No dejan carne
en los huesos
las
aves
carroñeras.
No dejan carne
en los huesos
despegando
limpiamente
la ilusión de
la materia,
el misterio
del doble fondo,
la magia de
las chisteras.
No dejan carne
en los
huesos las
aves carroñeras.
No dejan carne
en los huesos
picoteando la
razón
de la luz de
las ideas,
el aroma del
perfume ubicado
casi al lado
de la nuca,
las frutas de
la ira de los
extensos
campos de cultivo
de mi olvido.
No dejan carne
en los huesos
las aves carroñeras.
No dejan carne
en los huesos
alimentándose del
alma
de los ecos de
la cueva,
de la espesa
niebla que lo cubre todo
antes de
despertar,
de las cartas
de amor quemadas
por la sangre
y las lágrimas,
de los que se
bebieron las botellas
y se tragaron
los mensajes,
de los
manantiales de silencio entre
el hervidero
de ruido,
de la locura
de madrugada y la paciencia
de las teclas.
No dejan carne
en los huesos
las
aves carroñeras.
No dejan carne
en los huesos
arrancando la
vida
de las flores,
los azulejos
que cubren el paladar,
la histeria de
la historia,
la amenaza del
puño y el valor del grito,
el amasijo de
sueños de los párpados cerrados.
No dejan carne
en los huesos,
no,
lo devoran
todo.
luego se van
de nuevo
a volar en
círculos
voraces
de otra presa.
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