Mostrando entradas con la etiqueta Serie Animal. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Serie Animal. Mostrar todas las entradas

4.7.10

El fin de los animales.

Ni tantos nombres de animales hicieron falta para olvidarte, ni tantas madrugadas de resaca.Como una estampida cruel e indecisa sobre qué camino tomar en plena medula espinal. Como una ola gigante que se despide del mar. Como tantas historias que me inventé. Como tantas verdades que no he sabido ocultar. Como este cielo azul cansado de ser cielo. Como este abrecartas que sólo espía. Como mis miles de bolígrafos sin tinta ni ganas de escupir letras y dibujos. Como mi falta de ganas de viajar por tu edredón. Como el viento, de tu boca a la mía y muerto por no saber qué decir. Como un elefante que no se tiene en pie. Como las tormentas que he visto. Como los anticiclones que espero ver. Como la luna vestida de domingo y como el sol vestido de traje oscuro. Como las margaritas que te cuentan el futuro al deshojarlas. Como mi increíble miedo a dejarlo todo como está. Como el remordimiento de haber matado. Como el alivio de confesar un crimen. Como el sabor de la sangre. Como el dolor de un golpe. Como las tardes lluviosas solitarias por Madrid. Como las noches que no puedo dormir. Como la arena de la playa. Como tu carmín. Como la vida que pasa y pasa pero no termina de pasar. Como el fin de algo que no acaba. Como el fin de los animales.

2.7.10

La imaginación de la tarántula y la ballena azul que da la vida.

Otra hora más debajo del agua. Otro minuto más camuflándome entre las sabanas. Creyéndome el rey del mundo durante un segundo. Volviendo a la realidad en tan sólo una fracción. Recortando tu silueta en mi mente. Pensando mil maneras de conquistarte. Ocultando la luna, aceptando las críticas. Intentando ser distinto y no conseguirlo del todo. Devorando el agua y todo lo que hay alrededor. Sintiéndome mejor cuándo termina de llover. Saltando al vacío de tu recuerdo y golpeándome al caer contra el duro suelo de tu ausencia. Perdiéndome entre sombras y saltos de longitud.

Abro los ojos, mis pestañas estallan en pequeños fantasmas que ya no pueden ni con su alma de cartón. Mis pupilas resplandeces y piden socorro. Mis parpados son de vidrio de botellas. Y sin ganas de sonreír, me trago el sabor áspero de no querer ni levantarme de la cama que pulula entre mis dientes. Mis manos se quejan y mis vertebras se resquebrajan, mis rodillas tiran la toalla, y nada sirve, ya no me puedo engañar con nada. Trago saliva, e intento desplegar mis alas de fuego y deshacerme de toda la escarcha que cubre mi piel. Aterrizo de nuevo en el mismo charco de aguas negras de odio pero, al menos, con un poco más de energía. Miro hacia los lados y mis muebles no tienen mejor aspecto que yo. Y las plantas, secas en sus respectivas macetas, me hacen querer plantarme y regarme diariamente hasta crecer y crecer mientras todo sigue girando. Sol y agua. Vida. Oxigeno. Y poco más, que no estoy como para gastar. Paso de las macetas a la alfombra, y de la alfombra al televisor. Una mueca de dolor, mejor me introduzco en el tocadiscos y bailo sobre algún vinilo cuya música me recuerde a otros momentos menos agrios, menos triste, con más sentido. Y sin consentimiento subo todas las persianas y entra una luz demasiado mortecina, como si un sol agónico hiciera un esfuerzo por no apagarse y seguir alumbrando. Y paso por debajo de la rendija de la puerta, y salgo a las ruinas que hay allá afuera, cubiertas bajo un cielo violeta, y una tierra gris.

Y no miento, ni tampoco digo la verdad, si mi voz se queja hasta cuando doy los buenos días. Si mi voz se parte cuando tengo que hablar de algo que no sea lo de siempre. Y por calles sumergidas en sonido de tambores y golpes de claxon, trazo con tiza tribales en los muros de ladrillo. Y si caigo en arenas movedizas, mis lágrimas se convierten en cuerdas de metal y sobrevivo por poco. Invicto pero completamente perdido. Victorioso en todo lo que no vale la pena ganar. Y las legañas me avisan de que la luna está que arde, y que los volcanes crean maremotos. Todo al revés en este terremoto de termómetros que no marcan la hora. Y no es hora de cabalgar a lomos de la desesperanza. Más bien es momento de gritar de descontento, de llenarlo todo de color y pirita. Y desangrarse lentamente al compas de la tormenta. Tiempo de navegar en trompetas de humo y orquestas de sonidos de insectos, de morir en una carcajada.

Y sin dinero en la cartera, ni amor en los bolsillos. Bebo chupitos de arena, y cacerolas enteras de magma. Y si se dejan el cuchillo y el tenedor, tiendo una emboscada a su cuello y como a mordiscos los retazos de su colonia. Y luego sueño tranquilo. Un sueño sobre una tarántula que con su imaginación nos crea, y una ballena azul que da la vida.

1.7.10

La jaula de grillos y el increíble miedo a soñar.

Viviendo en este tiempo paralelo a lo de siempre y perpendicular a una realidad demasiado afilada. Viviendo, despacio y deprisa simultáneamente. Y totalmente harto de estos barcos de vapor, y de este mal clima, de este colchón de clavos, y de esta boca de los deseos. Harto de la lluvia en la espalda y de susurros al oído. Harto del odio a la hora de la cena, del continuo sonido de las olas del mar demasiado lejos, la inmensa distancia que separa tus silabas tónicas de mis vocales, de los números malditos de las estadísticas que dicen que ya no te paras a pensar en mí. Harto del mundo y de su rectangular forma esférica, de los países y de su asfixiante trazado de las fronteras, de los colores repetidos en el mapamundi, de los errores que comento una y otra vez sin ser del todo consciente.

Y miro a mi reloj, y mi reloj está parado. Y me paro en seco y ya no sé qué pensar, si echarle la culpa al mal estado del suelo, a la luz ultravioleta, a que hoy no luzca el sol con demasiado brillo. No sé qué hora es y todo es muy confuso, medio difuminado, medio envuelto en bruma y chispas. Y pierdo el tiempo pensando en si darme cuerda o dar cuerda a mi reloj. Y pasan las horas, y lo que antes era invierno ha dado una vuelta sobre sí mismo y ahora es otoño, pero sigue girando, y tan pronto caen llamaradas de hojas anaranjadas y amarillentas de los árboles como hace un calor achicharrante. Y me rodean ahora muñecos de nieve a cincuenta grados de temperatura y épocas de lluvias en medio de este equinoccio, donde la suerte emigra a otras estepas pobladas por el azar y la elección.

Y no me decido, sin tiempo para más me aparto del sigilo y emprendo el vuelo, y salto de una taza de café a una botella de cristal. Y a la hora de la cena, devoro problemas acompañado de dolores de cabeza. Y el desayuno siempre es de madrugada, lleno de escarcha y ojeras, como mirarse al espejo después de despertar. Y el mal sabor de boca, los bolsillos llenos de notas con frases que no valen la pena y la cartera sin billetes ni monedas, sólo tarjetas que se quieren equivocar y nunca pagan nada. Y si salgo a la calle, migrañas de deseo se encadenan a mis pestañas. Y así no veo nada, porque la miopía me desborda pero a ti se te ve de lejos. Pero no te creas, que el horizonte también deslumbra, y en el umbral de la puerta escucho voces que cuentan historias. Y entre mis páginas abunda el desconsuelo, y también mis pocas ganas de callar cuando estoy en silencio, algún que otro atardecer, algún que otro secreto.

Y me introduzco en un panal de abejas, y si me pica la curiosidad cometo cualquier delito que no implique demasiado esfuerzo y así acabo en la misma jaula de grillos dónde los gatos negros regalan rosas, y donde los violines cantan desconsolados, donde la angustia se encuentra a gusto, y la pena se siente como en casa. Y en esta jaula nos miramos todos los presos y sentimos el mismo increíble miedo a soñar, las mismas ganas de estrellarnos contra los barrotes y gritar hasta que nuestra voz reviente en corcheas, y deje las calles envueltas en punteos. Y todo tan manchado de color que no se olvide.

Y no puedo olvidar, no puedo olvidarte. No es tan fácil decir que las estrellas mueren si lo que vemos es la luz que emitieron años atrás. Y no puedo dejar mi memoria en lugar seguro, ni dejarme caer en cualquier zanja donde la hiedra cause estragos a mi riego sanguíneo. Y llueve azufre, y de vez en cuando sale el sol. Pero ambos, nos resguardamos en nosotros mismos y así seguimos, llenos de odio y lapislázuli, devorando semillas de maldad y corcho. Sedientos de milagros y cambios de ritmo en las mareas que nos impiden navegar por estas aguas camicaces.

Y no me importa nada que mañana pueda ser distinto, ni que ayer expulsara fuego por la boca y miedo por los ojos. Tampoco me importan que mis muecas siempre estén jugando al despiste, y que mi camino sea un laberinto serpenteante y lleno de obstáculos. No me importa el norte, ni el sur. No me importa ese vino de doce años de reserva, ni que tus ojos sean la huella del destino y de la magia negra. No me importa atragantarme con el vacio que has dejado al dar un portazo, ni que no haya nada en la nevera. No me importa que la economía se retraiga, ni que tu piel de metal se distraiga y se mezcle con cicuta.

Y ya no tengo ganas de buscarme en el mapa, de saber si estoy en la cara oculta de la luna. No tengo ganas de seguir sintiendo hambre. De seguir malgastando tinta en describir ilusiones que se evaporan en un pestañeo. No tengo ganas de escudriñar entre la oscuridad y no ver tu perfume grapado al dorso de mis sabanas. Pero mi almohada no se queja ni el periódico dice nada, así que mientras tanto me acostumbro a rugir solo, y a saltar de azotea en azotea en busca de algo de que hablar. Y si la luna no me alumbra, cazo libélulas y brujas, dejando manchas de adrenalina y estrés en los tejados, y veneno y gasolina por las cañerías. Y si las cosas siguen como lo previsto entonces seguiré poniéndole trampas al destino, y desarmando a la lógica con páginas que no se pueden reciclar y con pensamientos extraviados, con palabras que quemo vivas, con letras cansadas de sonreír.

24.6.10

La tortuga que se resiste al paso de los años

Aspiro aire. Un latido. Dos latidos. Tres latidos. Expulso el aire. Un latido. Dos latidos. Tres latidos. Y no para de latir y es extraño, mi piel se ha convertido en hielo y mis huesos en piedra pero aún así mi corazón sigue latiendo. Sigue bombeando sangre. Maldita sangre. Maldita mortalidad y sus engaños acerca de paraísos y finales felices que sólo los necios creen. Y además ya no siento odio, ni tristeza, ni amor, sólo vacío, un inmenso vacío. Un vacío en el cual cabrían todos los océanos, y los ríos y los lagos. Todos los desiertos. Todas las montañas. Todas las personas. Un vacío que dentro de mí se extiende y que a la vez extiendo yo como un nefasto rey Midas que todo lo que toca lo convierte en vacio. Y entre gruñidos y quejas, y entre historias para no dormir y cuentos para no despertar, camino sólo por un camino estrecho y oscuro, y a cada paso que doy un trozo de corazón se me cae al suelo, que a su vez, al caer, se rompe en más y más trozos. Pero sigue latiendo, y a veces muy deprisa y otras muy despacio pero latiendo, como una tortuga que se resiste al paso de los años.

Y ha cada latido la vida se complica. Y a cada paso mis bolsillos se vacían y ya no hay hadas. No hay lágrimas ni nada fácil. Y la luz entra por mi ventana y me quema, y la noche acude y me apacigua. Y el tiempo me saluda y me dice que estalle en tigres de bengala y que salte al infinito y busque alguna perla en el fondo de un arrecife. Y que no calle más, y que devore la materia hasta reducirla a algo parecido a lo que soy. Un montón de nada. Un puñado de desilusiones hechas forma. Un gran vacío.

Y mis ojos rechinan al fijar la mirada. Mis piernas gritan de dolor al dar más pasos. Mis manos tiemblan de agonía y mi lengua busca quemarse viva. Pero qué más da que las estrellas no brillen, si las noches sin Luna tampoco están tan mal. Y si necesito más locura me estrello contra las primeras pupilas que me ofrezcan metadona y alcohol para mis innumerables heridas.

Y a pesar de todo, vas a seguir viéndome sonreír. Y alegrarme por este mundo que no funciona. Y por todas las palabras que tienen eco. Y por los posavasos que lloran. Y por los lobos que no saben navegar. Y con tanta prisa por naufragar no salgo ni del puerto sin llamar la atención de todos aquellos locos que, como yo, rasgan el suelo con las uñas y dibujan caos en folios negros. Y siendo un puzle al que le faltan tantas fichas pues mejor. Así es más difícil resolverlo. Y hay veces que hay que desangrarse a ladridos y con ganas. Para luego sentir la vida como penetra por las grietas y hace crecer las flores de mi techo.

Y tantos enjambres de mimbre que me han visto querer ser un insecto. Y tantas miradas de desprecio que se han fijado en mí. Y tanta vida por delante que no se qué hacer con ella. Y tantas mañanas sin saber nada del mundo que preocupa. Y tantas personas a mí alrededor que ni sé dónde están. Y tantos problemas que no me caben en la cabeza. Y tan poca suerte que no me arrepiento de nada.

Y no es invierno, pero tampoco debe de ser verano porque hay tantas cosas al revés que los ciegos ven y los búhos galopan. Y a cada centellada de truenos y lamentos sirvo mi alma en un granizado desesperado por salir corriendo y lleno de cansancio. Y mis neuronas tan viajeras como los cometas se van de mi cabeza y se estrellan contra otros planetas. Y soñando, soñando sueños que no le gustaría a nadie soñar llego hasta tu puerta y no llamo, vuelvo al mundo, vuelvo a la vida, vuelvo a los latidos, vuelvo a un tranquilo silencio que me hace olvidarlo todo. Pero tranquilo, que hace tiempo aprendí a abrirme las heridas y a cerrarlas cuando quiero. Y sin revolotear expando las alas y me marcho. Meto en sobres partes de mí. Y en escritos casi nada. Un pobre porcentaje porque la realidad supera a la ficción y de momento todo es real mientras no despierte.

23.6.10

El cazador de escarabajos y la musaraña que cree en las hadas.

Me pudieron los vicios y el vertigo. Me pudo el tiempo y tu sonrisa. Me pudo pensar que te creas que lo que escribo lo escribo por ti. Me pudieron los sacos de sueños que se me han ido rompiendo a cada amanecer. Me pudo el agua oxigenada en las heridas. Me pudo este mal tiempo, esta tormenta encallada en mi techo, este pastoso calor de verano y seguirte a todas partes. Me pudo la ruina de querer ser distinto. Me pudo esperar en la sala de espera a que pasara algo más que esperar. Me pudo la nieve y los barrancos atiborrados de chatarra y piedras preciosas. Me pudo descansar en tu regazo hasta mezclar mi duermevela con tu piel y tu respiración calmada con mis sueños. Me pudo el papel y la tinta. Me pudo el intenso color azul del mar y su infinita sed. Me pudo esta desesperación y esta hambre que no cesa. Hambre de arena y barro, de pienso y ovejas, de serrín y sarro. Me pudieron todos aquellos trenes que me guiñaban un ojo al pasar pero que no paraban. Me pudo ver sangre y tinieblas, unicornios en busca de trabajo fijo y promesas que estallaban de la risa con sólo pensar en cumplirse.

Y me pudieron tantas cosas que nunca volví a salir a la superficie. Y me pudieron tantas cosas que ¿qué es lo que me queda, qué es lo que nos queda? ¿Dónde están las palabras suficientes para describir mil años de locura en una fracción de segundo? Qué me va a quedar si tú no estás. Si el día es noche. Y las noches son demasiado oscuras. Y el dolor demasiado intenso. Y la luz chillona y ambigua me recuerda a la comisura de tus labios. Y vuelvo a querer ser piedra. Y me mato y revivo, y revivo y me descompongo. Me deshago en murmullos, en un aire demasiado dramático, en una fugaz estela de inconformidades y recuerdos que no cuajan. Y las estrellas ni se callan ni dejan hablar. Y tu mirada es un fusil que dispara y dispara. Y yo estoy cansado de correr, de no dormir, de no pensar, de no querer dejar pasar las corrientes de aire que me dicen al oído escapa, sal de dónde estés, cae por cualquier pozo sin fondo que te lleve a otro lugar dónde nada sea igual, donde las baldosas sean fuego y las lámparas alumbren en los días grises. Y sin pasaporte, ni fotos de carnet ni dirección, ni buena letra, ni figuras geométricas encerradas en una expresión de disgusto. Y con las costillas a punto de romperse me disuelvo en palomas blancas con pico y patas de hierro y también me disuelvo en el líquido de frenos que no deja de acelerar. Y sin esperanza, la poca que tenía la perdí en un pestañeo, por mi adicción al juego, por mi continua irresponsabilidad con todo.

Ahora mastico los segundos, y los deshago, y me introduzco en mi estómago y no dejo de llorar jugos gástricos. Ahora pierdo el tiempo queriendo crecer y crecer hasta darme en la cabeza con el universo. Y de una inspiración aspirar todo el oxigeno del mundo y dejar de hablar con una voz que no sirve para nada. Y atizar a las telarañas con un chasquido, y salir volando, estallar en salamandras volátiles, ser un reptil. Un cazador de escarabajos que no se cansa de sentir siempre el peso de la rutina sobre los hombros, la carga increíblemente pesada de tu presencia sólo en parte. Porque estás a veces cerca pero demasiado lejos, inalcanzable, al otro lado del mundo cuando te miro a los ojos. Te miro a los ojos y reflejan un muro de ladrillos. Y dime, el tiempo vuela, nada queda aquí, y tú siempre con la misma historia llena de agujeros y remiendos, cayendo en la indecisión de bruces, repitiendo los mismos errores. Mátame o mándame lejos, tan lejos que todo esto me parezca un sueño agitado, una pesadilla que con el transcurso del día desaparezca de mi mente y con ella sus secuelas. Porque ahí estas como una musaraña que cree en las hadas. Unas hadas ruines y malditas que entre ruinas y ceniza despliegan caos y extrañas historias de amor y sangre, dónde nadie se quería, dónde todo siempre acababa demasiado mal.

Y miro a la calle desde la ventana, y ahí está el cazador de escarabajos, con su pelo desteñido por el frío, con sus guantes de cuero que ni se inmutan con las noticias de los periódicos. Haciendo su función entre la monotonía de los atascos y aludes de nieve, entre trenes y balcones, y dinamita y ojeras. Y a su lado, casi camuflándose con la atmosfera una musaraña que cree en las hadas de alas de cartón y mirada desafiante. Y llorando ambos no se encuentran a tan pocos metros. Y con la vista cansada, y con la boca seca, sus corazones dejaron de latir. Les pudo el miedo, les pudo un mal día festivo, les pudieron frases malditas, chaparrones de silencio, lo mismo de siempre.

19.6.10

El gorrión atrapado en tu cuerpo.

Vivía deslizándome de tu laringe a tu faringe, esquivando rocas, palabras llenas de caos y mandrágora, ordenadores de sobremesa y sopas de espesa materia gris. Vivía en el hueco de la escalera, entre tu aorta y tu vena cava, escavando escarabajos y baúles llenos de lágrimas de diferentes colores, escavando coches antiguos y vida alienígena, retazos de pinturas rupestres en tu yugular y demasiada electricidad estática. Me colaba sin ser visto en la conexión de tus neuronas y desbarataba tus planes de marcar barajas, de salirte con la tuya y salir del mundo para rodear el universo con tus brazos y fundirlo, de agarrar el planeta Tierra y deshacerlo todo, desatar los cordones a la Luna, marcharte sin avisar, paladear espadas y trapecios, saltos de longitud y cantidades industriales de argamasa.

Y cansado de pelearme con tus pestañas, imprimo en mis retinas extrañas historias llenas de arañas que sonríen y me ofrecen tazas de café, de farolas que guiñan los ojos y piden permiso para alumbrar los charcos de gasolina donde se refleja ese arcoíris pirómano e infeliz. Y harto de arrastrarme por tu epidermis, tatuó en tu piel la historia de mi vida, un dibujo abstracto donde con óleos te relato mis secretos. Secretos de fuego que en espiral se mezclan con el odio y se devoran, y se chillan, y se hieren hasta deshacer mis pulmones. Secretos de una invasión llevada a cabo sin éxito. Secretos llenos de nuez moscada y pimienta negra disfrazados de efecto invernadero y de licor de manzanas envenenadas.

Y sin fuerzas para seguir buceando por tus venas, salto en paracaídas a tu hígado y no dejo de beber ron y tequila, y vodka y saliva. Y luego tengo visiones donde apareces envuelta en espuma de mar y arena, de alambre de espino y balas de cañón y en esas misiones sólo quieres morder y reír, y jugar y perder. Y yo me vuelvo loco a destiempo y tú desapareces y apareces a tu antojo, llenándome de dudas y calándome los zapatos de indecisión.

Y sin ganas de mover alguna de las fichas que se mantienen dignas en el tablero de ajedrez de tu lengua, me marcho a tus muelas del juicio a ver si consigo arrancar a su esmalte alguna sentencia de muerte. Y agarrado a tus encías, estrello mis sueños contra el interior de tus labios, dando un portazo, cayendo al vacio de tu garganta, arañando tus cuerdas vocales, acabo tan perdido en tu organismo. Tan perdido, que cuando contraes lo músculos para sonreír yo estallo en cristal y hojas secas. Tan perdido que voy dejando migas de pan por tus oídos para no intentar encontrar el camino de vuelta a tu corazón. Y loco de atar y medio ciego, grabo a fuego besos y celos en cada hueso de tus manos, y construyo un gran puente colgante que une tus ojos a mi mente, y así siempre te veo volar y gritar hielo negro y sangre.

Y me arranco las plumas de mis alas contra tus costillas, aunque sigo siendo un gorrión atrapado en tu cuerpo. Buscándote, buscándome, enjaulado.

11.6.10

La macabra sonrisa de los quebrantahuesos

El viento me daba en la cara, tan frío e intenso como un beso sin amor. Y en vez de despejarme las dudas, me dejaba estancado en el mismo punto sin retorno, sumergido entre las mismas mareas de recuerdos tan amargos como es mirarte y perder la sonrisa, como saber que en algún punto, el camino se bifurca, como la coca-cola sin ron y tus pestañas sin tormentas. Y sumergido en recuerdos, recuerdo recordar que seguir aferrado a tu estela no es una buena idea, que seguir aferrado a tu imagen no me mantiene casi en pie, que me salen caries si mastico tu aliento de dragón. Y perdido entre oasis de tijeras y materia gris, me distraigo y acabo perdido en tu regazo para luego deshilarme y acabar hecho un ovillo entre tus tacones. Y a grandes zancadas sobre tu piel no avanzo un paso, y el paso a paso no lleva a ninguna parte.

Y me pierdo y me confundo, y me distraigo, y no se reaccionar, porque el viento me golpea y luego se va a otra parte, y cuando se cansa vuelve, y cuando quiere me hace compañía, para siempre marcharse otra vez y dejarme hecho ascuas, hecho turbia agua que no se adapta al vaso. Y sigo navegando entre mares enrabietados de memoria, intentando zafarme de su presencia helada, y sin conseguir avances, clavándose en mis parpados, grabándose a fuego en ellos imágenes tan antiguas que puede que fueran de ayer. Un ayer donde la sangre corría por mis mejillas, y dónde la Luna era un misterio, dónde el viento no existía, dónde la calma estaba impresa en las paredes del cuarto.

Y a estas horas no doy una, mezclando ganas de matar con ganas de dormir en el mismo coctel lleno de agujeros, y viajando sólo, tu boca es un precipicio por el que es mejor no caerse, y con un esguince en cada sueño, y con las piernas rotas mis ideas, me enfrasco en frascos de veneno y suspiro toxinas. Atragantándome con prisiones para gatos, y castillos para nadie. Escalando muros lisos, abrazando cactus que sólo son espinas que se me clavan. Mirando al Mundo desde otra perspectiva. Deshaciéndome, desfigurándome, deformándome, cansado de seguir odiando al odio, de que la mejor defensa sea un buen ataque. Naufragando en esta tierra de locos y sin querer saber nada de mañana me paso la semana próxima bebiendo agua salada y devorando alas de palomas. Y sin poder volar y tú echando el vuelo, decido refugiarme de esta lluvia de piedras en cualquier lugar, y el té verde sabe a té rojo, y la noche a lluvia, y el amanecer a tensión. Y entre tus dientes burbujea la desesperación de en realidad no saber nada. Y entre mis costillas brotan gaviotas con pistolas dispuestas para disparar a cualquiera que se acerque. Pero no cierran el pico y yo me vuelvo loco, y hasta el viento parece que no duele tanto al contacto con la piel, hasta parece que es mejor seguir jugando al escondite. Y enjaulado en una cesta de mimbre me da calambres cuando llaman al timbre, y escupiendo tuercas y tinta china escribo palabras mecanizadas que echan a correr y se escapan y llenan de fango los edificios y de ácido sulfúrico los restaurantes. Y yo escapo y termino calado de indecisión en el laberinto musgoso y tristón de todos los días, ciñéndome hasta la asfixia el peso de la atmosfera, la inconexa lógica de lo que no digo, el suave murmullo que me impide dormir por las noches, los sueños que no son sueños, las alucinaciones felices, la realidad paralela donde el café es agua y el sol está a punto de fundirse.

Y la macabra sonrisa de los quebrantahuesos es demasiado oscura. Tan oscura que no me deja ver, que la niebla se asusta y los monstruos lloran. Y escuchar llorar a tantos monstruos da hasta pena. Y sin poder gritar ya, con la voz desgarrada y llena de moratones, con las pupilas del revés, y sin saber nada del espíritu sigo cosiendo mi tela de araña artificial. Sigo creyendo en los mismos fantasmas que sólo veo yo, y sin poder saltar muy alto, sin poder resistir la continua influencia de la marea, recordando haber sido distinto en algún lugar hay alguna tormenta eléctrica, alguna invasión inventada, algún reloj con insomnio, algún libro al que le faltan paginas por leer, algún nuevo rasguño por hacerse, algo nuevo que decir y algún que otro secreto por desear no conocer.

3.6.10

La mirada asesina y la medusa rota.

El mundo seguía girando, impasible, dejándonos casi sin segundos para reaccionar. Libres y cautivos, perdiendo el tiempo, partiéndonos el corazón. Libres y cautivos al mismo tiempo, deshechos por la bruma, ciegos por la indecisión. Y cuando miraba a las estrellas las estrellas no me devolvían la mirada porque sus ojos de fuego y cristal no entendían de miradas, su campo de visión era demasiado amplio para fijarse en detalles. Y cuando miraba al mundo no lo veía girar, sin embargo giraba, y a gran velocidad como si no le importara lo que pasara dentro de su coraza de atmosfera y nubes. Y los trenes no venían y las cartas se extraviaban y las sonrisas no existían más allá de las doce. Todo era porcelana a punto de romperse.

Y las calles, invadidas por mareas negras de lágrimas y tensión, y del continuo repiqueteo de relojes y sirenas, de cambios de clima, de facturas de luz, se hacían tan estrechas que el paso se hacía imposible. Y achicando agua en el desierto de sus ojos no había razones por las cuales no prenderse fuego, y volar donde las briznas de hierba no me asfixiaran, donde su perfume no me convirtiera en piedra. Los semáforos cubiertos de cartílago escuchaban la sonata que acompañaba a las agrias historias, aquellas donde la vida pasaba deprisa, donde aferrarse a los guijarros no eran buenas opciones, donde volverse loco terminaba siendo contraproducente. Aquellas historias de una mirada asesina y una medusa rota que por más que nadaba la mirada asesina era demasiado asesina. Y la amnesia, harta de llorar, se olvidaba de beber champagne a solas para al ver las horas pasar no echar de menos. Y la medusa rota, sin tiempo ni espacio, ni ninguna dimensión por la que vagar a oscuras. Y la mirada asesina, jugando a asesinar, a veces conscientemente otras veces no hacía más daño que millones de esquirlas atravesándote el cerebro a la vez. Y la mirada asesina no dejaba de revolotear y de mirar, y de guiñar, y de saltar de azotea en azotea, dejando pestañas como recuerdo. Pero siempre, desapareciendo entre estampidas de botellas vacías y sonido de pisadas, dejando a la medusa rota más rota todavía.

Y en el desván del fin del mundo una gran hoguera invitaba a los transeúntes a saltar al fuego, y una gran tetera prometía quitar la sed. Pero la medusa rota, sin sed ni venas, sólo sentía hambre y un terrible vació. Y sólo comía tornillos y lana, y su corazón era un agujero negro que absorbía tumores cerebrales y resfriados. Y alejada la medusa, allí, en ese lugar cuya calma siempre era sospechosa, no podía dejar de romper espejos y abrirse en canal, y llenaba de brechas el horizonte, y de hematomas el furioso foso donde convergen celos y pasión. Y su garganta, atravesada por mil espadas lloraba lágrimas amargas con forma de clave de sol. Triste melodía con exceso de sal y día gris, y al desangrarse lentamente todo cobraba tanto sentido que abrumaba, como abruma estar entre demasiada gente y no poder ni moverse, como abruman las respuestas que no gustan, los momentos de decir la verdad. Y la medusa, vestida con una camisa de fuerza hecha a medida escribía sin tinta en el oleaje un mensaje de socorro. Y un océano intoxicado y cruel borraba el mensaje y se reía llenándolo todo de espuma y de algas.

Y a años luz del desván del fin del mundo, una mirada asesina feliz y despreocupada recorría con su lengua de plata el suelo lleno de cristal y pelusas de una vida que podría haber sido sino mejor completamente distinta como la montaña rusa que sube y baja, mientras gritos y adrenalina explosionan en las vertebras. Y la mirada asesina, sin sueños que soñar, miraba a una primavera, y se acercaba y se alejaba, y a su alrededor todo moría, para luego, sin decirle nada a nadie darse la vuelta, echar a correr y devorar al invierno. Y a su paso brotaba un signo de exclamación, y la estela que dejaba fumigaba la alegría, causaba el caos.

Y a tanta distancia, una mirada asesina languidecía en secreto y una medusa rota caía por el pozo sin fondo del misterio y del siguiente día.

29.5.10

Sleeping Lizard

Me cuesta hablar, me cuesta respirar y dar los buenos días. Vivo con costillas oprimiéndome los pulmones y con hiedra venenosa grapada al dorso de las manos para no poder agarrar las corrientes de aire que buscan sepultar de un soplido mis sueños. Y mis ojos de obsidiana gritan en silencio llamaradas de fuego y olas gigantes que barren las playas de tierra muerta y arrasan a los cangrejos que caminan en línea recta y en paralelo con el sol, y lo deja todo cubierto de algas verdosas que no paran de vender baratijas de latón y cubiertos de estaño. Y además lloran lágrimas saladas que me agrietan las mejillas y tienen vida propia. Y en cuanto se separan del lagrimal echan a correr y secan mi jardín, donde planto colmillos de lobo y árboles que miran con sus telescopios a la Luna y planean planear a otros jardines donde se les riegue más a menudo. Vivo con un reloj de cuco por corazón que tiene claustrofobia y un terrible miedo a volar. Pánico a las alturas como mis ganas de subir otro escalón. Y este cuco no se calla y además señala siempre la misma hora porque siempre es madrugada en mi corazón, que se contradice con mi cerebro porque en ese amasijo de células muertas y cuarzo siempre es hora de resaca. Y no puedo salir corriendo, porque mis piernas son patas de madera y todo son hogueras de verano, y si mi aventuro a poner un pie fuera del tiesto estallo en astillas y no me pueden reparar ni los astilleros.

Por eso encaramado al techo del cuarto me siento como un lagarto harto de sentir frío, harto de no poder camuflarse, harto de su lengua bífida, harto de sus escamas cubiertas de cicatrices y ceniceros donde se apagan las antorchas de los que no se quieren quedar a oscuras.

Y entre ascuas el lagarto lucha con el clima para volar y estrellarse contra el cielo y caer desamparado en un torrente de agua brava que le lleva a otro lugar dónde cobijarse de la lluvia no sea un problema, donde alimentarse de promesas y quizás, de deudas, de vicios, de luz artificial y de ganas de arder no sea necesario. Pero el lagarto no puede despegarse de su techo, no puede tomar el sol tumbado en una piedra y esperar a que el mundo gire tan deprisa que salgamos todos disparados contra la sonrisa del universo y cayendo en miradas traviesas naveguemos por agujeros negros y planetas habitados por el misterio y por las naves espaciales llenas de recuerdos. El lagarto se encierra en sí mismo, en ese chaparrón de arenas movedizas que tiene en lugar de órganos vitales, donde se resguarda de los copos de nieve cuando el vendaval es tan amargo y tan lleno de hierro oxidado que más vale no jugar al escondite. Tiñendo su sangre de negro como si quisiera devorar la noche y digerirla en un abrir y cerrar de ojos, para que tiempo y espacio fueran deshechos por sus jugos gástricos. Y sin tiempo ni espacio todo sería devorado a la vez por el lagarto y así todos los problemas, todo el griterío, todos los enjambres de coches y electrodomésticos, problemas de autoestima y agujas que hacen algo más que pinchar estarían atrapados en su estomago.

Y sigo sintiéndome como ese lagarto loco y dormido que cuando llueve cristal enseña sus venas, y cuando amanece araña al tenue color anaranjado del cielo y lo hace sangrar. Y la rabia que habita en él grita y el dolor aumenta, y la alegría hiberna hasta el verano y el dolor de muelas es un pasatiempo pasajero que se puede retomar cada mañana, y los barcos de papel no sirven de ayuda y las señales de tráfico son difusas igual que las pestañas de lo mismo de siempre, que no varía y que se difumina con la rutina y se mezcla con el aburrimiento para derretir neuronas y quemar vivo al espíritu.

Sigue dormido el lagarto, en algún lugar de mi cuerpo, donde la piedra, el papel y las tijeras se han cansado de luchar, pero se traicionan a la primera oportunidad y se rugen y se mienten y se aman y se odian, porque la soledad les hace hacer cosas inexplicables. Oxida las tijeras, pulveriza la piedra, arruga el papel. Y con ello la soledad me metamorfosea al lagarto y el lagarto aún así no vuela y sigue en el techo contando baldosas y babosas, y jarrones con rosas negras que no saben tener buenas conversaciones, sólo vomitar gramófonos donde gira el vinilo de la Muerte cantando y rogándole a la Vida que no se escape de entre sus manos y que le abrace para que se fundan en la misma tarta de cumpleaños sin velas, en la misma carta extraviada con información crucial cargada de impresiones de las retinas, y de retiradas de ejércitos invasores…