14.4.13

Llueven imágenes.



Los versos se destrozan como barcos
contra las rocas.
La prisa,
la prisa es buena si
es prisa de devorarte,
de quemar nuestras huellas.
No entro en calma, no hay
luz que pare
este temblor.
No hay mediodía ni tempestad. No hay
profecía, lentes
de contacto, abadías, crisálidas.

Prefiero
el amor que se mide en                                                              termómetros
que el
amor que se mide en                                                                 calendarios.

Y las pinturas de guerra
para que me dejen en paz. Hay
bestias, virtudes, musas
correteando por la mesa y los
obstáculos
royendo mis avances.
La negligencia de
dejar ser fugaces
a las estrellas. Huracanes
dentro de vasos,
acuarelas en los labios es
lo que me da sed.

Encontramos entre
la chatarra
corazones, ideas, ruinas.
Baratijas para adornar tu cuello,
que es la trampa,
tus manos son la trampa.
Labios que dejan
paralizado al receptor
de sus mensajes eléctricos.
Sin tu locura
el mundo pierde la mitad
de lo poquito que tiene.
No caminarían
los pájaros hacia atrás, no habría
peceras para humanos, peces
voladores despegando desde aeropuertos.
Flores de papel que no
son flores de este mundo.
Pero si
de algún otro.

Pierdo los combates
de los que algún día
saldré herido.
Gano las vistas
que tiene el que cae.
Guardo mis rugidos en una caja
de madera llena
de papelitos con tu letra escrita, entradas
al cine, chapas
de botellines de cervezas raras, envoltorios
que ya no envuelven
nada.
Echan raíces las flores del mal sobre
lenguas heladas.
Suenan las trompetas que anuncian
la llegada
de
un nuevo día a quemarropa.
Me encierro      no,          me encierran.
Las nubes son puñaladas
y el gato duerme
con un ojo abierto.
El aire lleno de esporas malditas
de confusión, hay sangre en el suelo, sobre
las palmas de las manos.
Los soldados
disparando pistolas de agua, los niños
jugando con armas de fuego.
El cosmos de diluye
en las cucharas, el tejido espacio-temporal
se desgarra
con las uñas.
La madera de debajo de la piel,
la inquietud

de no consumirnos.

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