27.10.10

Historias anónimas V

Desde que puedo recordar siempre he tenido un pensamiento: marcharme de aquí, ir a donde se pueda tener una vida, donde haya comida y agua. Mi aldea es pequeña, de chozas de barro diminutas. El agua está lejos. La gente suele tener alguna que otra vaca, si el tiempo acompaña cultivan algo. Hay veces que el calor es insoportable, y otras, sin embargo, el frío se abre paso y se aloja alrededor del corazón. Si miramos del pasado hasta ahora vemos que no ha cambiado la vida en la aldea prácticamente nada. Las mismas herramientas, las mismas canciones, el mismo dolor. Sin embargo si hay una pequeña diferencia, ahora en la ropa que llevamos aparece el logotipo de Coca-Cola o el símbolo de Nike. En las temporadas de sequía suele venir un gran camión que nos proporciona agua, aunque siempre es muy justa. Escuchábamos que en otras partes del mundo las cosas eran muy distintas, que había infinitas posibilidades para todos. Aquí no había nada de eso, aquí solo había lo poco que uno consiguiera. Miraba el suelo, medio resquebrajado, e imaginaba otra vida, en otro lugar, donde todo era diferente. Era un sueño, un deseo, un milagro.

Tras veinte años en la misma aldea, viviendo cada día igual al anterior decidí marcharme, huir, buscar ese lugar donde todo se cumplía, donde nada se acababa, donde todo era posible. Ahora estoy en medio del océano, rodeado de gente que me aprieta. Todo está en silencio. No sabemos si estamos avanzando o si simplemente estamos parados a merced de la corriente. Nadie habla, nadie quiere decir nada. Todos hemos arriesgado mucho. Hay poca comida y poco agua potable, pero si hay mucho miedo y mucha angustia. No hemos divisado ningún otro barco ni siquiera aves marinas. Todo lo que nos rodea es un mar que no nos da la bienvenida, un sol que no nos deja en paz, una luna que nos mira de reojo. No sé qué va a pasarnos como no lleguemos a tierra firme, cuando se nos acabe la comida o el agua. Tras dos días divisamos tierra, algo en nuestros corazones se agitó y se hizo grande como una tormenta de arena. Algo nos hizo sonreír: la visión del cambio de nuestras vidas, de nuestra suerte, de nosotros mismos. La visión de un sueño cumplido es algo extraño. Pausa y acelera el ritmo cardiaco al mismo tiempo. No sabes si reír o llorar. Se paraliza el tiempo y todo va muy rápido.

Saltamos de la balsa antes de llegar a la orilla. Tras varias horas buscando encontramos algo que nos hizo añicos, nos convirtió en astillas, en polvo, en vacio, en nada. Encontramos ese otro mundo. Un mundo formado por aldeas de chozas de ladrillo y cristal, por hambre y sed, por ruina y contaminación. A fin de cuentas, un mundo muy parecido al lugar de donde procedía. Sin embargo, su color de piel y el mío, junto con los recién llegados era distinto. Esa era la única diferencia. Aquí no hay oportunidades. Los sueños siempre son pasajeros, la vida pasa deprisa. El agua tampoco es para todos. La comida sólo si tienes dinero. El dinero si trabajas. Y no todo el mundo tiene trabajo. Lo tiene quien lo tiene, para el resto no hay nada. Es otro mundo, pero con el mismo tipo de miseria. Es otra sociedad, y es prácticamente igual que de la que huía. En mi aldea la tierra se resquebrajaba, aquí el hierro se oxida.

2 comentarios:

  1. Genial Mario, deberías hacerte reportero de realidades sociales y conflictos XD...o diseñador de campañas de concienciacion!!

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