18.7.11

Cartas para nadie VII.

Incendio.
(Del lat. incendĭum).

1. m. Fuego grande que destruye lo que no debería quemarse.
2. m. Pasión vehemente, impetuosa, como el amor, la ira, etc.

Leí tu carta, ha tardado en llegar. Así que no puedo parar de pensar que en todo ese tiempo, desde que me escribiste, hasta que he recibido tu carta, puedan haber pasado infinitas cosas. Puede que haya cambiado tu vida completamente. No sé, que hayas dejado el trabajo, que hayas dejado de releer tu libro favorito, de dibujar en las servilletas de las cafeterías. Y así, pensando en que podrías dejar de ser la misma que conocí, aparece la nostalgia y me descuartiza, me prende en fuego y me lanza al vacío. Luego pienso que seguramente todo siga igual, con los mismos pájaros dorados revoloteando por tu cabeza, regando las mismas plantas de tu terraza todas las mañanas.

Por aquí… aquí todo es un incendio. Un incendio de dimensiones planetarias. Un incendio terrible, inmune al agua, que no deja de extenderse. Desde el corazón a los ojos, desde la ventana al infinito. Y noto las llamas encima de la piel, dentro de mi pecho, en cada uno de mis huesos. Como mil dragones devorándome por dentro, como una estrella en cada poro. Cada llama es de un color y cada una susurra y grita. Me dicen voces que arden y crepitan “corre” “salta” “vuela” “escribe” “lucha” “respira” “olvida”. Y se enroscan unas con otras y se ríen. Pero cuándo las fuerzas me fallan y mi ánimo se congela, hasta las llamas tiritan. Y se quejan. Me espetan “levántate” “deja de pensar en lo que hay alrededor”. Pero, a veces, alrededor no hay nada. Está todo oscuro. Y ni siquiera sopla el viento al golpearme con cada baldosa de la acera. El eco no se contesta. Y el ingenio no sé dónde está. Otras veces, todo está a rebosar de falta de espacio. La presencia del resto asfixia como una soga alrededor del cuello. Y el mundo se convierte en un laberinto minúsculo. El cielo pesa. Los recuerdos oprimen. El día avanza.

Y si salgo de mi incendio entro en el de los demás. Y es que todas las personas parecen desprender fuego. Algunas miradas derriten el hierro, otras evaporan el agua. Y yo me enredo en medio. Entre los cables de las antenas y las palabras que se pronuncian en voz alta, entre los maremotos de sentimientos y las sugerencias de porcelana. Y no quiero tocar nada por si se rompe, ni entrometerme por si salpica. Me hablan y me sonríen cómo tú lo hacías, y yo no sé si salir corriendo o saltar sin paracaídas. Así que ni me muevo del incendio. Más bien lo propago dando vueltas por la ciudad. Iluminando el fuego los rincones más ocultos aunque no consigue borrar la oscuridad, de algunas partes, del todo.

Así que últimamente solo ardo. Ya ves, ardo entre ataque de nostalgia y de tos. Saltando de segundo en segundo hasta dar con el que me llegará alguna de tus cartas. Tu letra parece cobrar vida, avivar mi fuego. Y así continuo, con lo que ya parece una costumbre, entre el fuego.

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