6.10.10

Historias anónimas III

Se mira al espejo más tiempo del normal, intentando absorber su reflejo, entrar en su memoria y así verse cinco años más joven. Y así durante un ratito cada día vuelve al pasado y evita haber malgastado tantos años, haberse causado tantas heridas y destrozos, tanto miedo, tanta angustia. Luego se maquilla, se pone unas gafas de sol que casi le cubren la cara entera, y sale a la calle como si fuera una débil ráfaga de aire que no tiene fuerzas para seguir su camino. Casi como una triste melodía suena el eco de sus pasos por las callejuelas mientras cumple con su rutina. Y una lágrima asoma entre sus ojos cuando ve sonrisas entre los transeúntes, cuando ve vidas que no son un infierno como la suya.

Tras un rato haciendo alguna que otra compra vuelve a casa casi arrastrándose entre las cadenas invisibles que se cierran sobre sus muñecas y tobillos, cadenas que queman y que pesan, que se abren pasó por la carne hasta llegar al alma. Llama al ascensor con la mano temblorosa del que teme lo que pueda ocurrir si camina por un campo de minas y con el gesto resignado del que acepta ser devorado dentro de un laberinto. Sabe los segundos que hay desde que llega el ascensor hasta que sube a su piso. Cada segundo es como una punzada de dolor en el costado, y cada metro que sube el ascensor más y más mengua ella. Entra a su casa y deja las llaves en el mueble de la entrada, se escucha con facilidad la televisión encendida. No le ve, pero sabe que su marido está en el salón, delante del televisor. Él ha oído el sonido de la puerta pero no ha saludado, hace tiempo que no tiene ojos para ella. Hace tiempo que a medida que las botellas se vacían más aumenta su furia y su enfado con todo y con todos, y cada día más botellas se vacían, y cada día más furia se abre paso por su sangre.

Ella rápido hace la cena y pone la mesa, intenta que nada de lo que haya provoque su enfado. Él se sienta con un suspiro y fija la mirada en el plato vacio. Ella sirve la cena. Justo cuando se sirve ella escucha el estrépito del plato rompiéndose contra la pared seguido del vaso y los cubiertos. Tira además la silla, la olla con la comida, el plato de su mujer, la jarra con el agua. Vuelve al salón sin dirigirle una palabra. Ella sollozando se consuela que esta vez por lo menos no ha habido golpes, ni insultos. Y con la espalda apoyada en los azulejos de la pared y sentada en el suelo, entre los cristales y la cerámica; los restos de comida y la mala fortuna que inunda todo el hogar vuelve, sin mirarse en el espejo, al pasado. Piensa en su marido, en lo mucho que cambió. Las palabras románticas y los poemas dieron paso a una agresividad que en privado era capaz de hundirla en un abismo oscuro. El afecto tornó en veneno. Piensa también en lo que ella ha podido hacer mal, piensa tantas cosas al mismo tiempo que ni sabe que pensar. Nunca se imaginó en esta situación, en un túnel oscuro, aislada.

Recoge todo y limpia la cocina. Cuando acaba se pone apoyada en la puerta, con una mano en el manillar y la otra en la cadera. Mira la cocina, ahora más tranquila, con la respiración calmada que hace acto de presencia después de haber llorado. Se da cuenta de que hay un pequeño trozo que se ha olvidado recoger de uno de los platos rotos. Lo mira atentamente como si fuera su propia vida, algo que tenía forma y de repente, con un gran golpe, se rompió en varios pedazos. Algo que una vez roto sería muy difícil arreglar. Después de unos minutos, apaga la luz, respira hondo y se marcha a dormir.

7 comentarios:

  1. emocionante, vibrante, valiente...impresionante¡¡¡¡¡¡

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  2. Da igual que recursos literarios (o como se llamen) utilices, siempre consigues emocionarme!

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  3. ¡Sublime! Nos metes en ese ascensor subiendo hacia el infierno y todos somos ella...

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  4. UN SEEGUIDOR DEL BLOG9 de octubre de 2010, 18:19

    Excelente narración breve de la violencia contra las mujeres.

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  5. Me encanta el símil con el pedazo de plato roto... Buen relato^^

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