15.2.10

EL JUEGO

No sé cómo llegué a esa situación. Estaba sentado en una silla de respaldo alto y reposabrazos cómodos, junto a otras cinco personas que no conocía, y que al parecer no se conocían entre ellas. Rodeábamos una mesa circular, de mármol blanco con una pata de hierro en el centro, semejante a un sauce llorón, que la sustentaba. Bebíamos algún licor en pequeños vasos de cristal, que nos había obligado a desabrocharnos algunos botones de la camisa y a aflojarnos el nudo de la corbata, y algunos fumábamos puros simplemente porque nos ofrecían. No recuerdo como era la estancia en la que me encontraba, las paredes de la habitación y el mobiliario se entremezclaban con una pesada niebla de mala memoria. Algunos hablaban pero en realidad no había demasiada conversación ni ánimos para iniciar una charla. Los nervios nos recorrían el cuerpo a todos los miembros del grupo y apurábamos los vasos rápido para volver a rellenarlos después.

Se oyeron unas campanadas, no sé cuantas fueron ni de donde provenían. Y el hombre que se encontraba delante de mí dio unos golpes a su copa con el metal de su reloj. Parecía que se disponía a hablar así que los que intentaban hablar callaron y los que no, le dieron el último sorbo al licor.

-Caballeros, ya es hora de que empiece el juego, ahora os pasaremos unas declaraciones que deberéis firmar. No se preocupen, es para no ocasionarles ningún problema legal a los que… ganen el juego- Dijo el hombre terminando con una sonrisa.

Un mayordomo, o al menos eso parecía por sus ropas, repartió unas hojas. Unos folios blancos con caracteres elegantes, y un hueco al final de la declaración donde se establecía claramente que había que firmar. Me leí las declaraciones, en una decían que un miembro del grupo, al cual desconocía su nombre y al que por supuesto nunca había visto hasta el día de hoy, cogió un revolver y se suicido. En la otra declaración establecía las razones de mi suicidio. Me pasaron una pluma Mont Blanc y al igual que el resto firmé las declaraciones. El mayordomo recogió los papeles y desapareció para volver de nuevo con una caja, parecida a un maletín pero de madera. Y se la entregó al señor que había hablado. Él la abrió, y tras apartar un pañuelo de seda rojo, saco un revolver y una bala. Nos lo enseñó e hizo un gesto para que nos tranquilizáramos.

-Bueno, esta noche como otra de tantas, vamos a volver a jugar caballeros. Ya deberían saber las normas pero las volveré a decir. Nos tocará el turno según el número que tengamos en la pegatina que todos llevábamos en el pecho. Iremos por orden de menor a mayor. No podemos retirarnos una vez empiece el juego. Y con el que pierda, se procederá a lo habitual. Llamaremos a las autoridades. Previamente limpiaremos el arma de nuestras huellas y procederemos a recoger nuestras declaraciones. Otra norma muy importante que debemos cumplir todos, caballeros, es que no podemos relacionarnos ni dentro ni fuera entre nosotros. Veo caras nuevas, y caras que han tenido la suerte de poder seguir jugando. A los nuevos les diré que estamos aquí porque somos distintos, diferentes al resto del mundo. No tenemos miedo. No tememos a la muerte. De hecho hoy compartimos habitación con la muerte. Y no nos importa. Somos adictos a la cercanía de su cuerpo. Al halo frío que desprende. A su aliento, a su guadaña. Nos gusta sentir el peligro, nos gusta sentir la muerte. Nos gusta jugar con la muerte y ganarla. Sabiendo que si perdemos no será del todo una derrota. Eso somos nosotros caballeros, eso es lo que somos. Y a mucha gente no le gusta. Si supieran todo esto, nos mirarían como a locos. La sociedad no nos entiende, y si se lo intentáramos explicar nos marginaría, nos apartaría de su colectividad. Por eso tomamos tantas precauciones, para que estas noches podamos jugar con la muerte. Y por el día reencontrarnos con esa sociedad que de alguna forma también amamos pero que no combina con nuestra adicción.- cargó la bala en el cargador y lo giro para que la bala se perdiera en el azar-Que empiece el juego.

Mientras dijo todo esto, los nervios, ahora más que nunca, empezaron a atenazarme el corazón. A enroscarse por mi cuerpo como si fueran una serpiente hambrienta. Impregnaban cada pedazo de mi piel, cada hueso, cada tendón, cada músculo. Notaba su peso en cada gota de sangre. Y estallaba cada vez que el corazón palpitaba, cada vez más rápido. Miré el número que anunciaba mi pegatina. El número cuatro. Somos seis, hay una bala. Uno de nosotros morirá los demás sobreviviremos. Seguro que todos pensaban lo mismo que yo. Sin embargo, cuando el hombre que parecía organizar, aparte de jugador habitual, acabó su discurso algo me llevó a querer participar en tan letal juego. El señor que tenía el número uno cogió el revólver, lentamente se lo acerco a la sien. Suspiró y nos miró a todos. Apretó el gatillo. Se escucho un ligero crack pero no pasó nada más. La bala no se disparó. Él era el primero en ganar a la muerte. Él era el primero en disfrutar de la suerte y de marcar las posibilidades de ganar a los demás. Todos le felicitaron por su victoria y se marchó. El número dos cogió el arma. También se apuntó a la cabeza y al apretar el gatillo no pasó nada. Se acercaba mi turno de jugar y cada vez estaba más nervioso y terriblemente asustado. Pero por otra parte ansiaba coger el revólver, disparar y no morir. Las manos me temblaban, y cuando cogía el vaso para dar un trago parecía que este pesaba una tonelada. El número tres cogió la pistola. Se apunto, respiró hondo, y apretó el gatillo. El sonido del arma al dispararse fue muy fuerte. Y hoy lo recuerdo como si me hubieran dado un martillazo en plena oreja. La sangre que salió disparada de la cabeza del hombre que estaba a mi derecha me salpicó en la cara y en el traje. Dejó de parecerme real todo aquello. Él cuerpo sin vida cayó hacia delante. Y el revólver golpeo al suelo con un sonido seco. El hombre que nos había hablado y explicado las reglas del juego sonrío, como si hubiera triunfado y volvió a hablar.

-Excelente caballeros, hemos ganado. Ha sido una buena partida, tal vez un poco corta. La muerte ha querido que él perdiera. Y ahora, procederemos con lo dicho anteriormente. No os asustéis por la policía, dentro de unas horas ya estarán ustedes en casa. Y mañana al anochecer celebraremos la victoria de este juego con otra partida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario