-Los rostros, la duda. Algo cae.
No sé qué es, pero algo cae. Lo escucho caer. Y se rompe. Suena a cristal, o a
porcelana. No me decido a abrir los ojos, no me decido a escuchar. Suenan las
voces, y todas dicen lo mismo. O por lo menos suenan igual. Pero no escucho,
sigo hacia delante con los ojos cerrados, no quiero escuchar, no quiero
obedecer, no quiero hacer nada. Sólo seguir hacia delante, y caer, si es
necesario, caer, como aquello que cae y que no sé qué es.
-No caigas, escucha. Mírame a los
ojos. No supliques, sólo retrocede. El camino es pedregoso, lleno de
obstáculos. ¿Qué importa el dolor momentáneo frente al dolor eterno? No lo
entiendes, ¡responde!, solo tienes que abrir los ojos. Sé que me oyes. Sé que
me oyes…
-La Luna, el mar. Alguien habla,
pero no sé qué dice. Tal vez me hable de dar la vuelta, tal vez lo haga sobre
ir hacía ese precipicio. Qué sé yo, en realidad no sé nada. No quiero saber
nada. Quiero seguir así. Con viento y días soleados, con tiempo cayendo de mi
bolsillo, con días largos, con mañanas y tardes, con monotonía hasta en el
menú, con aburrimiento y sueños pospuestos para un tiempo más preciso. Con mis
manías, con mis debilidades. No quiero escuchar, no quiero hacer caso.
-Escucha, no sigas. ¿No ves qué
duele? ¿No ves qué no sirve? El tiempo apremia, te enreda, se te enrosca
alrededor del cuello. ¿Acaso no lo notas? Yo lo veo, y me parte el alma. Te
destroza, no lo sabes, pero te destroza. Estas a tiempo, escucha. Que el
amanecer trae consigo una mala noticia. Y otra buena. Igual que el atardecer.
Que el reloj se ríe, y el calendario pasa y pasa revolviendo las sábanas cada
semana. ¿No te das cuenta? Reacciona.
-¿Qué hora es?, qué sé yo. No
siento el reloj salvo cuando la pérdida de tiempo escuece. Pero parece que hay
tanto. Parece que no se acaba. Y yo quiero tiempo, tiempo para no hacer nada.
Para mis garabatos y para mis chapurreos de tinta. Tiempo para pensar en el
tiempo pasado, y en el que está por transcurrir. Tiempo para vender por nada.
Tiempo para ahogarme en sollozos. Tiempo para arrepentirme, tiempo para seguir
soñando, esperando un nuevo día. No sé si será mañana, pero espero un nuevo
día.
-Piénsalo bien, date cuenta. La
marea baja y sube, y llega hasta tus pies. Las palomas mensajeras te gritan al
oído, y las espantas de un manotazo. Todo ese musgo no sirve de nada, todas
esas primaveras, ese sálvese quién pueda, esa locura. No es nada nuevo. Esa
incomunicación, ese continúo dramatismo. Salta Salta. Mañana el Sol sale como
nuevo. Mañana la vida pasa como siempre. ¿Y tú qué? Pregunto. Deja ese camino
de locos, vuelve al sendero.
-Las paredes, el techo. Alguien
habla de un camino. Esta carretera no lleva a ningún sitio. Es madrugada y el
frío acecha, los recuerdos congelan, como tu boca. Tu boca me absorbe, me
detiene, me reanima. Pero no está cerca. Está terriblemente lejos. A once mil
puñaladas de distancia. ¿Qué camino me queda por recorrer? El dolor ya lo he
sentido, el placer también. ¿Existen los atajos? ¿Cuál es la vereda? Esto está
lleno de obstáculos que aparecen sin llamarlos y lo cambian todo. Cuántas veces
me he arrancado la piel. Cuántas veces me he sacado los ojos. Ya no cuento el
daño, sólo los ratos a solas. Y la cuenta es larga. ¿Por dónde ir cuando no hay
caminos seguros? ¿por dónde ir cuándo no existen mapas ni guías? No, no
escucho, sólo finjo pero sigo recto hasta estallar en fuego. No es tan malo si
lo piensas. O mejor no lo pienses, yo no lo hago.
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