21.8.10

III

Estábamos totalmente perdidos, como un zapato de tacón en mitad del desierto, como una llovizna debilucha en mitad del Monzón. Perdidos y totalmente indiferentes como la roca que sobresale en mitad del mar, ajena a la marea, ajena a la espuma y al salitre, mientras todo pasa y todo deja de pasar. Inmunes al humo y a las cuestas nos derrumbábamos como un suspiro se disipa en pocos segundos. Le clavamos las garras al lobo feroz que desde parajes oscuros gritaba y nos hería, agrietándonos el ánimo, secándonos el espíritu, pudriendo nuestra alma. Y a grandes zancadas el universo se me queda pequeño para poder seguir corriendo y bebiendo fuego, guardo pedacitos de invierno en el corazón, puñados de infierno en las sienes. Conviviendo con la rabia y con la señal de la televisión ausente por el momento. El frigorífico no enfría y mi cama está revuelta. Trastocado mi avance, me deprimo y me alegro según la cantidad de niebla que oprima mis sentidos. Convertido en escarcha, en polvo, en grandes masas de petróleo y ceniza apilada y compacta que bloquea la tráquea de la inspiración. Rodeado de cicuta, juego a bucear y a perder la vida en tiempo record. Y ni mencionar el reloj, ni el sedentarismo. Sin bendecir la mesa donde la locura se sienta a devorar neuronas y a moldear pensamientos sembrando el caos y el odio y miles de estrellas fugaces.

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