11.12.10

Historias anónimas XI

En el séptimo piso, un hombre mayor se dirigía, cansado, hacía el salón, sin levantar casi los pies del suelo. Andaba despacio y un poco encorvado, como si ya empezara a ceder ante el peso de los años. Al llegar al salón toca el radiador con la mano y la retira rápidamente. Luego, avanza hasta la mesa de delante del sofá donde yace el periódico del día. Lo coge y se sienta en su sillón dejando caer todo su peso en él, como con la apariencia de un ave abatida que en realidad se lanza en picado a tierra para descansar. Abre el periódico y empieza a leer las mismas noticias de ayer y antes de ayer. Las mismas noticias donde siempre, lejos, mueren sombras y cerca, personas. Noticias horribles que ya no llaman la atención, noticias con número y datos que no significan nada, noticias en las que siempre llueve y siempre el viento arrasa con lo que ve entre crucigramas y publicidad, y opiniones de ciudadanos hábilmente escogidas. Va pasando las páginas ojeando las noticias hasta encallar en alguna que le interese. Mientras tanto del piso de abajo llegan las voces medio apagadas de una discusión.

En el sexto piso, una pareja discute, sus voces parecen huracanes, las miradas centellean y las palabras desgarran. Se gritan sin saber ya que decir, intentando ganar una batalla sin sentido, debilitándose a cada palabra que pronuncian, derrumbándose sin saberlo. Se gritan sin recordar cómo empezaron a discutir. Van de un sitio a otro a través del salón, arrepintiéndose cada vez que hablan pero escudándose en el orgullo. Ella le pide a gritos que se vaya, que no vuelva a verla. Él la mira con el corazón roto, con la mirada del niño que juega a pelearse y acaba haciéndose un daño excesivo. Golpea la pared con el puño y se aleja. Ella cierra los ojos. La puerta suena con un golpe que más que decir adiós parece decir hasta nunca. Ella intenta contener las lágrimas, está nerviosa. Se acerca a la cocina, y de una caja metálica coge un paquete cigarrillos que está casi acabado y un mechero. Se dirige a la ventana, enciende el cigarrillo y saca la cabeza por la ventana. El aire frío la acaricia el rostro y la aleja de todo, de la discusión de hace sólo unos momentos, de los problemas cotidianos, del dolor intenso. Mira la calle desde la ventana, los coches pasan y se van, una persona se dirige al portal del edificio.

La puerta del portal es de hierro y cristal. Tras un giro de llave y un empujón se abre. Tras unos seis o cinco pasos llego al ascensor. Una pantallita negra me señala con un número rojo que el ascensor se encuentra en el seis bajando hacía aquí, de todas formas llamo al ascensor. Hoy es un día extraño, como si muchas cosas pasaran pero ninguna fuera del todo importante. Nada por lo que levantar la vista. Nada que escuchar con atención, ni por lo que protestar siquiera. Todos los pasos que he dado parecen no llevar a ningún sitio. Todas mis miradas parecen colarse por el desagüe. Todo el edificio parece sucumbir ante el viento que le azota. Al fin llega el ascensor, sacándome bruscamente de mis pensamientos, devolviéndome de golpe a la realidad. La puerta del ascensor se abre violentamente y un chico joven sale del interior. No me mira, parece bastante enfadado y sale rápido por la puerta. Yo entro en el ascensor. No me importa el chico enfadado. No me importa cómo ha abierto la puerta del ascensor. No me importa porqué estaba enfadado. Doy al tercer piso: se cierran las puertas del ascensor. Subo en una subida que más parece un descenso. Como si estuviera en otro mundo donde cada segundo de ascensión durara una semana. Como si al llegar a mi piso hubieran pasado milenios y sólo quedaran las ruinas de lo que algo, alguna vez, fuera otra cosa. Pero salgo del ascensor en el tercer piso y todo sigue como ayer y como esta mañana. Como lo estará. Igual que siempre, sin ninguna importancia que darle más allá de lo que queramos darle. Una vez fuera del ascensor veo a mi vecina, cerca de la venta que da al patio interior. Parece pensativa pero nunca he hablado con ella. Nos miramos un segundo como si supiéramos lo que va a pasar a continuación. Y en realidad lo sabemos: yo entraré en mi casa y ella seguirá pensativa, cerca de la ventana que da al patio interior.

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