11.3.10

Nada más...


Ya no te queda nada. Tus bolsillos están vacios, igual que tu cuerpo y tu mente, igual que tu caja fuerte y tu estructura molecular. Igual que tus corneas y tu semblante. Vacio como casi todo el universo, vacio como el vaso que una y otra vez apuras. Vacio como ese pozo de los deseos que te llama desde lejos y que te pide por favor que mires dentro, que te aventures en ese interior vertical. Ya no te queda nada, tus macetas están descompuestas. No germina ni siquiera la flor del mal entre la tierra seca que desprenden esos parpados cansados que portas. No brotan las malas hierbas ni en tus malas inversiones. No termina de encajar tu mandíbula en tu escapula ni en los símbolos de interrogación. Y tantos interrogantes asolan tu desastre personal que no existen escombros ni para esconderse del aire. No concuerda ni el género ni el número, no concuerda tanto silencio, tantas sospechas, tanto olvido. El roce de las patas de los escarabajos al caminar por el techo o el suelo se transforman en un doloroso recuerdo de tu soledad, en un doloroso recuerdo que te arropa cada noche, un beso en tu frente dado por el hielo.

Ya no te queda nada debajo de la piel. Nada a los dos lados del Atlántico, nada en el arcén de la carretera. Aquel cigarro que se consumía deprisa es lo más parecido a tu sombra. Nada. Aquel dragón que no puede escupir fuego, aquel camaleón que se camufla a todas horas por vergüenza a mostrar su color de piel, aquella medusa sin tentáculos, aquel final feliz, aquellas horas muertas y mutiladas en la guerra del Golfo, aquella sombra de sed sobre unos labios secos, aquel lobo que ya no puede ni gruñir y mucho menos correr, aquel meteorito con un terrible miedo a enamorarse de la atmosfera, aquella estrella cuya vida es más fugaz que las nuestras, aquellas dos partes de un corazón que no pegan ni con cola. Nada sobre la mesa, sólo una capa del mismo polvo que te cubre las encías y las muñecas. Nada en lo que creer si es cualquier momento del día, nada que beber aparte de veneno y agua no potable. Se deshace la indecisión. Se tuerce el espíritu de todo lo que perdiste. Regalas tus recuerdos, vendes tu alma. Y esa especie de capa líquida y pringosa, rosácea y mate que te envuelve, de la que no te puedes desprender, que no hay forma de arrancar, y que no te deja respirar, es la materialización de todo lo que temiste. La serpiente que se enrolla alrededor de tu cuerpo, quebrando tus músculos, dejándote sin respiración, ya no es la mirada de aquella pantera, más bien cada rugido que ella emite dirigido a hacerte pedazos, como un misil estadounidense cuya única misión es buscarte y destruirte. Las luces no se encienden, mejor así, no sea que te mires a la piel y veas cada cicatriz como una advertencia, cada herida a medio curar con demasiado odio, cada herida abierta como un nuevo peso muerto que cargar a la espalda.

Ya no queda nada en ese balcón donde llora desconsolada la rabia, donde suele saltar al vacío la vida, donde la barandilla es sangre y los geranios, no florecen. Los cables soportan demasiada tensión, y entre las estampidas de lápidas y estalactitas no hay sitio para uno más. Entre esas faltas de estima y valoración personal alguien se calla y sonríe. Entre esos montones de fotografías que echaste una vez al fuego había más de un ángel que te hacía un guiño del que no te diste cuenta, como un avión que se pasó de aeropuerto por no mirar a los ojos a las luces de la pista de aterrizaje. Montones de fotografías que relataban una pizca de felicidad, unos recuerdos que ahora serían como beber un vaso de vinagre, pero aún así sería la prueba de que no siempre fuiste así. No queda nada y no lo sabes, no queda nada más porque no puede quedarte menos. Un sollozo más, al recordar como era antes tu vida, plagada de alquitrán y cerillas apagadas, viendo como ese albatros echaba a volar sin ti. La recuerdas y la asemejas al placer sordo que produce una caricia en la espalda producida por alguien a quien odias, el filo de un cuchillo de cocina recorriendo tu cuello. La recuerdas y la comparas con algo que tenías y que perdiste, algo que nunca vino pero que siempre quiso llegar, algo que entre esa espesa oscuridad que impregnaba tus siete sentidos seguía siendo una luz. Una luz tenue pero luz al fin y al cabo. Y ahora no tienes nada, ni color en las mejillas ni ases en la manga, ni un plan b, ni una solución para huir de esta cárcel creada por piel y huesos. No tienes nada y lo intentas abarcar todo. Ya no galopas ni vas al paso, solo pasas por un colapso nervioso, un invierno demasiado duro, un viaje en globo aerostático al apocalipsis, una crisis política en plena medula espinal, un ruidoso final que goza del reconocimiento de los furiosos aplausos de un público que no prestó atención a nada. Así que nada más.

Así que nada más. Ya no te queda nada.

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