23.6.10

El cazador de escarabajos y la musaraña que cree en las hadas.

Me pudieron los vicios y el vertigo. Me pudo el tiempo y tu sonrisa. Me pudo pensar que te creas que lo que escribo lo escribo por ti. Me pudieron los sacos de sueños que se me han ido rompiendo a cada amanecer. Me pudo el agua oxigenada en las heridas. Me pudo este mal tiempo, esta tormenta encallada en mi techo, este pastoso calor de verano y seguirte a todas partes. Me pudo la ruina de querer ser distinto. Me pudo esperar en la sala de espera a que pasara algo más que esperar. Me pudo la nieve y los barrancos atiborrados de chatarra y piedras preciosas. Me pudo descansar en tu regazo hasta mezclar mi duermevela con tu piel y tu respiración calmada con mis sueños. Me pudo el papel y la tinta. Me pudo el intenso color azul del mar y su infinita sed. Me pudo esta desesperación y esta hambre que no cesa. Hambre de arena y barro, de pienso y ovejas, de serrín y sarro. Me pudieron todos aquellos trenes que me guiñaban un ojo al pasar pero que no paraban. Me pudo ver sangre y tinieblas, unicornios en busca de trabajo fijo y promesas que estallaban de la risa con sólo pensar en cumplirse.

Y me pudieron tantas cosas que nunca volví a salir a la superficie. Y me pudieron tantas cosas que ¿qué es lo que me queda, qué es lo que nos queda? ¿Dónde están las palabras suficientes para describir mil años de locura en una fracción de segundo? Qué me va a quedar si tú no estás. Si el día es noche. Y las noches son demasiado oscuras. Y el dolor demasiado intenso. Y la luz chillona y ambigua me recuerda a la comisura de tus labios. Y vuelvo a querer ser piedra. Y me mato y revivo, y revivo y me descompongo. Me deshago en murmullos, en un aire demasiado dramático, en una fugaz estela de inconformidades y recuerdos que no cuajan. Y las estrellas ni se callan ni dejan hablar. Y tu mirada es un fusil que dispara y dispara. Y yo estoy cansado de correr, de no dormir, de no pensar, de no querer dejar pasar las corrientes de aire que me dicen al oído escapa, sal de dónde estés, cae por cualquier pozo sin fondo que te lleve a otro lugar dónde nada sea igual, donde las baldosas sean fuego y las lámparas alumbren en los días grises. Y sin pasaporte, ni fotos de carnet ni dirección, ni buena letra, ni figuras geométricas encerradas en una expresión de disgusto. Y con las costillas a punto de romperse me disuelvo en palomas blancas con pico y patas de hierro y también me disuelvo en el líquido de frenos que no deja de acelerar. Y sin esperanza, la poca que tenía la perdí en un pestañeo, por mi adicción al juego, por mi continua irresponsabilidad con todo.

Ahora mastico los segundos, y los deshago, y me introduzco en mi estómago y no dejo de llorar jugos gástricos. Ahora pierdo el tiempo queriendo crecer y crecer hasta darme en la cabeza con el universo. Y de una inspiración aspirar todo el oxigeno del mundo y dejar de hablar con una voz que no sirve para nada. Y atizar a las telarañas con un chasquido, y salir volando, estallar en salamandras volátiles, ser un reptil. Un cazador de escarabajos que no se cansa de sentir siempre el peso de la rutina sobre los hombros, la carga increíblemente pesada de tu presencia sólo en parte. Porque estás a veces cerca pero demasiado lejos, inalcanzable, al otro lado del mundo cuando te miro a los ojos. Te miro a los ojos y reflejan un muro de ladrillos. Y dime, el tiempo vuela, nada queda aquí, y tú siempre con la misma historia llena de agujeros y remiendos, cayendo en la indecisión de bruces, repitiendo los mismos errores. Mátame o mándame lejos, tan lejos que todo esto me parezca un sueño agitado, una pesadilla que con el transcurso del día desaparezca de mi mente y con ella sus secuelas. Porque ahí estas como una musaraña que cree en las hadas. Unas hadas ruines y malditas que entre ruinas y ceniza despliegan caos y extrañas historias de amor y sangre, dónde nadie se quería, dónde todo siempre acababa demasiado mal.

Y miro a la calle desde la ventana, y ahí está el cazador de escarabajos, con su pelo desteñido por el frío, con sus guantes de cuero que ni se inmutan con las noticias de los periódicos. Haciendo su función entre la monotonía de los atascos y aludes de nieve, entre trenes y balcones, y dinamita y ojeras. Y a su lado, casi camuflándose con la atmosfera una musaraña que cree en las hadas de alas de cartón y mirada desafiante. Y llorando ambos no se encuentran a tan pocos metros. Y con la vista cansada, y con la boca seca, sus corazones dejaron de latir. Les pudo el miedo, les pudo un mal día festivo, les pudieron frases malditas, chaparrones de silencio, lo mismo de siempre.

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