12.11.10

Historias anónimas VIII

Son las ocho de la mañana, comienza el día. El café humea. Ya estoy vestido, sólo tengo que beberme el café, coger las llaves y salir de casa. Fuera parece que hace frío. El viento alborota las hojas de los árboles y el cielo está gris ceniza, como un techo de una casa abandonada, como el humo que desprende una fabrica. Un cielo que cubre un barrio también grisáceo y a la vez seco. Un barrio de casas iguales, donde todo es idéntico. La gente camina deprisa y sin mirar atrás. Los escaparates no se acicalan para las miradas. Los niños no juegan y los árboles de los parques parece que se sumergen en un otoño eterno. Sigo por la calle que da a mi casa y giro en la primera a la derecha. Me cruzo con esas personas que van a su coche, a su trabajo, a cualquier parte como autómatas. Probablemente tendrán sus vidas, probablemente sólo serán humanos disfrazados de autómatas cuya rutina es el modo de vida menos incomodo. No siempre los sueños se cumplen. Al fin y al cabo, los sueños son sólo eso.

Llego a la parada de metro. Una parada oscura, grande y de baldosas verde olivo. Un lugar sólo de transito. Tras varias escaleras mecánicas se llega al andén. La gente espera mirando al vacio, escuchando música o simplemente intentando no pensar. Las vías se difuminan en un túnel negro noche, y una pantalla nos informa de cuándo llegará el tren. Si tarda un minuto o dos todo va bien, si resulta que tarda siete minutos se acaba el mundo. Así somos las personas. El tiempo nunca es oro salvo en contadas ocasiones.Llega el metro. Quien puede se sienta y quien no va de pie. Yo estoy al final de vagón, viendo a cada persona. Desde estudiantes medio dormidos hasta ancianos. Todos totalmente diferentes. Distinguidos por la ropa y el brillo de los ojos, y ese aura que rodea a las personas, que te hace saber casi como son con un vistazo rápido. Parece que el resumen de la humanidad está reflejada en el vagón de tren: distintas clases sociales, distinta cultura, distintas ideas, distintas nacionalidades. Todo tan distinto y todo tan igual. Tan igual que da pena. Tan igual que incluso hasta desespera.

Llego a mi destino. Abandono el vagón y a todos los que están dentro. Salgo de la estación. Otra calle. Otro barrio. La misma ciudad. Casi la misma imagen. También con personas que deambulan, que pasan deprisa, que no piensan en detenerse. El suelo está húmedo. Ha debido de llover mientras me encontraba en el metro y se ha formado algún que otro charco. Charcos que reflejan un trozo de edificio, el mismo cielo encapotado. Charcos que reflejan algo hasta que son pisados y salpican, o calan los zapatos. Entonces tardan unos segundos en volver a reflejar algo. Ya ves, no siempre es así de facil sobreponerse a los cambios.

Sigo caminando. El cielo a veces cruje como si fuera el suelo de una casa antigua. La tormenta tiene esas ganas imperiosas, que también tienen las personas, de demostrar a todo el mundo que están ahí, sobre nosotros, aunque molesten o no le interesen a nadie. Sigo caminando, una persona habla a gritos por el teléfono móvil. Alguien corre para coger el autobús. Un coche frena. Una ambulancia acude a toda prisa hacia alguien que necesita atención médica en otra parte de la ciudad. Yo sigo caminando, casi a la deriva, mirando los repetitivos carteles publicitarios y sus mensajes vacios. Sumergido en un tornado que arranca la esperanza. Y eso que mis amigos me dicen que así no se puede ser. Que no todo está tan mal. Y os juro que anoche me dormí pensando en ser distinto pero esta mañana me he despertado siendo el mismo pero con un día menos de vida. Con un tiempo que se consume y que no avisa de su presencia. En un mundo que tose y tiene fiebre. En un país en el que nadie se escucha, sólo se grita. En una ciudad que se desangra y lo mancha todo y nunca es con tinta. En una vida exactamente igual que la de aquellos que veo. Todo tan igual , pero todo tan distinto.

4 comentarios:

  1. ES como todas las mañanas...

    Paso de decirte el resto, ya lo sabes XDXD

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  2. Es como todas las mañanas pero... los charcos cotidianos no reflejan nada, ni el cielo cruje... es un mundo fantastico...

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  3. Un mundo real , pero un pequeño relato fantástico.

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