11.3.13

Días sin preguntar la hora.




Nos atan cuerdas
invisibles.
Cuerdas de rugido de león, de
dinamita.            Suena como
las burbujas de los refrescos, las
aspirinas              efervescentes.
Creo
que ni siquiera tengo tiempo para respirar.
No hago más que
caer en la trampa entre
sonrisas, vasos de cristal, luces difusas.
La marea me arrastra,
nos salen cadenas
de las escápulas, nos cubre la arena
cálida bajo miles de soles
nuevos.

Caemos por las cañerías, nos
convertimos en escombros.
Tratamos de capear el temporal, nos
regalamos una herida.
La piel fría y el corazón rabioso como
raíces de árboles muertos de sed.
Me alumbras, y me marcho por las
madrigueras, la eterna
búsqueda de salir ileso.

Un barrote tras otro y yo
me apoyo en cada farola
y escucho las historias de las caídas
contra la acera,
los montones de hojas de otoño.
Cualquier cosa                  absenta
para olvidarme de raíles de tren,
puntos de sutura, golpes de boxeo.
Aúllas, te busco
y me pongo a aullar, no sé
si la luna escucha.

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