6.11.10

Historias anónimas VII

Hacía mucho tiempo que no podía levantarse de la cama mas que para ir al baño y a veces, pocas, para acercarse a la ventana. Hacía mucho tiempo que ya no era joven. Su vida había sido como la de mucha otra gente: estudió una carrera, conoció a su esposa, tuvo hijos, viajó, aprendió y enseñó, cumplió algún que otro sueño, se arrepintió de muchas cosas, aceptó otras. Una vida que como la de todos fue única. Ahora estaba tumbado en la cama, con el mando de la televisión en una mano, las gafas sobre el pecho y la vista fija sobre ninguna parte. Hacía horas que sus hijos se habían marchado. Una visita que se había convertido en rutina desde que cayó enfermo. Debían de pensar que su padre había perdido las facultades, que ya no entendía, pero no era así. Su padre tenía que lidiar con el dolor que su enfermedad le causaba, y con el dolor de saber los motivos de las visitas de sus hijos. Aceptaba su compañía porque sabía que le quedaba poco tiempo, le daba igual todo, eran sus hijos. Tenía que quererles y lo hacía, y mucho más importante, se lo demostraba.

Notaba sus miradas absolutamente llenas de codicia cuando le daban ataques de tos o cuando el agotamiento era tal que se dormía sin querer. Notaba el peso de la experiencia y la molestia del conocimiento. Miraba a sus hijos y recordaba distintos momentos de sus infancias. Momentos que echaba de menos. Momentos que atesoraba entre su memoria y a los cuales se aferraba. El primer partido de fútbol de su hijo, el primer día de colegio de su hija. Recordaba sus sonrisas, sus miradas brillantes, su infinito cariño. Ahora veía a un hombre casi tan cansado como él, vestido de traje. Un hombre para el que los sueños siempre tenían códigos de barras y una hipoteca. Y también veía a una mujer vestida con ropa que no se podía permitir, tirando de un marido que no se merecía. Una mujer cuyas ambiciones eran destacar en su grupo de amigas, la apariencia que tenía que mostrar a los vecinos, el papel que tenía que interpretar durante su vida. Veía todo eso como ver el rostro de todo lo que nunca has querido, la razón por la cual el naufrago nunca saldrá de la isla desierta. No podía haber criado así a sus hijos. Nunca se hubiera imaginado que aquel chico que quería dar la vuelta al mundo, y aquella niña que se quedaba despierta hasta tarde para verle al volver del trabajo ahora iban a estar al acecho de una herencia. Una herencia que no consistía en prácticamente nada. Su casa, algo de dinero del banco y alguna que otra pertenencia. Ningún lujo de ninguna clase. Contaban el tiempo que le debía de quedar, le apremiaban indirectamente para que les diera a uno más que al otro. Resultaba que su hijo era el que más le quería y el que más atención le prestaba en esos momentos tan difíciles. Y también resultaba que su hija era en realidad la que más le quería y la que más atención le prestaba. Nunca coincidían en las visitas. Nunca se hablaban entre ellos sino para discutir quién se merecía la herencia.

Por todo eso sólo se pasaba el día recordando a sus hijos en tiempos mejores. En viajes o en su casa un día de diario. Viéndoles crecer. Viéndoles vivir. Y no encontraba el momento en el que el camino de él y sus hijos se separó por completo. Ese instante en que sus hijos se transformaron en dos buitres al acecho del cuerpo caído. Odiaba ver en qué se habían convertido sus hijos. Odiaba verse tan viejo e inútil sin poder hacer nada. Tal vez por verse así decidió, por medio de un abogado, sin conocimiento de sus hijos, venderlo todo: su casa y sus pertenencias. Tal vez por eso sólo les dejó una carta como herencia. Una carta que con sus últimas fuerzas escribió. Una carta en la que condensaba todo el amor y todo su enfado, todo lo que les hubiera querido enseñar, todo lo que hubiera querido que fueran. Les mostró la visión que tenía de ellos. Les relató su vida desde su nacimiento hasta la fecha. Les escribió el cuento que les solía contar para dormir. Les dijo que les quería y una lágrima y una raya que llegaba hasta el final de la hoja, marcaron el punto y final.

2 comentarios:

  1. "Un hombre para el que los sueños siempre tenían códigos de barras y una hipoteca."

    NO hace falta que te lo diga, verdad??XD

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