Viviendo en este tiempo paralelo a lo de siempre y perpendicular a una realidad demasiado afilada. Viviendo, despacio y deprisa simultáneamente. Y totalmente harto de estos barcos de vapor, y de este mal clima, de este colchón de clavos, y de esta boca de los deseos. Harto de la lluvia en la espalda y de susurros al oído. Harto del odio a la hora de la cena, del continuo sonido de las olas del mar demasiado lejos, la inmensa distancia que separa tus silabas tónicas de mis vocales, de los números malditos de las estadísticas que dicen que ya no te paras a pensar en mí. Harto del mundo y de su rectangular forma esférica, de los países y de su asfixiante trazado de las fronteras, de los colores repetidos en el mapamundi, de los errores que comento una y otra vez sin ser del todo consciente.
Y miro a mi reloj, y mi reloj está parado. Y me paro en seco y ya no sé qué pensar, si echarle la culpa al mal estado del suelo, a la luz ultravioleta, a que hoy no luzca el sol con demasiado brillo. No sé qué hora es y todo es muy confuso, medio difuminado, medio envuelto en bruma y chispas. Y pierdo el tiempo pensando en si darme cuerda o dar cuerda a mi reloj. Y pasan las horas, y lo que antes era invierno ha dado una vuelta sobre sí mismo y ahora es otoño, pero sigue girando, y tan pronto caen llamaradas de hojas anaranjadas y amarillentas de los árboles como hace un calor achicharrante. Y me rodean ahora muñecos de nieve a cincuenta grados de temperatura y épocas de lluvias en medio de este equinoccio, donde la suerte emigra a otras estepas pobladas por el azar y la elección.
Y no me decido, sin tiempo para más me aparto del sigilo y emprendo el vuelo, y salto de una taza de café a una botella de cristal. Y a la hora de la cena, devoro problemas acompañado de dolores de cabeza. Y el desayuno siempre es de madrugada, lleno de escarcha y ojeras, como mirarse al espejo después de despertar. Y el mal sabor de boca, los bolsillos llenos de notas con frases que no valen la pena y la cartera sin billetes ni monedas, sólo tarjetas que se quieren equivocar y nunca pagan nada. Y si salgo a la calle, migrañas de deseo se encadenan a mis pestañas. Y así no veo nada, porque la miopía me desborda pero a ti se te ve de lejos. Pero no te creas, que el horizonte también deslumbra, y en el umbral de la puerta escucho voces que cuentan historias. Y entre mis páginas abunda el desconsuelo, y también mis pocas ganas de callar cuando estoy en silencio, algún que otro atardecer, algún que otro secreto.
Y me introduzco en un panal de abejas, y si me pica la curiosidad cometo cualquier delito que no implique demasiado esfuerzo y así acabo en la misma jaula de grillos dónde los gatos negros regalan rosas, y donde los violines cantan desconsolados, donde la angustia se encuentra a gusto, y la pena se siente como en casa. Y en esta jaula nos miramos todos los presos y sentimos el mismo increíble miedo a soñar, las mismas ganas de estrellarnos contra los barrotes y gritar hasta que nuestra voz reviente en corcheas, y deje las calles envueltas en punteos. Y todo tan manchado de color que no se olvide.
Y no puedo olvidar, no puedo olvidarte. No es tan fácil decir que las estrellas mueren si lo que vemos es la luz que emitieron años atrás. Y no puedo dejar mi memoria en lugar seguro, ni dejarme caer en cualquier zanja donde la hiedra cause estragos a mi riego sanguíneo. Y llueve azufre, y de vez en cuando sale el sol. Pero ambos, nos resguardamos en nosotros mismos y así seguimos, llenos de odio y lapislázuli, devorando semillas de maldad y corcho. Sedientos de milagros y cambios de ritmo en las mareas que nos impiden navegar por estas aguas camicaces.
Y no me importa nada que mañana pueda ser distinto, ni que ayer expulsara fuego por la boca y miedo por los ojos. Tampoco me importan que mis muecas siempre estén jugando al despiste, y que mi camino sea un laberinto serpenteante y lleno de obstáculos. No me importa el norte, ni el sur. No me importa ese vino de doce años de reserva, ni que tus ojos sean la huella del destino y de la magia negra. No me importa atragantarme con el vacio que has dejado al dar un portazo, ni que no haya nada en la nevera. No me importa que la economía se retraiga, ni que tu piel de metal se distraiga y se mezcle con cicuta.
Y ya no tengo ganas de buscarme en el mapa, de saber si estoy en la cara oculta de la luna. No tengo ganas de seguir sintiendo hambre. De seguir malgastando tinta en describir ilusiones que se evaporan en un pestañeo. No tengo ganas de escudriñar entre la oscuridad y no ver tu perfume grapado al dorso de mis sabanas. Pero mi almohada no se queja ni el periódico dice nada, así que mientras tanto me acostumbro a rugir solo, y a saltar de azotea en azotea en busca de algo de que hablar. Y si la luna no me alumbra, cazo libélulas y brujas, dejando manchas de adrenalina y estrés en los tejados, y veneno y gasolina por las cañerías. Y si las cosas siguen como lo previsto entonces seguiré poniéndole trampas al destino, y desarmando a la lógica con páginas que no se pueden reciclar y con pensamientos extraviados, con palabras que quemo vivas, con letras cansadas de sonreír.
Y miro a mi reloj, y mi reloj está parado. Y me paro en seco y ya no sé qué pensar, si echarle la culpa al mal estado del suelo, a la luz ultravioleta, a que hoy no luzca el sol con demasiado brillo. No sé qué hora es y todo es muy confuso, medio difuminado, medio envuelto en bruma y chispas. Y pierdo el tiempo pensando en si darme cuerda o dar cuerda a mi reloj. Y pasan las horas, y lo que antes era invierno ha dado una vuelta sobre sí mismo y ahora es otoño, pero sigue girando, y tan pronto caen llamaradas de hojas anaranjadas y amarillentas de los árboles como hace un calor achicharrante. Y me rodean ahora muñecos de nieve a cincuenta grados de temperatura y épocas de lluvias en medio de este equinoccio, donde la suerte emigra a otras estepas pobladas por el azar y la elección.
Y no me decido, sin tiempo para más me aparto del sigilo y emprendo el vuelo, y salto de una taza de café a una botella de cristal. Y a la hora de la cena, devoro problemas acompañado de dolores de cabeza. Y el desayuno siempre es de madrugada, lleno de escarcha y ojeras, como mirarse al espejo después de despertar. Y el mal sabor de boca, los bolsillos llenos de notas con frases que no valen la pena y la cartera sin billetes ni monedas, sólo tarjetas que se quieren equivocar y nunca pagan nada. Y si salgo a la calle, migrañas de deseo se encadenan a mis pestañas. Y así no veo nada, porque la miopía me desborda pero a ti se te ve de lejos. Pero no te creas, que el horizonte también deslumbra, y en el umbral de la puerta escucho voces que cuentan historias. Y entre mis páginas abunda el desconsuelo, y también mis pocas ganas de callar cuando estoy en silencio, algún que otro atardecer, algún que otro secreto.
Y me introduzco en un panal de abejas, y si me pica la curiosidad cometo cualquier delito que no implique demasiado esfuerzo y así acabo en la misma jaula de grillos dónde los gatos negros regalan rosas, y donde los violines cantan desconsolados, donde la angustia se encuentra a gusto, y la pena se siente como en casa. Y en esta jaula nos miramos todos los presos y sentimos el mismo increíble miedo a soñar, las mismas ganas de estrellarnos contra los barrotes y gritar hasta que nuestra voz reviente en corcheas, y deje las calles envueltas en punteos. Y todo tan manchado de color que no se olvide.
Y no puedo olvidar, no puedo olvidarte. No es tan fácil decir que las estrellas mueren si lo que vemos es la luz que emitieron años atrás. Y no puedo dejar mi memoria en lugar seguro, ni dejarme caer en cualquier zanja donde la hiedra cause estragos a mi riego sanguíneo. Y llueve azufre, y de vez en cuando sale el sol. Pero ambos, nos resguardamos en nosotros mismos y así seguimos, llenos de odio y lapislázuli, devorando semillas de maldad y corcho. Sedientos de milagros y cambios de ritmo en las mareas que nos impiden navegar por estas aguas camicaces.
Y no me importa nada que mañana pueda ser distinto, ni que ayer expulsara fuego por la boca y miedo por los ojos. Tampoco me importan que mis muecas siempre estén jugando al despiste, y que mi camino sea un laberinto serpenteante y lleno de obstáculos. No me importa el norte, ni el sur. No me importa ese vino de doce años de reserva, ni que tus ojos sean la huella del destino y de la magia negra. No me importa atragantarme con el vacio que has dejado al dar un portazo, ni que no haya nada en la nevera. No me importa que la economía se retraiga, ni que tu piel de metal se distraiga y se mezcle con cicuta.
Y ya no tengo ganas de buscarme en el mapa, de saber si estoy en la cara oculta de la luna. No tengo ganas de seguir sintiendo hambre. De seguir malgastando tinta en describir ilusiones que se evaporan en un pestañeo. No tengo ganas de escudriñar entre la oscuridad y no ver tu perfume grapado al dorso de mis sabanas. Pero mi almohada no se queja ni el periódico dice nada, así que mientras tanto me acostumbro a rugir solo, y a saltar de azotea en azotea en busca de algo de que hablar. Y si la luna no me alumbra, cazo libélulas y brujas, dejando manchas de adrenalina y estrés en los tejados, y veneno y gasolina por las cañerías. Y si las cosas siguen como lo previsto entonces seguiré poniéndole trampas al destino, y desarmando a la lógica con páginas que no se pueden reciclar y con pensamientos extraviados, con palabras que quemo vivas, con letras cansadas de sonreír.
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