14.9.10

Historias anónimas

Pasaba el tiempo y sin embargo todo era exactamente igual, el mismo color blanco en las paredes, la misma sobria decoración, las mismas vistas a un patio interior donde la única vida apreciable eran algunos geranios que nunca se atrevieron a florecer, el mismo olor a desinfectante y a recuerdos, a vejez y a cansancio. La mayor actividad era sentarse y pensar; pensar en cómo había sido su vida, en lo que hizo bien y en lo que hizo mal, en esa familia para la que acabó siendo una carga pesada. La mayor actividad en los veteranos del centro era pensar, y para los nuevos, en poco tiempo la comunicación con los compañeros era sustituida por una larga mezcla de tristeza y aceptación que con el tiempo concluía en la reflexión en la que se sumían los veteranos. Y cada tarde, él se sentaba en su sillón del cuarto y pensaba. De vez en cuando se enfada con todos, consigo mismo, con nadie en especial. No aguantaba al personal, desde la limpieza a los enfermeros pasando por la secretaria y los encargados de la cocina, gente sin respeto por todos aquellos a los que sin quererlo o resignados, habían acabado allí como los más presos entre los prisioneros a los cuales se les enseñaba y se les entregaba la apariencia de una libertad que ya no iban a poseer.

Pensaba en todas esas cosas que ya no podía hacer: disfrutar de un paseo, de la agradable compañía de sus nietos, ahora tornados en pequeñas luces que venían de visita una vez por trimestre. Ya no podía leer el libro deseado, si no esos volúmenes gastados que morían de pena en una estantería fría, que pese a limpiarse dos veces al día, permanecía marcada con la imagen de lo que sólo es decorado, attrezzo en una película tan real como la vida que se consumía en aquellas estancias. Todos aquellos antiguos placeres habían sido sustituidos por absurdas imitaciones: los paseos ahora eran cortos pasos por pasillos y comedores, por salones comunes y ascensores, por compañía la de los otros ancianos, los cuales muchos estaban absortos en la magia negra de la enfermedad o la debilidad mental, y los libros, aquellos libros sin letras ni páginas, ni portada, ni título que descansaban en la estantería. Pensaba en por qué demonios su hijo le había llevado a este lugar privándole de sus últimos años de vida, de la vida real que se respiraba fuera de la residencia, de la vida que siempre había tenido. Recordaba viajes, romances y viejas amistades que el tiempo terminó matando o desviando hacia otros lares. Recordaba días mejores. Pensaba que tener una buena memoria al final hacía más daño que otra cosa, anclando buenos momentos en su mente que nunca volverían a producirse. Odiaba que ochenta años se hubieran pasado en el tiempo que dura dormir y despertarse. Odiaba estar despierto, odiaba tener que dormir en algún momento.

Miraba con el ceño fruncido la residencia de ancianos, un irónico nombre, pues para él no eran más que estatuas, mundos encerrados en un cascarón humano imposibles de alcanzar, testigos mudos de vidas que quedarían enterradas para siempre, mentes que perdían el brillo, mentes que en algunos casos ya estaban apagadas. No comprendía como la vida daba estos giros, empezando en oscuridad y terminando en oscuridad, colocando la felicidad a la altura de la Luna, llenándonos de misterio y de conocimientos imposibles de abarcar. En esos momentos, harto ya de pensar y pensar en lo mismo de siempre, se tocaba la frente surcada por arrugas como para constatar que había envejecido, que estaba allí y no en otro sitio, que sólo podía pensar pues no podía hacer otra cosa. Y se levantaba del sillón, se acercaba al teléfono, lo descolgaba, y tras unos instantes de duda volvía a colgar el teléfono, volvía a sentarse en el sillón. Y tras sus gafas, lágrimas amenazaban con tormenta, pero tras instantes de incertidumbre ninguna nube relampagueaba y aquellas gotas se congelaban y volvían a ser tragadas por un corazón que poco a poco se agrietaba y paradójicamente se hacía más pétreo.

6 comentarios:

  1. Angustia, soledad, tristeza...¡¡¡¡¡¡¡¡sin salida.....sigue escribiendo

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  2. Muy bien reflejada la "imagen y sensaciones " que produce la visita a algunas residencias de ancianos.

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  3. Me ha emocionado mucho el relato, me asombra muchísimo como consigues que tus descripciones se conviertan en emociones según las leemos

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