores maldiciones. Veo a mis amigos y no los reconozco. Tan ciegos, tan locos. No los reconozco. No sé quiénes son. Si todo se acaba, por qué la maldad persiste. ¿No nos damos cuenta? No vale para nada todo ese odio, todo ese aparentar, toda esa falsedad que brilla en muchos de los ojos a los que mis ojos miran. En muchos de los ojos a los que mis ojos miran.

A veces me dan ganas de romperme la cabeza contra ese denso y ancho muro que llaman rabia. A veces me sumerjo en las fallas más profundas del océano más oscuro que llaman melancolía. Y ahí, sumergido en esas aguas tan oscuras, tan profundas, llenadas de los abisales reflejos de los abandonados, me pregunto ¿a quién voy a amar ya si ya nada me importa? ¿a quién voy a odiar ya si ya no puedo amar? ¿por qué echo tanto de menos si lo único que quiero es qué esta hoguera prenda y se consuma, se marchite y se disipe, como las hojas amarillas anaranjadas que en otoño pueblan el suelo que piso? Querida amiga, echo de menos tantas cosas… tantos momentos… tantos rostros. Aún aquellos a los que no quiero ver. Aún aquellos que me hirieron. A veces daría todo lo que tengo por volver atrás. A veces daría todo lo que tengo por volver atrás.

Pero otras veces saco fuerzas de alguna parte y salto tan alto que abandono los oscuros fosos de la melancolía. Y otras emociones me embargan. Y me rodean. Y me cercan. Y me hablan. Y ya no quiero volver atrás. Porque recuerdo todos los momentos. Todas las palabras que me rozaron. Cada una de las mentiras que me han contado. Cada arañazo, cada emboscada. Y ya no quiero saber nada de la Luna, ni del Sol, ni de las estrellas. Y ya no quiero sentir nada. Confiar en nadie. Ni siquiera en ti querida amiga, ni siquiera en mí. Porque luego muchas veces me arrepiento, y caigo de nuevo al mismo pensamiento que me taladra el cerebro y los oídos. Me gustaría volver a tantos regazos, me gustaría perder el tiempo en tantas antiguas conversaciones, en tantas camas, en tantos lugares, en tantas pestañas, entre tanta arena de playa. Aún cuando la bondad no existe, aún cuando todo es engaño. Aún cuando todo es engaño.

Querida amiga, te repito, la locura está en casi todas las personas, caminando trajeadas a sus trabajos, bebiendo en algún bar, conduciendo un monovolumen. Preocupados por sus facturas, por la política, por las noticias. A veces se reúnen y se contaminan con toda la hipocresía que se puede llegar a respirar en años de respiración. Jugando a un siniestro juego. Les veo comprar en los supermercados, hablar por el teléfono móvil. Les oigo criticar, maldecir, debatir, opinar, rogar y suplicar. Pero todo es lo mismo: locura. Locura en el café solo y en el café con leche. En el transporte público. En los países tercermundistas y en los más avanzados. Locura entre los millares de paraguas que florecen los días de lluvia. Locura en escaparates, en el desayuno, en los ordenadores, en los anuncios. Y todos esos locos me miran con sus ojos plagados de dardos de curiosidad y de asombro, de terror y de malicia. Porque ellos viven en el mundo y yo no quiero saber nada de él. Y yo no quiero saber nada de él.

Querida amiga, ya acabo esta carta, espero no alarmarte, ni sorprenderte, ni asustarte. Hay una parte de mí que aún a pesar de todo sigue riéndose de los chistes, disfrutando del aroma de las infusiones, de las noches que bordan sus tenebrosas historias con hilos de saliva y agujas de sangre. Hay una parte de mí que se agarra a un jirón de mundo, a un jirón de locura que es cómo un virus que todo lo enferma. Querida amiga, hazme caso, despierta. Recuerda que la vida es una broma ¿quieres saber su significado? No lo tiene. Todo termina. Aunque mañana siga estando allí. Aunque las pirámides sigan ahí, aunque el Sol siga alumbrando. Algún día terminará. Y con ellos las hipótesis y el cristal y las amebas. Y no quedará más que la certeza de que todo consistió en sufrir muchas veces y en ser feliz muy pocas. Querida amiga me despido. Me despido.

P.D: No sé cuándo tendré fuerzas de volver a escribirte. No sé si un día me lanzaré de lleno al precipicio del alcohol y la autodestrucción o dejaré que la locura de la que tanto me ha costado zafarme, vuelva a rellenar mi cerebro y mi sistema nervioso. Y volver a ser uno más entre toda esa marea de gente. Con una de esas sonrisas en el rostro que no tienen ningún significado. Sin importarme las heridas ni los que hieren. A merced de las olas. Loco y con el corazón latiéndome. Loco y con el corazón latiéndome.

9.6.11

Lo que es real (y lo que no).

La escarcha, las dudas, los prefijos telefónicos, las idas y venidas del salario, las palabras, los parabrisas, las nubes tóxicas, la angustia, las cartas que van del buzón a la papelera, las sonrisas, las tarántulas, la piel, el color sepia, las toxinas, la sensación mitad pensamiento mitad agobio de importarte más la hora de llegar a casa que las personas que comparten tu mismo vagón de metro, las protestas, las voces, el último oso panda, los trocitos de porcelana que antes formaban un plato, las horas que se mueren deprisa y los segundos que parecen eternos. La presión del agua, el perfume que no se olvida, las miradas que matan, las palabras que se malinterpretan, todas y cada una de las canciones de cuna. Los secretos que se callan las baldosas y los azulejos, el cansancio de los trapos, la vida de los mineros, la falta de autoestima, un día sin comprar el periódico, el maquillaje para ocultar el terrorífico miedo a la vejez. Las visitas al médico, el edredón nórdico y las sabanas a juego con sueños, pesadillas y resacas, el techo y su cara de pocos amigos, despedirte desde un tren agitando un pañuelo, un piano desafinado, las preguntas sin respuesta, un asesinato sin resolver, los gritos que surcan el cielo con forma de palomas. La primera letra del abecedario, el incansable camino hacia el horizonte, nacer llorando y morir de pena, las partidas de cartas, los ojos morados, Riga de madrugada, la vista tan cansada como el alma, los domingos sin pisar la iglesia, la Iglesia pisando de lunes a domingo, los focos, las cámaras, la acción. Los terremotos y sus catastróficas consecuencias, el amor y sus malditas causas, la trágica y traumática infancia y adolescencia por la que tienen que pasar las mariposas. Los cuentos infantiles llenos de psicópatas. Las luces de neón, el humo, el ruido, la tormenta, el granizo en vez de en vasos cayendo del cielo, las vitaminas que huyen del zumo de naranja, el auge sin motivo de los latidos del corazón, el reuma, las melodías sin letra ni ritmo que quedan grabadas en algún lugar de nuestras memorias, el aroma del café, estar medio dormido mientras llueve, las tormentas de arena, la inquietante amenaza de los meteoritos, los gatos negros, el primer día de colegio, el rasgueo de cuerdas de guitarra, los garabatos, las espesas sopas de letras, las repetitivas noticias del telediario, los días de sol y playa sin playa ni sol.

¡Hagan sus apuestas!, una nueva dieta milagro, las chicas que sueñan con ser portada del Vogue, las bodas de plata, los pulmones que parecen ceniceros. El mes de mayo con el frío de diciembre, el alambre de espino y las coronas, los ratones que se visten de traje, los pájaros de fuego que explotan en mi mente, tu paladar que es mi techo, la lucha a muerte entre el cine en versión original y el doblado. Cada día de otoño, la ficción superando la realidad, los dragones chinos tatuados en tu espalda, el mercurio del termómetro, el verano en Marte, el mundo cuando parece coloreado por acuarela, las secuelas de la guerra, las trampas al póker, los amigos que se pierden, las mentiras que estallan como fuegos artificiales. Las canciones de los Beatles, los platillos volantes en mitad de la cocina, las tinieblas, tu luz, miles de golondrinas que sonríen. Las antenas parabólicas, las crisis económicas, las curas de humildad, las hogueras de brujas, las brújulas perdidas, las guías de las ciudades de Europa, las gaviotas que sobrevuelan el vertedero, el olor a mar, las algas nori, la inmortalidad de las medusas y de los antiguos filósofos griegos, las islas desiertas, los eclipses que se ven cada cientos de años, los agujeros negros, los átomos, las montañas, el deshielo, los infinitos nombres compuestos de los protagonistas de los culebrones. El Infierno está en la Tierra, la arena de playa que se escurre entre los dedos y no es más que tiempo. Los juegos de beber, las traiciones, los hogares, las sonatas de violín, los incendios forestales, Nueva York años veinte, el primer hombre sobre la Luna, el misterio sobre las obras escritas por Shakespeare, las profecías que si se hubieran cumplido el mundo hubiera finalizado mil veces. El efecto del fin del milenio, la cuesta de enero, el punto y final.

24.4.11

Estalactitas de humo azul.

Un segundo. Un minuto. Una hora. Pasa la vida y no me entero, solo veo cómo a ráfagas cosas que pasan sin sentido: hojas secas, escarcha, paredes. No sé lo que hay alrededor, pájaros negros que vuelan cuándo miro por la ventana, plantas que crecen por mis costillas, arena lloviendo del techo. A veces me siento acorralado, entre el frío, entre las horas, entre los días. Con mil planes inconclusos, con mil sueños pospuestos para un momento más tranquilo. Cierro los oídos para no escuchar los lamentos de las estrellas, los gritos de los grillos, los monólogos de los vasos de tubo. Cierro los ojos para no ver este cielo que cambia tan rápido de color, esta mesa cuyas patas no se tienen en pie, estás grietas que parecen irónicas sonrisas. Cuándo no puedo más me doy a la fuga y acabo preso del pánico, encerrado entre mis decisiones, en mitad de la jaula del desprecio, guardado en ese baúl sin fondo dónde nada importa. El hielo cuelga del techo, el frío me barre por completo. Las nubes de tormenta se arremolinan en el interior de mi cabeza y me susurran, me zarandean, me hieren. La luz no es suficiente, la oscuridad tampoco, todo parece menguar, todo parece ser tragado por un remolino que poco a poco va tragándose todo lo demás, dejándolo sin color y sin brillo, hasta que un día, todo desaparece por completo, sin cartas de despedida, sin flores, sin nada que dejarle a nadie. La música va sonando con solos de agonía, con la percusión del ruido de los zapatos al caminar, con los coros de un sucesivo amanecer, con la voz de un espíritu que, a merced del viento de un huracán, no sabe lo que va a ser de él, empapándose de la lluvia, sin nada que decir.

Un segundo. Un minuto. Una hora. Los corazones rotos se mezclan formando una lágrima llena de grietas, que cae eternamente hacia el suelo. Las bombas remueven la Tierra y el llanto la riega. El agua es barro. La radiación hace florecer rosas negras. Y entre tanto alboroto la televisión estalla en carcajadas, a la Luna le da por menguar hasta desaparecer del todo. El Sol nos intenta arañar con sus rayos. Y sin darnos cuenta nosotros también arañamos con garras afiladas. A veces sin querer el cristal se rompe contra el suelo. A veces un “no” deja una vida más marcada que la baraja de cartas de un tramposo. A veces las mentiras calman como la morfina. A veces soñar hace más efecto que las pastillas. Y muertos de la risa, mirándonos a los ojos frente al espejo, señalamos a la realidad mordiéndonos los labios hasta sangrar. Porque la realidad nos engaña, nos convence, nos atrapa. La realidad convierte al mundo en una árida extensión de tierra. Convierte la Luna en un satélite. Destruye el arte de un disparo. Borra la escritura. Nos convierte en estatuas grises que no hacen más que esperar a qué algo sea distinto. Caminando sobre dos piernas. Sin pensar. A la deriva.

Un segundo. Un minuto. Una hora. Y yo solo quiero un segundo. Un segundo más. Solo quiero marcharme a otro lugar donde siempre sea mediodía, dónde siempre haya tiempo para más, dónde las estalactitas sean de humo azul, dónde los mensajes vuelen en aviones de papel, dónde tus sonrisas sean mis tatuajes, dónde el dolor sea pasajero. Solo quiero un paraguas que me proteja de estos rayos y de estos truenos, de este dolor de cabeza que casi es un puzle. Solo quiero un final como el de las películas, volver atrás en el tiempo y graparme a tu cintura. Volver atrás en el tiempo y sumergirme en tu voz hasta que me revienten los tímpanos, hasta que la energía me sobrecargue, hasta que tu presencia me invada. Solo quiero una buena idea, algo concreto, algo cumplido. Escribir algo completo, algo que guardar en algún sitio. Solo quiero oír las olas desde la cima de alguna montaña. Solo quiero un segundo más, una melodía que estalle en fuegos artificiales. Solo quiero una realidad alternativa, un mundo paralelo, un día soleado.

28.3.11

Cristal.

El mundo gira, y cómo gira nos da igual. Más deprisa o más despacio, a la derecha o a la izquierda. El mundo gira pero nosotros no nos damos cuenta. Vagamos de un lugar a otro buscando lo único. Buscando perlas entre la arena, lluvia dónde siempre ha habido sol. Buceamos en el conocimiento y nos erigimos dueños de los secretos. Agujereamos la atmosfera y sonreímos embobados. Y si notamos que el tiempo pasa deprisa encendemos la televisión y desangramos nuestras neuronas. Cada mañana aspiramos a que los analgésicos sigan siendo capaces de hacernos olvidar, que calmen la sed que provocan determinadas heridas.

Los libros son cosas de locos, los poemas historias de terror. La luz de la lámpara no brilla, los espejos nos revelan lo que somos. Y somos iguales y también distintos. Similares y opuestos. Ecos distintos de la misma canción entonada. La ignorancia nos mece como el opio. Deseamos lo que desean otros, nos tienta lo que a otros les tienta. Y el dolor, el dolor siempre acaba asustándonos, mandándonos callar como el grito de un superior. Nos hace bajar la cabeza.

Nos perdemos en nuestros propios laberintos, nos creemos cualquier cosa que diga alguien que dice que sabe de lo que habla. Seguimos a las masas, chocamos escaparate con escaparate y no escapamos de su canto. El amor es un cuento, una estrategia publicitaria. El orgullo un virus. El miedo algo que corroe como la hiedra que aniquila los árboles del bosque. La muerte es la única certeza, el conocido al que si vemos no saludamos, es un martillo de hierro.

El claxon de los coches, las fabricas creando nubes negras, el cielo llorando ácido sulfúrico, las ballenas con sus estómagos llenos de barcos de papel. La vida está metida en frascos de niebla. Y todo envuelto en el atronador rugido de los reyes de nadie. Las horas pasan, los vasos se llenan con un líquido que nos traga, los segundos queman y los cigarrillos piden entre chillidos pulmones a los que mudarse. Y cuándo ya no hay nada más que decir, rostros malditos aparecen y se llevan a golpes la ilusión. Nos ciega la soledad, nos atormentan las decisiones.

Y todo esto se ve desde la venta, el cristal se empañaría de malestar si fuera capaz de ello, los rayos caerían hacía arriba, la Luna solo menguaría. Todo esto se ve desde la ventana, rebaños de ridículas puestas en escena, de retahílas de comentarios desafortunados tiñendo todo lo que rodean con la incomprensión de los demás. Y si sueñas con toparte con una mirada asesina, no te asustes si se te para el corazón. Si se te para al descubrir que nada es cierto, que nada es lo que parece. Si se destrozan los latidos al saber que dar marcha atrás es inviable, que olvidar es imposible. A veces lamentarse es lo único que pisamos al pisar los charcos, a veces lamentarse son las mantas que nos arropan.

Y nos preocupan más los estrenos de cine, que cada nuevo grito que se escucha a lo lejos. Y sin embargo, no me quiero levantar del sofá. No quiero fingir que algo ya me importa. Adicto a andar al borde de los precipicios, a mirar cómo se disuelve el arcoíris. Pegando la cabeza al cristal de la ventana y está frío. El ruido de fuera llega frágil, como la llama de una vela, como verse rodeado de dudas. Y el ruido de fuera es el de siempre. El silencio del que prefiere estar callado. La respiración de un mundo con fiebre, saqueado y roto, triste y marchito.

Desde la ventana hacia fuera la música perdió su magia, los gatos callejeros las ganas de dormir al raso, mil personas la cartera, mil fantasmas sus ganas de asustar. De la ventana para dentro el infierno pide clemencia. El teléfono no suena, hay fuego para todos los comensales. Lámparas de araña colgando de las costillas, montañas de veneno, horas muertas y enterradas, áridos campos de esperar a que germine una inspiración que nunca acude cuándo se la llama. Un amanecer cosido a la lengua, una pluma que no pinta, un colchón que se queja.

26.3.11

Locura al otro lado del universo.

Cada sentimiento encerrado en el vacío, cada dolor de huesos, cada triste espera. Las horas pasan y no sé qué decirle a nadie, no entiendo cómo romper la vida en trozos, como seguir en estado de espera. Las horas pasan y yo me siento más débil, más indeciso, tantas nubes de hojalata y yo con mis “ojalas”, con mis “nunca esperes”, con mi miedo a la espera, con mi música de fondo. El sueño empieza, germina, me aterra. Y no sé qué contestarle a tu reflejo, siento su ira, siento su aburrimiento, pero no sé qué decir, mejor no decir nada, mejor callar.

El mundo gira y me arrepiento. Me arrepiento de tantas cosas, de tantas palabras dichas, de tantas cosas escritas. Me arrepiento del no saber qué decir, del esperar eternamente, de rezar a oscuras. Me alegro de tanta poca consistencia, de medio mundo en llamas, de sonrisas de repente. Siento la electricidad estática, las voces, la envidia, el tedio. Siento las estalactitas en la lengua, el sonido de las olas, el ruido. Tanto ruido. Tanto ruido que estorba, que corroe los huesos, que regala miseria. Y la miseria, al no saber dónde estar, está en todos lados: en algún secreto, en cada barrio, en cada azulejo.

Y si me dejas a solas esto es lo que pasa, un huracán de tinta, un rio de sorpresa, un desafío incompleto. Las palmas de la mano me arden, la Luna me dice que pare al oído, el mundo es tan pequeño que me cabe en el bolsillo. Pero algo no está, no sé qué es lo que pasa, todo gira, todo tiembla. El sueño avanza, pero aquí estoy, a merced del clima, de la lámpara, de las ganas. La luz ciega, no escucho nada, todo es vacío. Pero una música suena, casi en la lejanía, casi por dentro de la piel. Una luz ciega, una música suena, un manantial de incertidumbre.

Camino solo, aunque sea por un rato pero solo. El color rojo cae. Cae y hace daño, tanta sangre tiñe el agua, tanta sangre difumina el alma, pero el corazón ignora. Ignora tantos problemas, se centra en otras cosas, en ser el centro. El color rojo cae y salpica. Salpica en las manos, salpica en la piel. Y deja huella, como al pasear por la arena, como al pisar barro.

Y dicen que al final nada queda, pero en mí quedan muchas cosas. Quedan todas aquellas miradas. Miradas que aún laceran la piel y el alma, que se impregnan de ganas de recordar, que están por todas partes. Me queda la zona contaminada que surgió al contacto con tu lengua. Me quedan todas aquellas horas muertas en pensar. En pensar en cada mentira, en que tus palabras son de cristal, en que tu contacto solo es ceniza. Y tu contacto es lo de siempre, quemaduras en la piel, demasiados rodeos. Y tantas palabras, tantas palabras que mueren con el contacto del parabrisas. Tantas brisas sin ti que para mí son solo viento. Tantas mañanas que no existen, tantos sueños que solo son pesadillas. Tantas lágrimas que no recuerdo haber llorado, tanta inconexión, tantos acentos, tanta falta de algo que no sé describir.

Y miro al suelo cada vez que camino, al otro lado la gente pasa deprisa. Tintinea la lejanía, dejando un rastro de palabras muertas, dejando la vista cansada, dejando el espíritu a la deriva. Tan cerca y tan lejos. Tanto espacio para luego tanto vacío. Tantas tinieblas en mi edredón, tantas preguntas sin respuesta. Y ¿de mí que queda? Los huesos rotos, los sueños por el suelo, los sentidos sin sentir. Y ya no siento, no siento este mal clima, no siento tu presencia, no siento tu aliento. No miro, fuera está lloviendo, fuera todo es fuego, fuera es demasiado lejos.

Demasiado lejos. Como un millón de estrellas a la redonda, cómo otra persona que sea como tú, como tus labios, como el horizonte cuándo intento agarrarlo con mis manos. El mundo se me viene encima, la Luna ya no sabe dónde esconderse, y solo queda una noche, una vela, un susurro, un adiós.

12.3.11

Vida&Muerte

-Dime ¿Qué me vas a decir a cerca del mal tiempo en los huesos? ¿De las historias de tanto carmín y tanta sangre que no se distingue el color rojo? ¿Qué me vas a contar de las heridas invisibles, de los cristales rotos, del silencio en las venas? ¿Qué me vas a decir que no sepa ya de ti? Si eres rabia, si eres locura, si eres muerte. ¿Qué me vas a decir que no deteste, que no soporte? ¿Qué me vas a decir que me emocione? ¿Qué me vas a decir para convencerme de saltar al vacío, de morir en tus brazos, de estallar para siempre?...

-Deja de mirar atrás,- contestó- deja de sentir el mundo como si no fuera parte de ti, cómo si una estrella entre la multitud del infinito no te perteneciera, cómo si tú tampoco sintieras este hambre que nos condena, esta lucha eterna que nos enfrenta. Este devenir de catastróficos sucesos que nos envuelve, que nos sepulta, que nos une. Ven, y destrocémonos el cráneo, mezclémonos con las sabanas hasta que nuestras pieles sean tejido y fuego. Escúchame, sígueme, desaparezcamos.

-No te creo, no te quiero escuchar. Cada vez que hablas la Tierra me traga y se atraganta con tantas penas. No me sirve la alegría, tus ojos me envuelven y me destrozan, tu perfume me altera y me calma, me atrae y me expulsa. No puedo confiar en tus palabras, en tus hechizos. No quiero escuchar, no quiero recordarte ni quiero perderte. No quiero seguir tu estela, no quiero chocar contra las rocas. No quiero saber de lágrimas ni de esperanza, ni de veneno y sed. Prefiero salir de aquí para que me abandones luego. Prefiero marcharme al otro lado del mundo, al Polo Sur. Prefiero pisar ascuas, tragar cristales. Lo prefiero todo antes de que me entierre tu imagen, que me mutile tus despedidas, que me odies. Lo prefiero todo antes que verme encadenado a tus costillas, que solo sea capaz de ver tus pestañas. Lo prefiero todo antes condenarme de por vida. Antes de beber pesadillas, de no hallar más consuelo que el insomnio.

-Pues cógeme la mano y avancemos por este camino plagado de obstáculos, sin gasolineras, sin cambios de sentido. Sigamos sin mirar que dejamos a nuestro paso. Sigamos sin mirar que perdemos, que es lo que olvidamos. Mirémonos a los ojos, helémonos de frío, hallemos refugio. Devorémonos cada noche de Luna, con cada día de sol. Que el océano sea nuestro techo. Cógeme de la mano y abandonemos el mundo, bebamos de la noche que nos cobija, que nos esconde. Cógeme de la mano.

-Déjame, aléjate de aquí. No me envenenes con tu sangre, no me regales la Luna. Olvida que existo, olvida que no te puedo olvidar. Que este dolor no cesa y no tiene sentido, que me aterra y me enorgullece según el día. Olvida que cada una de tus palabras provoca un terremoto, una explosión nuclear. Olvida que decir tu nombre me quema, me derrumba. Aléjate de aquí, mientras el tiempo transcurre, mientras el tiempo me arregla, mientras la marea sube y baja, en medio de la vida, apartado de cualquier rumbo.

3.3.11

¿Tú qué ves?

*

Pasa las horas solo, desde que le traían de la guardería hasta que, al atardecer, llegaban sus padres. Solía jugar con sus juguetes, juguetes que años más tarde acabarían rotos, perdidos o abandonados, recluidos en alguna caja, mecidos por el silencio del tiempo, cubiertos de polvo.

A veces cogía algún bolígrafo o rotulador y dibujaba sobre papeles algo que solo él lograba descifrar, que solo para él cobraban sentido. Eran rayajos, líneas de colores elegidas al azar, manchas de tinta, islas de color sobre un fondo blanco.

Otras veces dormía. Aunque al despertar no recordaba sus sueños si soñaba. Soñaba con rotuladores gigantescos que coloreaban con rayajos y extrañas figuras el mundo, un mundo que por aquél entonces solo comprendía la guardería, el camino de tres calles de ahí a casa, el portal, el ascensor y su hogar. Un mundo que cuando creciera tomaría forma esférica. Un mundo imposible de rodear con los brazos. Un mundo que como en sus dibujos también tendría tinta roja que mancha el suelo de las ciudades y las manos. Manchas de un azul que salpica, de un verde que se tala, de un arenoso amarillo que avanza, de un gris que sale de gargantas y chimeneas. También soñaba con dibujos animados que cobraban vida, se veía inmerso en los cuentos que le cuentan antes de dormir.

A veces, sus sueños iban acompañados de un continuo sonido, un tic tac que no se atragantaba con todos los segundos que tiene que masticar. Cuando dormía y cuando no, un reloj descansaba sobre la mesilla. Todavía no conocía las horas, el continuo consumir de un tiempo que al niño le parecía infinito. Pero años más tarde si lo conocería y el reloj daría agobio como si siempre le faltara tiempo, como si todo fuera tan vertiginoso como cruzar en un minuto una ciudad de noche. Y así, de haber cruzado la ciudad solo queda en el recuerdo luces difusas, amarillas, rojas, blancas y naranjas, y el sonido indescifrable del murmullo de un millón de voces.

Todavía no conocía muchas cosas que ya aprendería más adelante, y allí estaba en el centro de su habitación. Daba igual que afuera hubiera tormenta o el sol quemara, que dos trenes chocaran o que millones de estrellas dejaran de alumbrar. Los gritos y las noticias que luego sobrecogerían todavía no tenían eco; el estrés, las dudas y la desgana no tejían su tela de araña. Los pilares del mundo consistían en garabatos de colores, en canales de televisión, en la hora de la cena, en cada fin de semana. La alegría brotaba en cuestión de segundos. La tristeza solo existía momentáneamente y no dejaba huellas, no pesaba y se traducía por unas pocas rabietas y unas cuantas lágrimas. No había lugar para el aburrimiento todo era curiosidad. Curiosidad que luego tornaría en demasiada información, en un agrio exceso de conocimiento que a nadie le gustaría conocer.

Y allí seguía, jugando sin saber nada sobre la contaminación acústica, las facturas de la luz, las llamadas desde cabinas telefónicas, de perder el autobús, de caerse y no querer levantarse, de los trozos de porcelana de los jarrones rotos que solo arregla el tiempo. Tan lejos de la tabla de multiplicar, de la desilusión, de las tormentas de verano.

A años luz del deshielo del Polo, de visitar Roma. Sin comprender lo que supone un accidente de tráfico, lo que supone crecer y el temor a estar cansado. A la misma distancia de la cima del Everest que del fondo de la fosa de las Marianas.

Tan lejos del periódico, de los nervios y de los celos, de las hipotecas y del salario, de las sonrisas pintadas, de las malas rachas. De la continua lucha entre casualidad y destino, del peligro de la bruma, de las direcciones prohibidas, de los impuestos. Tan lejos de aprender que el “para siempre” es relativo y que “nunca más” es tajante.

Y ahí está, sentado en su habitación, sin pensar en todo lo que pensar implica, sin darse cuenta de que todos esos momentos solo serán una minúscula gota entre densas aguas de recuerdos. Y así sigue jugando, o pintando sobre un folio mareas de líneas rojas que se entrecruzan y retuercen, tan tranquilo, desde que le traen de la guardería hasta que al atardecer llegan sus padres.


*Obra de la imagen: "ILES QUÉN" de Antón Lamazares, litografías, ARCO 2000.

17.2.11

La salamandra de fuego.

Contaban que vivían en los desiertos más cálidos, en el interior de la Tierra y en el interior de los volcanes. Contaban que con el frío morían, que todo al contacto con su piel se prendía en llamas que el agua, difícilmente, podía apagar. También contaban que estaban condenadas a la soledad.

Muy pocos las habían visto alguna vez, los que las habían visto decían que era como si un montón de ascuas hubiera tomado forma de salamandra. De ojos rojos y brillantes que parecían humear. Decían que su sangre era lava y que su corazón era una llama. Vagaban por el fondo de las grietas más profundas, por la arena de los desiertos más tórridos en busca de compañía.

Cuándo son jóvenes salen a la superficie y ven con alegría la existencia de animales y de humanos. Pero al salir a la superficie ven como todo empieza a arder, como se causan incendios que espantan a los animales, que enfurecen a los humanos que se esfuerzan en luchar contra el fuego para extinguirlo. Las salamandras de fuego, muertas de pena, vuelven a sus escondrijos y se pasan en ellos siglos. Con los ojos cerrados, sintiendo el calor que el núcleo terrestre emana, soñando con animales y humanos, con compañía, con una llamarada que derrita la soledad que atenaza sus almas y que parece ignífuga.

Pasan los años, gira el mundo y el deseo de las salamandras de fuego de reencontrarse con alguien es tan intenso como beberse un agujero negro, una granada de mano sin anilla. Pero no vuelven a salir a la superficie pues saben el caos y la destrucción que causan. Y sigue pasando el tiempo hasta que un día por fin salen. Ven que cómo todo prende hasta que ya no hay nada que pueda arder. Entonces sienten el frío, como su piel se endurece, como la llama de su corazón mengua. Y necesitan calor pero también derribar la soledad y se niegan a volver a sus escondites. Medio enterrados caminan, escondidos debajo de piedras a la espera de encontrarse con alguien, mientras el frío se abre paso a través de sus cuerpos, perdiendo la vida poco a poco.

Cuentan que una vez hubo un grupo de nómadas descansando, el desierto por la noche era gélido y el viento soplaba con fuerza. Intentaban encender una hoguera, unos junto a otros. Consiguieron encender unas llamas pequeñas que solitarias bailaban al ritmo de la noche. De repente, la minúscula hoguera tomó fuerza. Las llamas se elevaron en el aire. El frío pareció desaparecer. Los nómadas, asombrados, empezaron a celebrar alrededor de la hoguera, cantando viejas canciones, riendo y contando historias.

En el interior de la hoguera una vieja salamandra de fuego veía maravillada toda aquella gente feliz de que hubiera fuego, se movía en círculos alrededor de la hoguera para ver, con curiosidad, lo que todos los nómadas hacían, para escucharles a todos. Tan llena de júbilo que mientras la noche transcurría se olvidó del frío que iba petrificándola poco a poco.

Al amanecer, cuando la hoguera se hubo consumido, los nómadas encontraron en su centro una piedra negra con líneas rojizas y brillantes. La salamandra de fuego había sucumbido al frío que para ella era mortal. Pero a cambio había encontrado no sólo su fin, sino el fin de la soledad que toda su vida había sentido. El fin de esa pesada presencia que siempre la había oprimido.

15.2.11

Todas las historias.

Déjame que te cuente la historia de cómo el principio y el final siempre eran el mismo. La historia de los pájaros de fuego que nacían en mis ojos y morían al contacto de tu piel. La historia de cómo las apariencias engañan, de barcos de veleros que viajan por el aire, de monstruos que se esconden debajo de la cama por miedo a qué les vean. La historia de cómo muero cuándo te recuerdo. Déjame que te cuente la historia de cómo el sueño desaparece por las noches y golpea al mediodía, de cómo el viento trae rayos y sus descargas hacen germinar flores eléctricas. La historia de una tarta que se deshace y un campo de césped que nunca termina. La historia de una noche merodeando alrededor de tu pelo, de cómo las palabras no salían de mi boca, de cómo nadie nunca supo qué decir. Una historia de mil páginas que se resume en una frase.

Déjame que te cuenta la historia de cómo el universo se deshizo en lágrimas y cómo desde entonces solo hubo lluvia de estrellas. De cómo la luna mira de reojo y no dice nada, de cómo las farolas por la noche marcan el camino, de cómo los vasos encierran el olvido. La historia de un reino en el que nadie quería reinar, de una princesa loca de atar. La historia de cómo los bosques dieron paso a campos yermos, la de los enjambres de personas que llenaban las calles de bullicio. La historia que sólo conocen los andenes y los camarotes, los compartimentos y las horas. La historia de cómo el tiempo pasa sin que tú pases de largo. La historia de las estalactitas de hielo que se pegan a los corazones. La historia de las estatuas de obsidiana que se alimentaban de ascuas. De cómo el brillo de tus ojos causa incendios forestales, cómo el diccionario se atragantó con tan pocas palabras, cómo la tinta nos mancho con cuentos.

Déjame que te cuente la historia de los extraterrestres que vinieron de visita y huyeron despavoridos. De cómo un dragón negro se quedó sin aliento. La historia de los terremotos que anuncian tu llegada, de las nubes que se cuelan en mi garganta, del granizo que crean tus labios, del desierto que queda cuándo te vas, de la música que crea grietas en las paredes, la historia de los colores de acuarela que hicieron que el mundo dejara de ser en blanco y negro.

Déjame que te cuente la historia en que un espadachín descubría las armas de fuego, en la que tres cerditos devoraron a un lobo. La historia en la que el héroe y el villano son la misma persona, la del espejo que refleja siempre el rostro de su dueño. La historia en la que las amebas se enamoran, en la que el mayordomo no es el culpable. La historia en la que el barco más grande del mundo se ahoga dentro de una botella de cristal.

Déjame que te cuente la historia de un mundo siempre en guerra, de una selva de flores moradas y rojas. La historia dónde todos mueren. Dónde Nunca Jamás era todo mentira, los niños perdidos al jugar al escondite, los piratas saqueando espejismos, los indios sin atreverse a bailar la danza de la lluvia. La historia dónde puedes elegir el argumento, los personajes y el final. La historia de los celos fantasma, de las tazas de café solo por las mañanas, de la ropa tendida al sol y los sillones mullidos. La historia en la que todo esto es falso y en la que no lo es. Déjame que te cuente la historia en la que tres mosqueteros son insuficientes, en la que la temible ballena blanca es la atracción de un zoo junto con hadas y faunos. La historia de la habitación del minotauro, de las rosas con espinas, de los días de tormenta. Una historia para cada día de agobio. Si necesitas terror o estrés. La misma historia de siempre o la que siempre intentas ocultar. Las mil y una historias que sirven para sobrevivir. Cada historia paralela. Cada cuento antes de dormir. Cada amuleto. Cada diálogo. Cada trama. Cada giro inesperado. Cada última página y cada primer capítulo.

2.2.11

Lo que hay debajo de las nubes

Todo es un vasto territorio gris, con manchas de azul y pinceladas de verde y amarillo. No hay nada más que lo que vemos, los espejismos, siempre acaban por desaparecer. Hay millones de ladrillos, de ambulancias y casquillos de balas. Millones de pétalos y de hojas por caer. Millones de lágrimas derramadas, jarrones rotos y huellas que solo borra el mar. Se escucha el murmullo de las voces, de las risas, de los gritos y los terremotos. Nos llega el eco de los coches, del despegar de los aviones y el piar de los pájaros. Nos sorprende a veces el amanecer, las noticias de los periódicos, una mirada entre un millón. Nos escarificamos la piel, nos tatuamos secretos, nos quitamos la vida despacio.

Cruzamos puentes y callejones, pasillos y fronteras. Escalamos montañas, dunas y escaleras. Olvidamos miles de rostros cada mañana, mil anuncios publicitarios, la radio y su canción. Y a dónde posamos la mirada, otro la ha posado ya. No queda nada por mirar, ni por pisar si lo único que hay es prisa. Prisa por acelerar la vida, por coger cualquier metro y autobús. Sentimos el frío cada invierno, la brisa en la costa, el calor en agosto. Recordamos errores y todo lo que se perdió. Vagamos por laberintos de calles, por carreteras que llevan a la soledad. Agrupados en grupos cerrados, en pisos y en nuestro interior. Hay alguien que suspira a cada lado, y alguien que ya no sabe que decir. Y es que si no hay asfalto hay barro, farolas que alumbran noches que no son para alumbrar. Nos vemos reflejados en el espejo, y parece que nos resquebrajamos. Luego tomamos aire y continuamos.

Alguien mira desde algún balcón, alguien escucha el tictac del reloj y siente agobio, muchos encienden la televisión. Es atronador el tintineo de llaves, y cada instrumento que llora cuando lo que quiere es gritar. La vida se escribe en una nota que se pega a la nevera con un imán. La rutina tiene forma de traje. El miedo a que no haya nada que temer. Se apagan las luces y se bajan las persianas. Nos preocupa la gasolina y las migrañas. Y cuando vemos a los pájaros emigrar algo de nosotros se marcha con ellos. Dejamos para otra ocasión hacer las cosas bien. Sentimos el contacto de las miradas. Nos refugiamos en el silencio, en folios y en andenes. Hay un momento en que al soplar las velas de la tarta dejamos de desear. Nos miramos a los ojos y comprendemos tantas cosas. Tantas que tenemos que esconder todo lo demás. Soñamos en colores de acuarela. Y despertamos, porque las cosas nunca son como deberían ser. Siempre hay nubes de tormenta en días soleados, siempre hay otoños que duran más de lo normal, el horizonte nunca se puede alcanzar. El atardecer ensalza las ganas de dar marcha atrás, y el descenso continuo de luz que brinda nos cobija en un instantáneo y diminuto cuerpo de cristal.

Las luces de neón, los campos de trigo y el retumbar de las pisadas, los gatos que viven ajenos a los titulares, los impuestos y el café recalentado al madrugar. Las arrugas que no se pueden camuflar, las noches sin dormir quedaron atrás. Ayer siempre fue el día preferido, el tiempo se disipa como cuando la niebla se va. Intentamos alcanzar unas cuantas metas, y hay veces que al caer no nos queremos levantar. Una noche estrellada es suficiente. Un regalo es sólo unos minutos más. Y cuándo queremos tirar los dados nuestro turno ha acabo ya. Acaba como acaban las buenas y malas historias, como se consumen las velas, como se liquidan las deudas. Y aún así todo seguirá igual. El mismo aroma a maquinaria y celos, a odio y pasión. En un mundo que rota y no se cansa, cerca de una Luna que de vez en cuando mengua para poder mirarnos de perfil. Y al final solo somos soplos de vida que cruzaron veloces por el tiempo. Una hora y un lugar sin destino fijo. Un arañazo en la piel. Una gota de lluvia que cae hacía un suelo ya mojado.

29.1.11

La envidia de los átomos

Rompiendo mi alma, descomponiéndome en partículas. Buscando en los posos de mi cerebro, absorbiendo cada pensamiento. Escondido. Atento. Decido decidir atravesarme la garganta con palabras que cuesta pronunciar, que se evaporan como el agua, que se disipan como la niebla al agonizar. Decido borrar mis huellas, seducir al mundo con promesas que me hago a mí mismo y qué no sé cuándo cumpliré. Imaginar futuros de cristal, olvidar pasados de barro, presentes difusos. Intentando agarrar el tiempo sin moverme del sofá, recolectar todas las estrellas, prenderme a tu pelo. Intento digerir mil discursos, mil consejos. Lanzarme a un vacío de defectos congénitos, de tristes miradas perdidas en mares borrosos. Arrojar los restos de mí a las fieras que ya están hartas de comer. Pierdo la calma. Me refugio en castillos de cartón. Pienso en la vida que se pierde a cada segundo. En los trenes que salen de los andenes. En las dudas. En las pocas ganas de querer arder y sentirme como si fuera hielo. Me disuelvo en las cenizas que camuflan cada lágrima.

Noto que se me echa el tiempo encima. Que pesa y mata. Que te agarra y te abandona. Noto que la lluvia dura y duele. Que cada rayo impacta. Las estaciones pasan. Pasan y se van y luego vuelven. Otras flores florecen en jardines y balcones, otra nieve nieva como siempre. Nada nuevo. Los mismos ratos muertos pasando veloces delante de mis párpados. La mirada perdida. La luz apagada. El horizonte tan lejano como tus pupilas y todo está tan sumido en silencio que parece la capa de polvo que cubre los muebles. Un silencio que hiere, que molesta, que traspasa. Un silencio que impregna las plantas de un grisáceo color mustio. Que llena el cielo de nubes de tormenta.

Y aquí estoy yo. Mitad recuerdo, mitad olvido. Mitad enterrado en la arena, mitad cubierto de incomprensión. Cada hora que pasa me deja una marca en la piel. Cada minuto sin ti me desgarra por dentro. Cada segundo como el anterior me ancla más y más al suelo. Me dicen que camine con cuidado, pero cada camino converge en el mismo recorrido de estupor, en la misma senda de desgracias, de noche estática, de música que suena a algo que nunca es lo que hay alrededor. Y yo espero, tendido de bruces sobre el tendido eléctrico, entre bosques de lápidas y hormigueros de personas. Espero a que el viento sople, a que el amanecer decida despertar, que todo cambié tan de repente que nunca me dé cuenta.

Sonríe. Alza la voz. Que nadie sepa quién eres. Grita. Desaparece sin decir adiós, invéntate otro sueño. Sé tinta en mi piel. Sé mis mejores agujetas. Mi peor problema. Vuelve cuándo quieras que yo seguiré aquí. Sumergido en escarcha y tinieblas. En una eterna espera de la que no espero nada. Discutiendo con estatuas. Echando sal al café y pimienta en cada herida. En plena combustión espontánea. Entre planes, calles y tazas de algo que acabe de un sorbo con la melancolía más absurda y con los nervios.

Las personas son amasijos de cicatrices encubiertas, de secretos a voces, de intenciones ocultas. Y cada momento que parece no terminar termina terminando como un golpe de platillos, como un choque de trenes. Y yo aspirando a salir de mis zapatos y parar en tu regazo. Observo como caen las hojas, como languidece la luna llena. Observo la envidia de los átomos, ese sálvese quien pueda que parecen pronunciar tus labios, la discordancia entre lo que me gustaría oír y lo que escucho. Observo el fuego enfurecerse y cómo no hay nada que hacer para terminar salir ardiendo, el movimiento de la marea, este eterno cauce de palabras que juega a expresar nada. El aroma de la realidad se expande pero mi olfato se contrae, pierdo los reflejos y me noto caer como una antigua Roma que se niega a entender, como cada nota musical desafinada, como cada llamada sin respuesta.