13.3.13

Tinta rápida




Un libro es una nube que descarga su tormenta sobre mí. Cada gota lleva dentro una pequeña palabra escrita con pulcra letra negra. Se escucha un gran estruendo y, de repente, me cae una gota sobre la frente. Es fría y cálida al mismo tiempo y condensa la palabra Reloj. Un reloj sin horas, de bolsillo, plateado. De esos que se abren y guardan una foto dentro, una foto en sepia, o en blanco y negro, muy antigua.

Dos gotas impactan contra mis ojos. Descubro las palabras Luna y Noche. Una luna siempre llena, con rostro y sonrisa misteriosa como la Gioconda, que mira sin decir nada, muda, los pasos que vamos dando, las reuniones secretas de los gatos, los altibajos, el vapor que exhalan las alcantarillas. Y una noche de verano de esas de subirse al tejado y aprenderse las constelaciones de memoria. De pedir deseos a estrellas que no son más que meteoritos desintegrándose. De mirarnos con los ojos, sentirnos con las manos, como si hubiera dejado de existir ese reloj sin horas, de bolsillo y plateado.

Una gota cae sobre mi oído izquierdo. Escucho la palabra que se transmite con un susurro cuando la gota se seca… shh... dice Ojalá. Como también está escrito en la frente de un padre que mira a su hijo con decepción. Como va entre mis venas, en sus labios, en cada corazón. Bordado sobre el silencio, pesando como hierro en las mochilas de sueños que acarreamos de aquí para allá sin ton ni son, sin atrevernos a parar y ver qué guardamos dentro. Una bicicleta nueva, tal vez, un día más de vida, aquél pastel de cumpleaños, el parque de atracciones vacío, el corazón recompuesto y como nuevo.

Otra gota cae sobre mi boca. Helada, gélida como las manos del invierno. Sabe a lo que debe saber la palabra Justicia. A agua procedente del deshielo que baja de una montaña irreal. Justicia como cada mañana con sol de un día que no es de diario, un billete encontrado en un bolsillo. Una caricia por sorpresa, un villano menos y sin tantos héroes póstumos. Justicia a la sombra de estos árboles que no sirven para hacer leña. Justicia alejándose como un globo rojo que ha soltado un niño pequeño sin querer

Y otra gota cae sobre mi lengua, pica como pica la pimienta negra. Sí, sabe a rutina. La rutina de despertar con las sábanas revueltas, el despertador llamándome a gritos y un día más para arrancar una hoja del calendario, desmenuzar mis horas entre aceras grises, paradas de metro, rostros sin gestos, pantallas de ordenador, el móvil necesitando un chute de energía eléctrica. Una oficina abisal en este fondo marino de los trabajos que consisten en realizar informes, con una silla con ruedas y un jefe en un despacho. La rutina del amor sin amor con forma de cigarrillo, del dolor de las despedidas en tantos andenes que ahora los trenes patinan por los raíles, de la alegría, de los ojos cerrados, de escuchar como respiras, de perderte para siempre.

Una gota cae sobre el pecho estalla como un pequeño fuego artificial y me dice con voz suave, casi conmovida Final. Y lo siento como un golpe a un tambor tribal. Mi corazón se para, no quiero pero se para y no es justo, y no hay reloj, y no lo conciben las noches y sus lunas, ni mi rutina, ni ninguna palabra porque mi corazón no sabe leer solo escucha e intenta comprender esta vida de ensayo y error. Pero al final comprende que es el final y se apacigua, parándose, tranquilo.



Nunca ha servido
para dormir

No hay comentarios:

Publicar un comentario