24.6.11

Cartas para nadie IV

Dolor.

(Del lat. dolor, -ōris).
1. m. Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior.
2. m. Sentimiento de pena y congoja.

Me escribiste diciendo que no sabía nada del dolor. Que ni comprendía su significado ni sus efectos. Que me era lejano, como la Luna, como el último piso de un edificio de mil plantas. Dijiste que no sabía nada del dolor. Que para mí sólo era físico, una herida al caer de bruces, contra el suelo o contra algo escarpado. Pero lo que no sabes es que yo sí sé lo que es el dolor. Lo sé muy bien. Siento dolor desde hace mucho. Dolor cada vez que veo que te vas, teniéndote tan cerca. Dolor cada vez que me hablas de tus sueños, tan lejos de ellos. Dolor cada vez que te quieres acercar a otro. Dolor cada vez que amanezco sin ti. Dolor cada vez que quiero a muchas, y a su vez no quiero estar con ninguna. Dolor cada vez que te pierdo. Dolor cada vez que la pena me invade, cada vez que el destino me reta y me vence, cada vez que las caídas no hacen daño a las rodillas pero sí en el alma. Te digo que sí sé lo que es el dolor, porque lo siento siempre, muy a menudo. Lo siento cada vez que te alejas y te despides, cada vez que no te dirijo la palabra, cada vez que escribo sobre ti. Si te vas tiemblo y me duele, si sonríes me mata que no sea por mí. Me tortura la idea de que no estés lo suficientemente cerca o lo suficientemente lejos. Me tortura perderte, decirte adiós. Cada recuerdo es una astilla, la memoria un astillero. El recuerdo de tu tacto un serio problema, tu perfume una razón para olvidar la cordura. Tus pasos, mil quebraderos de cabeza. Tu presencia, mi condena. Noto cómo te vas alejando. Despacio, deprisa. Y no le veo sentido a la vida, y doy los buenos días aunque ningún día sea bueno, escribo por escribir, escribo por escribirte. Tu ropa es el horizonte. Tus labios, tu voz, tus ideas, todo por lo que me clavaría mil puñales. Me envenena que estés lejos. Me maldigo cada vez que no quiero que estés cerca.

Mi alma arde, como las ascuas, como cuando pienso en ti, y en ti, y en ti. Ya sabes, el fuego no siempre quema, el frío no siempre hiela aunque se siente. Como siento que no estés, como siento que no estés. Me decías que no sabía lo que era el dolor. Pero sí lo sé. Tiene mil rostros y a veces el tuyo, o el tuyo, o el tuyo. No solo duelen las heridas, también las cicatrices, los traumatismos, las despedidas. He notado el dolor en los labios y en el corazón, lo he sentido tras un puñetazo, un comentario con la apariencia de ser sin importancia, tras tus revelaciones y tus intenciones. Lo he sentido muchas veces, con el sol brillando, con la noche alrededor.

Y me dices que no sé nada del dolor, qué sabes tú ¿has sufrido mucho? ¿con qué? ¿con un plan qué no salió cómo esperabas? ¿con una relación que terminó? ¿con una verdad echada en cara? No me hables del dolor. Pues mi dolor dura años como la contaminación de algunos materiales. Mi espíritu se erosiona como el acantilado de la costa. Es cómo un parasito que nunca se va. Como una voz que no se calla. Y me recuerda todo lo que no quiero recordar. Ya sabes, cada frase desafortunada, cada paso dado en falso, cada día sin sol.

P.D: no espero que entiendas todo lo que me duele, ni cómo me duele. Solo quiero que sepas que el dolor no es algo único, que yo también lo siento más de lo que me gustaría, como la arena de la playa la subida y bajada de la marea, como los pararrayos las tormentas, como las películas de cine la falta de atención.

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