15.2.10

Buenos días




No me des los buenos días. Déjate de ángeles de la guarda y turbias promesas. Solo relléname la copa y déjame seguir con mis pensamientos. No necesito un pañuelo para secar mis lágrimas, ni fuego para encender mi cigarrillo. Tampoco necesito pasar esta noche acompañado, así que lo siento, persona cualquiera que me mira cuando me reflejo en los espejos, pero hoy no necesito tú compañía. Solo un vaso y otro vaso, y otro vaso. Hasta que el sudor frio inunde mi ropa, salga el sol y camine a gatas. Por si acaso he traído ropa de baño, no sea que caiga en algún charco. Por si acaso no he traído mi corazón, no es noche para enamorarse. Lo siento, pero tus ojos de felino no me hacen sentirme mejor conmigo mismo. Tus ojos, como dos pozos de hielo y caos, no me ofrecen más que dolor a largo plazo. Y de eso tengo demasiado en el banco y debajo del colchón. Deja de mirarme y sonreírme, y no me invites a la penúltima. Solo soy el demonio disfrazado de humano, solo soy el monstruo de Frankenstein sin demasiadas cicatrices externas. Y tú, ¿te crees qué me engañas? Sé quién eres. Tu saliva son residuos radiactivos, tu carmín no es más que sangre. Y si me cuelgo de tu lengua siempre me resbalo.



Echo a correr, te intento dar esquinazo pero no hay cambios de sentido hasta varios kilómetros en línea recta. Y además, a pocos segundos de empezar mi sprint ya estoy agotado. Toso sangre y me duele la cabeza. Y las estrellas se ríen de mí a carcajadas. Y las farolas para bromear dejan de iluminar la calle. Me quedo solo porque tu presencia no llena las mentes de buenos presentimientos. Es más, los vacía de su calor humano. Pero bueno, yo aguanto, y mientras tú me dejas sin saliva y sin ganas de vivir, el sol va cumpliendo su horario de trabajo y se hace de día.



Y magullado y mareado a partes iguales llego a casa, aunque más que casa es una habitación y un balcón francés a uno de los lados con vistas a las continuas dudas que el aire, de vez en cuando (muy de vez en cuando), empuja aquí dentro. Y tras subir unos escalones que parecían montañas por fin consigo caer en la cama. Y mirando las grietas del techo casi atisbo a ver el cielo. La dureza del colchón me dobla por la mitad y me corta la respiración La tele no funciona y la nevera dejó de enfriar hace mucho tiempo. Lo siento pero aquí los problemas no se van por el desagüe más bien expulsan bajo amenazas y chantajes a mis geranios y se plantan en sus macetas. Y yo tanto por la costumbre como por el sentido del deber los riego. Y ellos van creciendo y yo menguando. Y desde que vivo aquí las arañas y otros insectos han decidido mudarse a cualquier otro lugar. Ya ves, no las necesito. Solo necesito que la luz entre hasta el fondo de la habitación, que el polvo desaparezca, que el papel pintado, que se rompe y despega de las paredes se contenga, se dé por vencido, y ocupe su puesto. Y tal vez con luz, y con todo en buen estado, este lugar no me parezca tan estéril, no me parezca tan desértico ni tan inútil. Tal vez, no tenga que acabar noche tras noche en ese mismo lugar donde todas las almas rotas acuden esperando que copa tras copa su alma se cosa a su piel. Que copa tras copa consigan eliminar a todas las termitas que impregnan sus corazones de madera. Tal vez no tenga que acabar noche tras noche esperando encontrar cualquier sonrisa, cualquier vestido que se componga de delirios y delitos. Cualquier perfume, mezcla de paraíso e infierno, al que no vuelva a ver cuando amanezca. Pero de momento sigo destruyéndome, poco a poco, eliminando la vida de mis células pegadas con celofán para que no se caigan. Pero de momento la luz no entra en la habitación, nada se arregla por sí solo, nada cambia de estado por su propia voluntad. Y gritando desde mi megáfono solo consigo agrietarlo. Nada cambia aquí, al otro lado del mundo, en la otra cara de la Luna. Nada cambia en mi escondrijo. Nada cambia en las flechas que me apuntan.



Nada cambia. Nada cambia….

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