13.8.12

Háblame del amor

Llevo varias horas despierto. ¿Despierto? No sé, tal vez despierto no es la palabra adecuada. Pero de repente hubo un chasquido, clack, y salí de mi letargo y me senté delante del escritorio y busqué un papel en el que escribirte esto. En cierto sentido me has despertado. Tampoco sé muy bien qué escribirte, tal vez eso no sea importante y el hecho en sí, sí lo sea. ¿Recuerdas aquella vez en el lago? Ya, ha pasado una eternidad. Yo sí me acuerdo, a veces, me viene a la memoria, aunque esté pensando en cualquier otra cosa, viendo la televisión o escuchando música. De repente aparecemos en el lago y el viento te revuelve el pelo y tú te afanas en colocarlo de cualquier manera. Sólo fuimos aquella vez al lago. Tú me dijiste: “háblame del amor”. Yo miré hacia otro lado esperando encontrar la respuesta, un poco de tiempo para contestar algo convincente. No sé me ocurría nada, me quedé en blanco. Creo que hoy sería capaz de contestarte, ya sabes, si volvieras a preguntármelo. Sé que no lo harás, ya para nosotros no existen más preguntas, más lagos, ni nuevos recuerdos. Ya no queda nada, como en los minibares de los moteles de carretera o en las aldeas arrasadas por los Bárbaros. 

Pongamos que estás aquí, a mi lado, y vuelves a clavarme la mirada, a arrinconarme, y a decirme: “háblame del amor”. El amor… el amor… es aquello que nos coge por sorpresa, que nos sepulta y nos hace mortales. Que nos arranca el corazón y nos debilita. Nos ataca la fiebre, las arritmias, el estrés, la tristeza. El amor es aquello que arde, sí, que arde y que al final acaba por desaparecer, de una forma o de otra, en más o menos tiempo, pero desaparece. Cómo un maldito pájaro de plumaje exótico que se posa en tu ventana una mañana cualquiera. Lo miras, ahí, parece ajeno a todo moviendo la cabeza hacia los lados, observando la calle con sus ojos negros y brillantes. No te mueves, casi ni respiras. Pero de repente el pájaro echa a volar y se escapa. Y le ves, boquiabierto, aletear dirigiéndose a cualquier otra ventana. Y no sirve de nada llamarle para que vuelva, a gritos, con la frente apoyada en el cristal frío. Deja de latir el corazón hasta que asimilas que se ha marchado. El amor tiene tanto de milagro, de salvación, como de castigo y tortura. “Háblame del amor”.  El amor aparece y toca a dos, a cuatro, a diez, a mil, pero no lo hace a todos por igual, si no mira cómo hay quién se alza y quién cae de rodillas. Hay quién sale reforzado y quién hundido. 

Ahora tengo algo que decir y es que, a pesar de todo eso, hay que ser fuerte y estar a la altura de la responsabilidad que nos confiere el amor, la responsabilidad que nos confiere el amor que nos profesan otros. Si te golpea el amor se prudente, nadie lo es por eso siempre llega el desastre. No utilices el amor para excusarte. No difumines el amor, no digas que es libre. No te mientas. Aunque lo escondas y sonrías ahí está esa caja llena de celos y de ansias de posesión, y de locura. Mira atrás, la vez que te tragaste el amor en silencio y lo digeriste como si se trataran de cristales. De aquella vez que saltaste al vacío y caíste contra el suelo. De cuándo todo parecía ir bien. De cuándo no lo fue… todo lo que hiciste y que no valió la pena. Nos arrancan el amor y solo queda el hielo. Y ese incómodo silencio cargado de pensamientos con la solución a todos los errores. Sabes bien de qué te hablo. 

Dejo de escribir durante unos instantes y miro los folios, arrugados y con las líneas tambaleándose, con menos fuerza de lo que había pensado. Aquí ando, perseguido, extraño, atacado, pero lúcido, sí, lúcido. Y puede que te preguntes, si es el amor, su eco, sus golpes, lo que me hace seguir recordándote y escribirte todo esto. Sin embargo, tiene más que ver con esos pensamientos a los que he hecho referencia, que traen la tardía solución a los fallos, las palabras que debí decir, lo que tuve que haber hecho y lo que no. Todo eso que ya no importa, que no sirve, y que por eso quema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario