7.9.12

La crisis del día a día



Ya no sirven las excusas,
ya estoy despierto.
Observo desde lejos y desde
la altura de la piel
la crisis del día a día.
Observo los ojos que se cierran
con cremallera
para refugiarse
una vez más del temor.
Siento la vibración del tambor
de la guerra,
los pisotones de los elefantes por los jardines,
y el vapor, denso como tela, envolviendo
los callejones.
Los gatos apostando sus vidas
por la ciudad,
y las farolas
que son faros
para los que andamos perdidos
y solo buscamos
un poco de luz
en este mar nocturno
lleno de ruido, por el que
Caronte pasa a veces
silbando la melodía
que trae la tormenta interna
y el desastre secreto,
mientras no para de remar.
Escucho el sonido,
y el infernal rugido de motor
y los frenazos de las vidas,
de la fortuna,
de las almas.
Impactan los sueños contra muros de piedra,
el corazón golpea como loco
para salir cuanto antes
de su jaula de costillas.
Se oye claro el murmullo
de las sonrisas atornilladas y los
besos que saben a metal.
Y al andar se escucha el chocar
de tuercas y tornillos,
el horizonte solo son azulejos
muy lejanos
y el  césped es ya
atificial.

Ya no sirven las excusas,
observo en silencio el chaparrón
de gotas de lluvia parecidas
a notas de música
que dan sus vidas saltando al vacío
para pedir silencio.
Y entre su golpe sordo,
y entre sus cuerpos,
las botas de agua se afanan en pisar los charcos.
Las calaveras no sonríen en los cementerios
ni tampoco escuchan,
y si pudieran solo pedirían a todos
que se alejen
y que les dejen descansar.
Observo la crisis del día a día
del continuo incendio forestal
en los bosques de ideas,
de las borracheras de derrota
cuyas resacas no se van.
Y los caminos se bifurcan y no
hay nada que no pueda hacer.
Tu fallo hace mella y
alejas al refugio en vez
de acercarte a él.
Apartamos a la fuerza aquello
que queremos cerca.
Repitiéndose todo una vez más.

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