18.6.11

Cartas para nadie II.

Duda.

(De dudar).
1. f. Suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia.
2. f. Vacilación del ánimo respecto a las creencias religiosas.
3. f. Cuestión que se propone para ventilarla o resolverla.

Esta carta no es para nadie. No sé quién la leerá. Tal vez dentro de mil años alguien la desentierre de unas ruinas o de una botella sin más contenido que desvaríos entre la tinta. Y leyéndola, quizás, se pregunte ¿por qué? ¿quién la escribió? Eso no importa, eso da igual. No importa quién soy pues no soy nadie, ni un romántico, ni un loco, ni un preso. No soy nada. Solo soy el que escribe y se pregunta pero no halla respuesta. Solo soy el que no llega a ninguna conclusión, el que no entiende nada, el que no sabe nada. Miro por la ventana y se me apaga el corazón. Deambulo por la calle y en los estanques ya no hay cisnes, en el cielo no hay halcones. Solo hay prisa que carcome como las termitas la madera. Y madejas de tristeza con forma de los cables que comunican con los postes eléctricos. El arte se sepulta. El pensamiento se extermina. Las voces se callan. Las críticas parecen peores que las balas. Y las vidas pierden valor, como las casas, como los salarios. Veo el mundo y mi alma se derrumba, como los castillos tras mil disparos de catapultas, como se erosionan las montañas por el viento. Todo es tan extraño que no le encuentro el sentido: tanta maldad, tanta ignorancia, tantos colmillos. Se susurran, se miran, se sonríen, se acarician. Y se odian, y se temen, y se arañan. Y se ocultan, y se esconden, y engañan. Y todos estamos entremedias, perdidos entre golpes sucedidos de atardeceres, perdidos entre mentiras que chillan las bocas, entre gritos y silencio, entre desequilibrios y excesos. Y mientras los necios albergan esperanza, y mientras los que se creen sabios albergan planes, yo solo albergo dudas. Dudas infinitas como la distancia entre miradas que no se quieren ver, como el sentimiento de un Dios y de una hormiga, como la época de los dragones, como la lluvia de los días soleados. Dudas sobre lo que pasa a diario, desde lo cotidiano a lo cósmico, a lo más extraño. Dudas, casi siempre, sobre toda esa gente que me rodea. Tan felices, tan desdichados, tan de cartón piedra, tan difusos. Y ¿cómo no voy a tener dudas en un mundo dónde la lluvia es noticia y el asesinato no sobrecoge? En un mundo dónde se roba el cobre y se mata por el coltán ¿cómo no voy a dudar de mí si no sé dónde me encuentro? El desmoronamiento no sale señalado en ningún mapa, la desgana no está marcada por ninguna brújula. Las calles se estrechan, el universo se contrae, el espíritu mengua. ¿Cómo no voy a dudar? Si la Luna a veces desaparece, si la gente es tan oscura como todas las noches que me estrello contra los mismos sueños y las mismas pesadillas, si lo que veo es en blanco y negro y muy monótono, si ni siquiera estas líneas tienen un destino y un destinatario claro.

Seas quién seas. Si eres del futuro, o si sólo eres el olvido o el vacio interesado por los escombros, te regalo cada una de mis dudas. Desde la más personal hasta la que no tiene importancia. Duda de lo que ves pues cambia de repente. Duda de lo que escuchas pues las palabras tienen mil significados y las frases mil sentidos. Duda de la vida pues da mil vueltas, tiene mil socavones, diversos ataques de felicidad y dolor, de prejuicios e infortunios. Duda de ti mismo, de los semáforos, de los espejos, de las fronteras. Duda del camino. De las sonrisas. Y, especialmente, duda de mis palabras pues soy un desconocido cualquiera. Harto de dudar. Harto de dudar de mis propias dudas.

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