Escucho el latir de las miradas,
amplias ventanas con vistas al mar.
Necesito dos
copas más para pasar la valla,
cruzar el río,
No sentir.
Se aleja su olor y me invade la angustia,
ardo y ardo hasta
desaparecer.
Hundido entre las sábanas
preguntándome por qué.
No hay sotana ni milagro,
ni señal ni crucigrama.
Me muero de hambre y de sed
pero
aún sonrío.
Blancos colmillos y el aullido allá
a lo lejos.
Arañazos debajo de la piel
y el sinsentido
de romperme los huesos
con los suyos
porque nadie quiso nunca
lanzarse al vacío
primero.
La respiración
y la vocal y el delirio
todo junto.
El sueño travieso
y el toque de atención cayendo
como un yunque.
Mañana será otro día dicen
los que no fueron
más que cuervos y oleaje
perdiéndose en mi vista.
La boca hace una promesa
y la piel la rompe.
Cada vez que la roza el viento
no hay lugar en mí,
todo baldío,
desierto en la garganta,
arenas movedizas en el pecho,
eterno sueño
a rastras por el suelo.
Espectros y fantasmas
bailando el vals.
Despierto y no está
pero algo queda.
Soñar de nuevo y tiritar
sin su estela blanca,
dinamitado por su aroma.
No hubo más rabia ni más furia
que cada instante encadenado
a una acción
que no se lleva a cabo.
Mi alma gotea por un grifo
mal cerrado
y su sonido
me persigue.
Envidio al gato que
consigue dormir,
al faro que alumbra
y
al ave que busca el sur.
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