1.5.10

Blanco medusa

Creemos ser libres. Creemos ser aves rapaces que desaparecen si la música no es adecuada al clima. Creemos ser felices simplemente con un día soleado, con una sonrisa como vuelta por otra sonrisa. Creemos ser brisa marina entre la prisa continua de la hora punta. Creemos ser jeroglíficos indescifrables en medio de esta ruina de lamentos y de acentos mal colocados. Creemos ser mejores, mejores que otros que son peores. Mejores que las alfombras voladoras, que las mañanas de sábado, que los días lectivos. Creemos saber la verdad del universo. Creemos conocer todas las respuestas. Y luego los atardeceres nos desconciertan, el paso del tiempo nos acaba matando, el corazón se acaba rompiendo una y otra vez.

Pensamos que somos especiales, que somos únicos. Pensamos que no tenemos nada que ocultar y sin embargo siempre hay cosas que guardar bajo llave. Siempre hay pensamientos que tapar con cemento y ladrillos. Pensamos que todo se arregla, pero hay cosas que quedan en el alma y no se curan, que ladran y se retuercen y nos impiden olvidar, que permanecen y cuando menos te lo esperan aparecen y te clavan un cuchillo. Como cada vez que te miro a los ojos o me abrazas. Como cada vez que hablo y no sé lo que digo.

Tenemos la certeza de que todo no puede ir peor. Pero si empeora lo achacamos a la contaminación acústica, a un repóquer de ases maltrechos y desfigurados. Tenemos la certeza de merecernos algo mejor, pero navegar entre gaviotas y entre calles asfaltadas no implica ser mejor persona, luchar a diario por un segundo más de frío invernal no cambia nada. Tenemos la certeza de que algún día sin querer nuestros sueños se habrán cumplido. Y sin embargo, callados vemos como nada se cumple, como todo es mentira, como nada acierta, como nada hace línea y mucho menos bingo.

Pensamos que ella es única, que es mágia casi divina. Pensamos que algún día compartiremos techo y agua con sus labios, que robaremos besos de su cuello y piel de sus párpados. Pensamos que merecemos robar sus sabanas y quedarnos de recuerdo sus pestañas, y pasar la noche sumergidos en su perfume y no nos damos cuenta que su imagen ya voló aunque no lo notáramos, que ella tantea otros terrenos mucho más escarpados e inaccesibles. Y luego entre la espada y la pared sentimos el hechizo de sus ojos, y tragando saliva y veneno nos hace daño su recuerdo y sus papilas gustativas, e internados en la prisión de sus costillas navegamos sin rumbo por su sangre para nada porque cuando encuentre tierra firme nos deja sin billete y sin maleta. Perdidos en la inmensidad de un mundo que se esconde de nuestras lágrimas plagado de delitos y ceniza, de alcohol y de síndrome de abstinencia.

Y qué quiere el mundo de nosotros si no somos más que piedra, más que agua, más que fuego, más que viento, más que nada. Si solo queríamos ser otras personas, otros destinos, otras llegadas. Si ataviados con lupas en los ojos y telescopios en las manos no vemos más que lo queremos ver aunque duela. Y la realidad está a un lado a la otra vertiente de su lengua. Y aunque su cara busca ayuda en la selva, sus hombros piden llorar desconsolados hasta que no haya más agua en los depósitos de sus ojos. Llorar y gritar que el mundo la engañó que todos esos a los que creyó amar no eran más que plastilina y sal, bombas de relojería destinados a otros destinos llenos de espino y ciencia infusa. Sus hombros cansados de apoyarse en hombros que no entienden términos técnicos, ni de calor, ni malas hierbas y dolores en la espalda, sólo buscan comprensión en estos lugares de muerte y caos.

Tal vez por eso nos hayamos vuelto fieras, malas bestias en busca de carne y sangre. Ángeles negros y vagones de trenes, caramelos en llamas y atisbos de color blanco medusa.

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