2.7.10

La imaginación de la tarántula y la ballena azul que da la vida.

Otra hora más debajo del agua. Otro minuto más camuflándome entre las sabanas. Creyéndome el rey del mundo durante un segundo. Volviendo a la realidad en tan sólo una fracción. Recortando tu silueta en mi mente. Pensando mil maneras de conquistarte. Ocultando la luna, aceptando las críticas. Intentando ser distinto y no conseguirlo del todo. Devorando el agua y todo lo que hay alrededor. Sintiéndome mejor cuándo termina de llover. Saltando al vacío de tu recuerdo y golpeándome al caer contra el duro suelo de tu ausencia. Perdiéndome entre sombras y saltos de longitud.

Abro los ojos, mis pestañas estallan en pequeños fantasmas que ya no pueden ni con su alma de cartón. Mis pupilas resplandeces y piden socorro. Mis parpados son de vidrio de botellas. Y sin ganas de sonreír, me trago el sabor áspero de no querer ni levantarme de la cama que pulula entre mis dientes. Mis manos se quejan y mis vertebras se resquebrajan, mis rodillas tiran la toalla, y nada sirve, ya no me puedo engañar con nada. Trago saliva, e intento desplegar mis alas de fuego y deshacerme de toda la escarcha que cubre mi piel. Aterrizo de nuevo en el mismo charco de aguas negras de odio pero, al menos, con un poco más de energía. Miro hacia los lados y mis muebles no tienen mejor aspecto que yo. Y las plantas, secas en sus respectivas macetas, me hacen querer plantarme y regarme diariamente hasta crecer y crecer mientras todo sigue girando. Sol y agua. Vida. Oxigeno. Y poco más, que no estoy como para gastar. Paso de las macetas a la alfombra, y de la alfombra al televisor. Una mueca de dolor, mejor me introduzco en el tocadiscos y bailo sobre algún vinilo cuya música me recuerde a otros momentos menos agrios, menos triste, con más sentido. Y sin consentimiento subo todas las persianas y entra una luz demasiado mortecina, como si un sol agónico hiciera un esfuerzo por no apagarse y seguir alumbrando. Y paso por debajo de la rendija de la puerta, y salgo a las ruinas que hay allá afuera, cubiertas bajo un cielo violeta, y una tierra gris.

Y no miento, ni tampoco digo la verdad, si mi voz se queja hasta cuando doy los buenos días. Si mi voz se parte cuando tengo que hablar de algo que no sea lo de siempre. Y por calles sumergidas en sonido de tambores y golpes de claxon, trazo con tiza tribales en los muros de ladrillo. Y si caigo en arenas movedizas, mis lágrimas se convierten en cuerdas de metal y sobrevivo por poco. Invicto pero completamente perdido. Victorioso en todo lo que no vale la pena ganar. Y las legañas me avisan de que la luna está que arde, y que los volcanes crean maremotos. Todo al revés en este terremoto de termómetros que no marcan la hora. Y no es hora de cabalgar a lomos de la desesperanza. Más bien es momento de gritar de descontento, de llenarlo todo de color y pirita. Y desangrarse lentamente al compas de la tormenta. Tiempo de navegar en trompetas de humo y orquestas de sonidos de insectos, de morir en una carcajada.

Y sin dinero en la cartera, ni amor en los bolsillos. Bebo chupitos de arena, y cacerolas enteras de magma. Y si se dejan el cuchillo y el tenedor, tiendo una emboscada a su cuello y como a mordiscos los retazos de su colonia. Y luego sueño tranquilo. Un sueño sobre una tarántula que con su imaginación nos crea, y una ballena azul que da la vida.

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