22.6.11

Cartas para nadie III

Error.
(Del lat. error, -ōris).
1. m. Concepto equivocado o juicio falso.
2. m. Acción desacertada o equivocada.
3. m. Cosa hecha erradamente.


Esta carta la escribo en un día de desesperación, de enfado conmigo mismo y con todo lo que me rodea. Harto del aliento frío con que el invierno hace trizas el fuego de las almas. Harto del continuo repiqueteo del dolor en los días de lluvia y viento. Escribo esta carta porque he andado cientos y cientos de kilómetros solo, cercado por abismos y laberintos, y los ojos brillantes en la oscuridad de los demonios perdidos. He andado sin descanso, sin detenerme, por desiertos dónde la arena estaba al rojo vivo y la poca agua que había siempre era aguardiente. Me he congelado de frío por estepas donde, de vez en cuando, se veían pasar bandadas de dudas, aleteando con fuerza, enredándose con mi cabello. He caminado bajo soles de distintos colores que no eran sino la mirada de desprecio de los demás. Y también bajo lluvias de estrellas que impactaban contra la Tierra y que no eran más que mis sueños. A veces creí ver la aurora boreal en alguna sonrisa, a veces creí tener el horizonte al alcance de la mano. Durante minutos que parecían horas, espejismos de futuros mejores me tentaban, me volvían loco. Corría hasta ellos y desaparecían, envolviéndome en bruma y golpeándome el estrepitoso sonido de las carcajadas.

Andaba en busca de respuestas, de consuelo, de comprensión. Andaba para librarme de las voces de los fantasmas de mis errores: gritándome a los oídos, chillando a la hora de dormir, cada momento, recordándomelos. Me clavaban en el cráneo carteles dónde me veía a mi mismo zafarme del cálido abrazo de aquel rostro al que me obligue a no querer. Y tuve que aprender a arañazos que sin su presencia me moría de hambre. Que mi corazón perdía el sentido si la veía andar en dirección contraria a mí. Los fantasmas cosían en mis ojos tapices dónde echaba de menos a todos lo que había expulsado de mis venas cediéndoles solo el árido territorio de mi ira. Los fantasmas me tatuaban con sus uñas negras todas las palabras que escupí para que me dejaran tranquilo, mientras en mi interior brazos invisibles se aferraban a cualquier cosa que estuviera cerca, para que todo estuviese en su sitio, para que nada se moviese, para que nada cambiase.

Y paso tras paso no encontré nada de lo que buscaba, ni siquiera el más leve rumor. Solo perdí la vista por llorar lágrimas de hierro y por dejar de mirar la realidad y su rutina, y sus desafíos, y sus venenos sin antídoto. Perdí el oído por no escuchar la voz de los árboles que al agitar sus ramas me indicaban que me parara a descansar bajo su sombra, por no escuchar las palabras de las corrientes de los ríos, que salpicando, me daban buenos consejos de los que no hice caso. Y a cada paso fui perdiendo más cosas. Haciéndose el camino más complicado, más salvaje y más atroz. Envolviéndolo todo con un manto oscuro. Agrietando más y más mi corazón.

Y ahora escribo y finalizo esta carta para expresar cada nudo en la garganta, y cada herida que noto debajo de mi piel. Para desahogarme aunque solo sean unos minutos de toda esta búsqueda que se tornó sin sentido. Puede que lo que más sienta no sea haber perdido el tiempo entre zancada y zancada sino que, a pesar de todo, sigo sintiendo cada error que he cometido reptando en el interior de mi conciencia.

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