24.4.11

Estalactitas de humo azul.

Un segundo. Un minuto. Una hora. Pasa la vida y no me entero, solo veo cómo a ráfagas cosas que pasan sin sentido: hojas secas, escarcha, paredes. No sé lo que hay alrededor, pájaros negros que vuelan cuándo miro por la ventana, plantas que crecen por mis costillas, arena lloviendo del techo. A veces me siento acorralado, entre el frío, entre las horas, entre los días. Con mil planes inconclusos, con mil sueños pospuestos para un momento más tranquilo. Cierro los oídos para no escuchar los lamentos de las estrellas, los gritos de los grillos, los monólogos de los vasos de tubo. Cierro los ojos para no ver este cielo que cambia tan rápido de color, esta mesa cuyas patas no se tienen en pie, estás grietas que parecen irónicas sonrisas. Cuándo no puedo más me doy a la fuga y acabo preso del pánico, encerrado entre mis decisiones, en mitad de la jaula del desprecio, guardado en ese baúl sin fondo dónde nada importa. El hielo cuelga del techo, el frío me barre por completo. Las nubes de tormenta se arremolinan en el interior de mi cabeza y me susurran, me zarandean, me hieren. La luz no es suficiente, la oscuridad tampoco, todo parece menguar, todo parece ser tragado por un remolino que poco a poco va tragándose todo lo demás, dejándolo sin color y sin brillo, hasta que un día, todo desaparece por completo, sin cartas de despedida, sin flores, sin nada que dejarle a nadie. La música va sonando con solos de agonía, con la percusión del ruido de los zapatos al caminar, con los coros de un sucesivo amanecer, con la voz de un espíritu que, a merced del viento de un huracán, no sabe lo que va a ser de él, empapándose de la lluvia, sin nada que decir.

Un segundo. Un minuto. Una hora. Los corazones rotos se mezclan formando una lágrima llena de grietas, que cae eternamente hacia el suelo. Las bombas remueven la Tierra y el llanto la riega. El agua es barro. La radiación hace florecer rosas negras. Y entre tanto alboroto la televisión estalla en carcajadas, a la Luna le da por menguar hasta desaparecer del todo. El Sol nos intenta arañar con sus rayos. Y sin darnos cuenta nosotros también arañamos con garras afiladas. A veces sin querer el cristal se rompe contra el suelo. A veces un “no” deja una vida más marcada que la baraja de cartas de un tramposo. A veces las mentiras calman como la morfina. A veces soñar hace más efecto que las pastillas. Y muertos de la risa, mirándonos a los ojos frente al espejo, señalamos a la realidad mordiéndonos los labios hasta sangrar. Porque la realidad nos engaña, nos convence, nos atrapa. La realidad convierte al mundo en una árida extensión de tierra. Convierte la Luna en un satélite. Destruye el arte de un disparo. Borra la escritura. Nos convierte en estatuas grises que no hacen más que esperar a qué algo sea distinto. Caminando sobre dos piernas. Sin pensar. A la deriva.

Un segundo. Un minuto. Una hora. Y yo solo quiero un segundo. Un segundo más. Solo quiero marcharme a otro lugar donde siempre sea mediodía, dónde siempre haya tiempo para más, dónde las estalactitas sean de humo azul, dónde los mensajes vuelen en aviones de papel, dónde tus sonrisas sean mis tatuajes, dónde el dolor sea pasajero. Solo quiero un paraguas que me proteja de estos rayos y de estos truenos, de este dolor de cabeza que casi es un puzle. Solo quiero un final como el de las películas, volver atrás en el tiempo y graparme a tu cintura. Volver atrás en el tiempo y sumergirme en tu voz hasta que me revienten los tímpanos, hasta que la energía me sobrecargue, hasta que tu presencia me invada. Solo quiero una buena idea, algo concreto, algo cumplido. Escribir algo completo, algo que guardar en algún sitio. Solo quiero oír las olas desde la cima de alguna montaña. Solo quiero un segundo más, una melodía que estalle en fuegos artificiales. Solo quiero una realidad alternativa, un mundo paralelo, un día soleado.