14.10.10

Historias anónimas IV

Teclea a toda velocidad sin mirar las teclas. Da igual, no se equivoca. Su mano derecha va del ratón al teclado, sin descanso. Desde que se levanta se sumerge en un mundo sustentado por internet, juegos, páginas, redes sociales, foros, chats, que nunca cesa, siempre está activo, nada duerme. Y ahí, en ese mundo infinito y virtual pasa su vida, mientras, alrededor la vida real se expande y se contrae, y avanza, sin que él se percate. Para él, el tiempo consiste en el tiempo de conexión, la comunicación en palabras distorsionadas y privadas de las vocales. Salir de casa es entrar en alguna página web, el clima no sé siente y el oxigeno no se respira.

En su escritorio el polvo se atrinchera y latas de refrescos y platos sucios se acumulan, algún bolígrafo agoniza, algún folio en blanco reclama una atención que nunca recibirá. El suelo lleno de cables recuerda a decenas de finas serpientes negras retorciéndose y asfixiándose unas a otras, la luz del techo ya nunca se enciende. Suena el teléfono pero no lo atiende. La vida pasa, no se detiene. Nadie llama a su puerta y las plantas se marchitan, se mueren dejando el vestigio desatendido de sus cuerpos sin vida.

Se acuesta y al poco tiempo se levanta. Se conecta a ese inmenso corazón, cerebro y médula espinal multitudinaria. Ese nexo con el mundo. Esa puerta que para él lleva a un hogar donde la soledad no existe, donde millones de personas se encuentran, se hablan, comparten cosas. Esa biblioteca, esa fuente que emana sin descanso información, ese cine, esa radio, esa televisión, ese álbum de fotos. Sin embargo no se da cuenta de que ese nexo con el mundo es una pantalla, una torre, un disco duro. Piensa que no está solo pero no hay nadie a su alrededor, no hay amigos, no hay conocidos, no hay familiares. En ese mundo irreal no hay nadie que le conozca, que pueda acudir en su ayuda. No se comparte nada material. Tiene todo, y a la vez, no tiene nada. Se cree vivo, pero al igual que sus plantas se marchita. Privado de los placeres de ir al cine, de pasear por la calle, de sentir la lluvia, el frío o el calor. Privado de sentir la presencia de otro por sentir la nada de la multitud cibernética. Privado del tacto de las páginas de los libros. Privado de viajar por hacer viajes a cualquier parte sin moverse de la silla.

Sigue tecleando ¿es invierno o es verano? Sigue navegando por la red que le tiene atrapado, por el mundo que le tiene absorbido. Su biografía es un historial, su rutina unos cuantos clics con el ratón, memoria no necesita, su legado el hueco que dejará en su silla. Sigue tecleando ¿es de noche o es de día? ¿Hace cuánto que no ha comido? Sus ojos enrojecidos y su respiración entrecortada, sus huesos marcados y su palidez extrema, su aspecto desaliñado y su barba poblada, su vista es lo que aparece en la pantalla y su tacto ya ha borrado las letras de las teclas. Enterrado en internet y en diversos programas, sucumbido a un mundo donde muchas cosas están al alcance, ya nunca tiene ni sueño ni sueños. En internet su perfil está sano, en los buscadores se mueve rápido. Casi ni pestañea pero si se extraña, su ordenador está bien pero él no. Las letras del ordenador se entrelazan y se difuminan, parece hundirse en la propia superficie de la pantalla. Escucha un zumbido que no viene de ningún sitio, un dolor en el estómago, el pecho, en las sienes. Intentando no quedarse inconsciente, las manos sin querer aprietan teclas, teclas que apagan el equipo. El ordenador se apaga, él se apaga sin posibilidad de volver a iniciarse.

Pasan días, semanas y nadie sabe lo que ha ocurrido. El mundo real y el virtual avanzan, la vida sigue. Los que son amigos se encuentran, los conocidos se saludan, la familia se apoya. Un día llueve, otro hace sol. Se estrenan nuevas películas, un avión aterriza otro despega. Un ordenador se enciende, otro se apaga.

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