24.6.10

La tortuga que se resiste al paso de los años

Aspiro aire. Un latido. Dos latidos. Tres latidos. Expulso el aire. Un latido. Dos latidos. Tres latidos. Y no para de latir y es extraño, mi piel se ha convertido en hielo y mis huesos en piedra pero aún así mi corazón sigue latiendo. Sigue bombeando sangre. Maldita sangre. Maldita mortalidad y sus engaños acerca de paraísos y finales felices que sólo los necios creen. Y además ya no siento odio, ni tristeza, ni amor, sólo vacío, un inmenso vacío. Un vacío en el cual cabrían todos los océanos, y los ríos y los lagos. Todos los desiertos. Todas las montañas. Todas las personas. Un vacío que dentro de mí se extiende y que a la vez extiendo yo como un nefasto rey Midas que todo lo que toca lo convierte en vacio. Y entre gruñidos y quejas, y entre historias para no dormir y cuentos para no despertar, camino sólo por un camino estrecho y oscuro, y a cada paso que doy un trozo de corazón se me cae al suelo, que a su vez, al caer, se rompe en más y más trozos. Pero sigue latiendo, y a veces muy deprisa y otras muy despacio pero latiendo, como una tortuga que se resiste al paso de los años.

Y ha cada latido la vida se complica. Y a cada paso mis bolsillos se vacían y ya no hay hadas. No hay lágrimas ni nada fácil. Y la luz entra por mi ventana y me quema, y la noche acude y me apacigua. Y el tiempo me saluda y me dice que estalle en tigres de bengala y que salte al infinito y busque alguna perla en el fondo de un arrecife. Y que no calle más, y que devore la materia hasta reducirla a algo parecido a lo que soy. Un montón de nada. Un puñado de desilusiones hechas forma. Un gran vacío.

Y mis ojos rechinan al fijar la mirada. Mis piernas gritan de dolor al dar más pasos. Mis manos tiemblan de agonía y mi lengua busca quemarse viva. Pero qué más da que las estrellas no brillen, si las noches sin Luna tampoco están tan mal. Y si necesito más locura me estrello contra las primeras pupilas que me ofrezcan metadona y alcohol para mis innumerables heridas.

Y a pesar de todo, vas a seguir viéndome sonreír. Y alegrarme por este mundo que no funciona. Y por todas las palabras que tienen eco. Y por los posavasos que lloran. Y por los lobos que no saben navegar. Y con tanta prisa por naufragar no salgo ni del puerto sin llamar la atención de todos aquellos locos que, como yo, rasgan el suelo con las uñas y dibujan caos en folios negros. Y siendo un puzle al que le faltan tantas fichas pues mejor. Así es más difícil resolverlo. Y hay veces que hay que desangrarse a ladridos y con ganas. Para luego sentir la vida como penetra por las grietas y hace crecer las flores de mi techo.

Y tantos enjambres de mimbre que me han visto querer ser un insecto. Y tantas miradas de desprecio que se han fijado en mí. Y tanta vida por delante que no se qué hacer con ella. Y tantas mañanas sin saber nada del mundo que preocupa. Y tantas personas a mí alrededor que ni sé dónde están. Y tantos problemas que no me caben en la cabeza. Y tan poca suerte que no me arrepiento de nada.

Y no es invierno, pero tampoco debe de ser verano porque hay tantas cosas al revés que los ciegos ven y los búhos galopan. Y a cada centellada de truenos y lamentos sirvo mi alma en un granizado desesperado por salir corriendo y lleno de cansancio. Y mis neuronas tan viajeras como los cometas se van de mi cabeza y se estrellan contra otros planetas. Y soñando, soñando sueños que no le gustaría a nadie soñar llego hasta tu puerta y no llamo, vuelvo al mundo, vuelvo a la vida, vuelvo a los latidos, vuelvo a un tranquilo silencio que me hace olvidarlo todo. Pero tranquilo, que hace tiempo aprendí a abrirme las heridas y a cerrarlas cuando quiero. Y sin revolotear expando las alas y me marcho. Meto en sobres partes de mí. Y en escritos casi nada. Un pobre porcentaje porque la realidad supera a la ficción y de momento todo es real mientras no despierte.

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