Cristales rotos y el mundo sin
voz
sepultados por ramas.
La demencia de todavía
sentir la sed.
No nos
dan alas ,
eres mi escondite.
Incontables mares sembrados, hielo,
hielo, hielo.
Y las bocas tragando bombillas encendidas,
El baile es eterno
alrededor de hogueras ,
la agonía detrás del cabello,
el jersey nuevo hecho añicos.
No
hay nombres para acallar los ruidos.
No hay noches suficientes. No hay. No hay laberinto como tus
labios y los peces
siguen dormidos. Comienza
la tormenta con tus manos
cubriéndote el rostro, las lagunas son de hormigón,
me atraviesan
alambres y gentío, alambres y gentío,
y entre el mapa
no se encuentra el
desastre de colores mal mezclados.
Hay hambre y desafíos, y la rabia
de noches y días saltando desde el balcón. Rocíame con tu voz,
hazme un hueco. Mi
vuelo no es el del halcón
va más
allá de esta estepa, estela, libélula de metal.
Se cumple la profecía
del cambio de hora, el
corazón lleno de arena, la plegaria
choca contra el cristal.
Y
las correas
como collares de perlas, los escaparates, la locura. Gira.
Es azul el estallido y es eléctrica la espera, vienes ya, te
siento,
el amor discreto, la pasión que tiene el
puñal y la piel.
Hay un adoquín por paso, una garganta
lleva de postes de teléfonos. Estaciones
de tren
para deprimir a un continente.
Suficiente ira, suficiente madera. Mi sombra dentro
de un sobre con un sello y una
dirección.
Allá va,
se queman las sartenes, amanece, se rasga
el vacío de esperar a despertar.
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